lunes, 31 de julio de 2017

31 julio, 1ª parte

LITURGIA
                        Hoy va por partida doble. De una parte va el final de la autobiografía que, leído con cuidado, es enormemente expresivo. Y no he querido cortarlo por la riqueza que encierra para comprender la personalidad de Ignacio.
            De su liturgia tengo que ir un poco a la memoria porque en mi “diáspora” no tengo el Misal propio de la Compañía de Jesús para hacer una parada más detenida.
            Pero sé que la primera lectura es una referencia a la característica ignaciana del DISCERNIMIENTO, del saber elegir a la luz de Dios. Te pongo delante el bien y el mal, la vida y la muerte. ELIGE el bien y vivirás.
            Punto central de los Ejercicios espirituales de San Ignacio es el discernimiento, porque se trata de buscar y hallar la voluntad de Dios, sin perderse en cosa alguna desordenada. [Y el “desorden” en la mentalidad ignaciana es lo que no va derechamente hecho o elegido por agradar a Dios]. De ahí que el discernimiento vaya como frontispicio de la liturgia de este día.
            El evangelio es el muy conocido: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre? Responde también al núcleo de los Ejercicios de un mes entero, del que 20 días se pasan conociendo internamente al Señor, que por mí se ha hecho hombre, para que MAS LE AME Y LE SIGA. A base de pasarse 5 horas diarias contemplando a Jesucristo, es como se puede dar respuesta a la pregunta que Jesús hizo en el Evangelio.
            Hay una observación curiosa: que Ignacio no pide “el conocimiento de Jesús” sino el conocimiento interno del Señor. Se trata de no quedarse en la humanidad de Jesucristo, con ser ella el centro de las contemplaciones, sino dar el salto al SEÑOR, al Cristo resucitado, al Cristo Hijo de Dios y al Cristo que se prolonga en los hombres que tienen hambre o sed o están enfermos o presos…, y al Cristo ACTUAL con el que se encuentra cada uno de los que lo buscan en la contemplación. Porque no estamos haciendo ciencia ficción cuando oramos: estamos poniéndonos ante la presencia misma de Jesús, que se nos comunica por el Espíritu Santo.
            Es evidente que eso no se conseguiría sino parándose hora tras hora en la persona, la obra y la enseñanza de Jesús, EL EVANGELIO. Eso es lo que determinó la personalidad de Ignacio y por eso ese evangelio tiene ahí su lugar concreto en la fiesta del Santo de Loyola.

            Quizá un santo poco conocido y admirado por los que no han mantenido una relación con su obra –la Compañía de Jesús- pero un santo de cuerpo entero que entró en las mismas regiones de la mística, como puede apreciarse en el final de su autobiografía

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