martes, 7 de octubre de 2014

7 octubre: MARTA Y MARÍA

NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO
          Es una fecha con varias connotaciones, desde lo substancial (que es la unión de María al misterio redentor de Cristo, a través de los 20 misterios del Rosario), hasta lo particular, en que las cuentas de “otro rosario” hallan en este día un engarce definitivo.
          Propiamente no hay lecturas expresas para la liturgia de esta celebración, aunque se adapten las del libro de los Hechos en que María está en oración junto a los Once, a la espera de los acontecimientos…, y el ya clásico y conocido evangelio de San Lucas con el misterio decisivo de la Encarnación del Hijo de Dios. Son el comienzo y el final de esos misterios del Rosario, abarcando momentos substanciales de la historia de la Salvación. A ella estuvo asociada María, y es lo que apunta el rezo del Santo Rosario en sus enunciados cortos, en la contemplación de esos misterios, y en el mantra de las “avemarías”

          En la lectura continua –perdido el comienzo de ayer (por razón de las témporas- la carta a los fieles de Galacia se continúa [1, 13-24] en tono solemnísimo por el que Pablo quiere hacer ver a esos cristianos que él viene en nombre de Dios y con la doctrina de Jesucristo, y que lo que les llega diferente no tiene autoridad, o no representa el núcleo del mensaje auténtico de Jesús. A Galacia han llegado judaizantes que pretenden hacer de la fe cristiana un añadido a las formas y leyes judaicas, y Pablo pretende mostrar la autoridad de sus enseñanzas sobre la gratuidad de la Gracia de Dios (que sobrepasa toda ley) y de la  inutilidad de la circuncisión y de arrastrar al momento presente tantos preceptos y formas de un mundo judío, que Jesús ha superado con creces. De ahí esa lectura de hoy que presenta un aval del propio Pablo para mostrar que su autoridad en lo que enseña está de acuerdo con la nueva realidad de la fe cristiana, que los gálatas recibieron y de la que ahora parecen volverse atrás.
          El Evangelio de Marta y María (Lc 10, 38-42) presenta dos realidades de vida en dos hermanas con muy distinto modo de ser y de proceder. Marta representa a la persona activa que hace muchas cosas, hasta llegar a cansarse. Y lo que hace en su afán es para agasajar a Jesús. Pero anda inquieta y nerviosa en preparar muchas cosas. [Un autor lo interpreta como muchos platos de comida en su deseo de ofrecer a Jesús lo que mejor sabe hacer ella].
          Su hermana María es una contemplativa. Y no significa que no llevara su parte de trabajo en la casa. Pero en el momento en que entra Jesús, ella prefiere quedarse como discípula a los pies del Maestro, y lo escucha embobada.
          Marta llega a molestarse de esa actitud de su hermana y pretende implicar a Jesús para que Él haga de árbitro a su favor…: Dile a mi hermana que me eche una mano. [No es una imagen que se me pase por alto, porque estas experiencias las vivimos constantemente los sacerdotes. Cada cual pretende que sea el sacerdote quien salga “a su favor”.  Con el mismo “derecho” que Marta quiere que Jesús le diga a María…, María podía decirle a Jesús que le diga a Marta… Lo que pasa  es que María ni está inquieta ni afanada con muchas cosas; ella ha escogido escuchar a Jesús, y eso no se lo van a quitar].

          Jesús comprendió las impaciencias de Marta, y no es que le dijera que se estaba equivocando, puesto que alguien tenía que preparar aquellas cosas. Lo que Jesús le dice es que anda inquieta y afanada…, y eso ya no es necesario…; que pretende sacar adelante muchas cosas…, pero que bastaba con un plato. Jesús valora la labor de Marta pero le corrige el exceso. Y en cuanto a María, no le va a privar de la buena parte que ha elegido.

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