lunes, 4 de septiembre de 2017

4 septiembre: Hoy se cumple en mí

Liturgia
          En 1Tes 4,13-17, San Pablo quiere dar a conocer la suerte de los difuntos. Y aunque la explicación nos resulte hoy un poco contrahecha, el resultado real es el que importa: lo mismo que Cristo murió y resucitó, así seremos todos: los muertos en Cristo saldremos al encuentro del Señor en las alturas. La idea básica es esa: la muerte no es el último paso de las personas. Hay un “después”, y para los que murieron en amistad con Jesús, seguirán los pasos de Jesús. Y como Jesús está ya en lo más alto del Cielo, los que le siguieron encontrarán a Jesús en esa su altura definitiva.

          Dejamos ya a San Mateo y pasamos a los textos de San Lucas. El primer episodio de la vida pública que narra el evangelista está en el capítulo 4 (16-30). Podemos imaginar con la ilusión con que Jesús regresa por primera vez a su pueblo, su ciudad en la que se había criado y donde había pasado su vida. El pueblo donde vivía su madre. Donde estaba su casa de siempre. Donde estaban sus conocidos, sus amigos, sus parientes. Ahora venía muy distinto del Jesús que salió de allí. Había hecho obras maravillosas en Cafarnaúm y en los lugares vecinos que rodeaban Nazaret. Su vuelta a su tierra no era simplemente una visita emocionada. Traía una misión. Tenía la ilusión de volcar sobre su entorno de toda la vida lo mejor que ahora podía aportarles.
          Cuando llegó el sábado a su sinagoga, la de siempre, el jefe le dio la cátedra y le entregó el volumen del profeta Isaías que correspondía a aquel sábado. Y Jesús, en pie –como el resto de los asistentes- leyó el pasaje del profeta: El Espíritu del Señor sobre mí; me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres, la liberación a los oprimidos y a los afligidos el consuelo…, para anunciar la amnistía, el año de gracia del Señor. Enrolló el pergamino con toda reverencia, lo entregó al jefe de la sinagoga, se sentó y empezó su discurso.
          Ya llamó la atención que había omitido un versículo. Pero más llamó la atención que no se limitaba a repetir lo mismo que había leído, como aquellas someras explicaciones que daban los fariseos o diversos comentaristas de la Palabra. Jesús afirmó ahora que esta Palabra tiene en mí su cumplimiento. Eso, que era un texto mesiánico muy conocido por todos, llamó mucho la atención y las gentes se quedaron boquiabiertas y llenas de admiración. El hijo del pueblo, aquella buena persona con la que habían convivido tantos años, se presentaba ahora como el destinatario de aquel texto mesiánico, y los ojos de todos estaban fijos en él.
          Pero surgió la persona reventadora, que más que escuchar para aceptar, planteó la cuestión: ¿No es éste el hijo de José? Pregunta maliciosa con la que intentaba desprestigiar a Jesús y la afirmación que Jesús había hecho sobre sí mismo.
          Y Jesús explicó entonces que suele ocurrir que el profeta no es recibido en su casa y entre los suyos, y que sin embargo los extraños acaban adelantándose en esa acogida. Y les puso dos ejemplos bíblicos para indicarles que dos extranjeros habían sido beneficiados por Dios en la antigüedad.
          Eso enfureció a los más influentes. Y como la masa es borreguil, se pasó de la admiración al rechazo y de los ojos sorprendidos favorablemente a la duda negativa. Y se armó tal tumulto que Jesús hubo de salir de la sinagoga para ponerse a salvo. Y lo persiguieron y le empujaron con ánimo de despeñarlo por un barranco del pueblo.
          Jesús corrió delante de ellos hasta que se detuvo y les miró de frente al grupo menor de los más exaltados que habían perseverado en aquella persecución. Aquella mirada penetrante que les identificaba a todos –los mismos que habían paseado y trabajado juntos en otra época-, les paralizó. Y hasta es posible que se avergonzaron. El hecho es que Jesús se fue en dirección a ellos y pasó por medio y cogió la salida del pueblo. Lo terrible del caso, según la expresión técnica del original griego, es que se alejaba, en un movimiento sin retorno.
          Nazaret había perdido su gran oportunidad. El tren no volvería a pasar por aquella estación. Y a su paso esta vez, Jesús no había podido hacer allí apenas algún milagro, porque les faltaba la fe.

          La cosa es para pensarla. Porque hay muchos “Nazaret” en la vida actual, y es terrible pensar que Jesús ya no pasará por ellos. Por eso, cuando hoy todo se quiere vivir –según el dicho popular- como una vida de “viva la Virgen” (y todo da igual), el episodio de este día nos advierte claramente que las cosas no son así.

1 comentario:

  1. Jesús era un Hombre muy bueno, muy normal, se había criado con ellos; muchos lo acogieron con entusiasmo...Siempre hay alguien movido por la envidia pregunta:¿Dónde ha estudiado este? ¿Qué se habrá creido? Fuimos a la escuela juntos...¡Que demuestre lo que está contando..!
    Aquel día, llegaba de Nazaret, era sábado y, como era la costumbre, entró en la Sinagoga. Le entregaron el libro del Profeta Isaías para que leyera; Jesús abrió el libro por un mensaje directamente mesiánico: "El Espíritu Santo está sobre Mí; me ha ungido para evangelizar a los pobres; me ha enviado para redimir a los cautivos....Todos en la Sinagoga tenían los ojos puestos en Él. Probablemente estaria la Virgen con Él. Se levantó y mirándolos, les dijo con toda claridad:"Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oir".No tenemos que argumentar, sabemos lo que ha pasado. La sentencia ya está dictada. Por esto, Jesús decide alejarse.

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