viernes, 10 de octubre de 2014

10 octubre: La ley y la Gracia

LA FE ES LO QUE SALVA
          La contraposición que Pablo  quiere hacerles ver a los gálatas (3, 7-14) es la de una religión basada en el cumplimiento de normas y mandatos y la circuncisión (y quien cumple “se salva”), y la que sabe que todo lo que uno haga en ese orden sobrenatural no tiene valor en sí, porque el único que puede salvar es Jesucristo. Quien ha salvado gratuitamente es Dios por medio de la redención de Jesús. Y a ella hay que acogerse. Lo que hagamos ahora ha de ir subidos a ese carro y dependiendo de él. Lo que hagamos o dejemos de hacer ha de tener el único objetivo de unirnos y de secundar la obra de Jesús.
          El razonamiento de Pablo es: Abrahán hizo lo que Dios le dijo, y por esa fidelidad a la voluntad de Dios recibió la promesa de que serían bendecidas todas las naciones. También los no judíos. Y en virtud de esa promesa de Dios, y no de las obras de Abrahán, recibe la bendición. No es la observancia de la ley lo que abre el camino a la fe. La fe es un don y como don es gratuito. Por el contrario, “maldito quien no cumple todo lo escrito en el libro de la ley”. O sea: quien se aferra a la ley, ya es esclavo de cumplir la ley y depende de cumplirla. Mientras que Abrahán es bendecido por CREER a Dios. Y así el propio Cristo muere por razón de la ley –de las leyes judías al modo que la llevan los dirigentes aquellos- y aceptando ser maldito por nosotros –“maldito” es todo el que cuelga de un árbol, y Él estuvo colgado del árbol de la cruz-, Él supera la maldición porque acabó haciendo la voluntad de Dios hasta el pleno total: Todo cumplido. Y es en ese efecto de la redención que Él ha llevado a cabo en donde nosotros nos apoyamos ya. Eso es vivir de la fe. Y esa es la lección para aquellos gálatas a quienes les había picado el gusanillo de la vuelta atrás, apoyándose en la circuncisión judía, que era todo lo contrario al Evangelio que Pablo les había enseñado.
          Buena prueba de las dos posturas es el Evangelio de hoy (Lc 11, 15-26). Jesús ha echado al demonio de un poseso. Evidentemente ahí está el dedo de Dios, porque sólo Dios puede doblegar a Satanás. Pero los fariseos, basados en sus leyes (por las que no admiten a Jesús, a quien ven como impostor) interpretan que echó al demonio con el poder del demonio. Era un absurdo total, una contradicción en los términos porque sería que Satanás pelea contra sí mismo. Por tanto, en el terreno de defensa de “sus leyes”, los fariseos incurren en el absurdo. Pero el hecho es que el poseso ha quedado libre. Y que eso sólo procede –y sólo puede proceder- de la Gracia de Dios que actúa en Cristo.
          Jesús explica el fracaso de Satanás haciéndose la guerra a sí mismo, y cómo vagando por lugares inhóspitos, intenta regresar a la persona de donde salió. Si todo dependiera de la ley, donde entró una vez podría entrar dos, y hacer el final mucho más malo que el principio. Pero cuando quien le ha vencido y expulsado es más fuerte que él, ese le ha derrotado y quitado las armas… Y no por la ley sino porque se trata ya del Mesías de Dios, de la Gracia de Dios activa, que es la que verdaderamente libera.
          Ahora queda una conclusión muy clara: quien no está conmigo –con la Gracia, con la fe limpia…, en la plena confianza en Dios- está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama.

          Ahí está el gran secreto: estar con Cristo es saberse colgado de Cristo y de su redención gratuita. O pretender ser uno quien “gana puntos” con sus propias obras y cumplimiento de “cosas”…, barriendo la casa para que Dios no encuentre pelusas. En definitiva: haber puesto la salvación en uno mismo y no en la Gracia de Dios.

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