domingo, 30 de julio de 2017

30 julio: El verdadero valor

Actuando la Providencia
93. Los nueve compañeros llegaron a Venecia a principio del 37. Allí se dividieron para servir en diversos hospitales. Después de dos o tres meses se fueron todos a Roma para tomar la bendición para pasar a Jerusalén. El peregrino no fue por causa del doctor Ortiz, y también del nuevo cardenal Teatino. Los compañeros volvieron de Roma con pólizas de 200 o 300 escudos, los cuales le fueron dados de limosna para pasar a Jerusalén, y ellos no los quisieron tomar mas que en pólizas. Estos escudos, después, no pudiendo ir a Jerusalén, los devolvieron a aquellos que se los habían dado. Los compañeros volvieron a Venecia del mismo modo que habían ido, es decir, a pie y mendigando, pero divididos en tres grupos, y de tal modo que siempre eran de diferentes naciones. En Venecia se ordenaron de misa los que no estaban ordenados, y les dio licencia el nuncio que estaba entonces en Venecia, el cual después se llamó el cardenal Verallo. Se ordenaron a título de pobreza, haciendo todos votos de castidad y pobreza.
94. Aquel año no había naves que fuesen a Levante, porque los habían roto con los turcos. Y así ellos, viendo que se alejaba la esperanza de pasar a Jerusalén, se dividieron por el Veneto con intención de esperar el año que habían determinado, y si después de cumplido no hubiese pasaje, se irían a Roma. Al peregrino tocó ir con Fabro y Laínez a Vicenza. Allí encontraron una cierta casa fuera de la ciudad, que no tenía ni puertas ni ventanas, en la cual dormían sobre un poco de paja que habían llevado. Dos de ellos iban siempre a pedir limosna en la ciudad dos veces al día, y era tan poco lo que traían, que casi no podían sustentarse. Ordinariamente comían un poco de pan cocido, cuando lo tenían, y cuidaba de cocerlo el que quedaba en casa. De este modo pasaron cuarenta días, no atendiendo más que a la oración.
Liturgia del domingo 17A, T.O
          En la 1ª lectura se ha tomado un párrafo del 1Re 3,5.7-12 en que el Señor ofrece a Salomón que pida lo que quiera. Y Salomón pidió la sabiduría para saber gobernar a aquel pueblo y enseñarlo a discernir el bien del mal.
          No pidió nada para sí; no pidió tronos y riquezas. Y a Dios le agradó mucho aquella petición y le anunció un corazón sabio e inteligente, como no lo habrá después de Salomón.
          Esto enlaza con la gran sabiduría que enseña Jesús sobre el tesoro escondido en el campo, ante el que quien tiene ese hallazgo es tan listo que lo vuelve a esconder para que no sea descubierto, mientras que él se va a vender con alegría todo lo que tiene para sacar dinero y poder comprar el campo en donde está enterrado el tesoro. Es una sabiduría humana, que es capaz de deshacerse de todo lo que se tiene, porque sabe que todo es una bagatela al lado del gran tesoro que ha hallado. Una capacidad humana para valorar lo que más vale, aunque sea a costa de perder otra parte.
          Pues bien: esa sabiduría es la que Jesús enseña que tiene que tener el que descubre el valor del Reino (Mt 11,44-52): que merece la pena perderlo todo, y perderlo con alegría, con tal de ganar el Reino.
          Está exponiendo Jesús esa SABIDURÍA que supone saber perder lo menos para alcanzar lo más. Y “lo menos” son todas esas “riquezas” y “posesiones” humanas en las que vivimos enredados y que nos aferramos a ellas como si fueran el valor que no estamos dispuestos a perder, y mientras tanto perdemos la riqueza que nos brinda Jesús y que nos llega a través del Evangelio. No está dando teorías el Señor: lo podemos constatar en nuestras vidas personales y observar que perdemos tesoros clarísimos porque estamos enredados en nuestras bagatelas, y que –lo peor- es que ni lo advertimos en muchas ocasiones, y que tenemos una capacidad inmensa de autoengaño. Por eso o no advertimos el “tesoro”, o lo pasamos por alto, o subrepticiamente lo eliminamos. No es fácil “venderlo todo”, porque somos de los que preferimos el pájaro en mano que ciento volando.
          La 2ª lectura (Rom 8,28-30) nos aporta la seguridad de que a los que aman a Dios, todo les sirve para el bien. Lo que significa que en ese amor a Dios va incluido ya todo suceso de la vida, y pase lo que pase, sabe uno que va llevado por Dios hacia el bien, hacia un efecto bueno. Y eso, aunque el paso que se esté dando en ese instante aparezca como negativo, doloroso, malo. El amor a Dios hace ver las cosas desde otra visión, como el que se pone unas gafas de colore y acaba viendo coloreado todo lo que tiene por delante. Y sólo se pierden de la vista aquellas cosas que son del mismo color que los cristales de las gafas. “Lo malo” se acaba por no ver, y entre las brumas de la visión, las cosas aparecen coloreadas.

          Es un efecto de la EUCARISTÍA, que bajo el prisma del sacrificio de Jesús, todo lo demás adquiere un sentido salvador.

2 comentarios:

  1. Suplicamos, Señor,deseando que nos concedas tus gracias de cada día.
    - Porque des al Papa y a toda la Iglesia la sabiduría que a ti te agrada. ROGUEMOS AL SEÑOR
    - Porque nos des clarividencia para descubrir dónde está nuestro verdadero tesoro, ROGUEMOS AL SEÑOR
    - Para que nos hagas ver nuestras muchas bagatelas que nos ocultan los verdaderos tesoros de la gracia. ROGUEMOS AL SEÑOR
    - Para que hallemos en la Eucaristía la Perla de supremo valor para saber renunciar a muchos otros falsos tesorillos que nos dificultan y enredan, ROGUEMOS AL SEÑOR.

    Concede, Padre, la valentía necesaria para saber desprendernos de aquellas realidades que nos impiden adquirir el campo donde está el verdadero tesoro. Por Jesucristo N.S.

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  2. Tu Reino, Señor, es algo tan inmenso que tenemos que buscarlo con pasión, arrinconando todo lo que no sirve y, para eso, nos trenemos que unir a la Oración de la Iglesia para pedir a Dios la sabidusía necesaria para saber discernir en la vida y optar por lo que realmente importa. Que sepa yo ver y aceptar tanto bueno que hay en la Iglesia; que sepa aceptar lo que no me parezca tan bueno; yo no estoy capacitada para juzgar; Dios es el que tiene que hacer el juicio.Yo solo puedo valorar a los que no tienen mi estilo que son Iglesia como yo, y hermanos.

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