viernes, 15 de septiembre de 2017

15 septiembre: Dolores de María

Liturgia
                      Dos fechas consecutivas hemos tenido en estos días 14 y 15: ayer, la EXALTACIÓN DE LA CRUZ. Hoy los DOLORES DE MARÍA. Dos fechas que se complementan y llevan el mismo sentido festivo aunque su contenido exprese de primeras un sentimiento doloroso. Pero es que aquella cruz del Viernes santo con toda la mirada puesta en la tragedia de la muerte, ahora se ha celebrado como EXALTACIÓN, como triunfo, como el resultado ya glorioso de aquella tragedia. Ahora ha sido mirar la cruz como ese instrumento que “puesto en alto”, ha supuesto la victoria de Cristo y la salvación de la humanidad.
          Pero en esa historia de salvación y triunfo ha estado adosada la Virgen María, a quien todo aquello le ha supuesto dolor y sufrimiento. Ya se lo anunció Simeón en los albores del evangelio (Lc 2, 33-35) cuando le anunció la espada de dolor que atravesaría su corazón. Desde entonces la vida de María fue entremezclando dulzuras y sufrimientos, que se hacen más intensos en la vida pública de Jesús, su Hijo, que es rechazado por los dirigentes judíos y al que la vida se je hace una continuada subida al Calvario. Y eso la Madre lo padece en su alma porque puede vislumbrarse el final trágico que va a tener todo aquello, y que tiene su culminación en la cruz, como patíbulo infamante de muerte, junto a la cual está María, allí erguida, DE PIE, sin dejarse abatir por el sufrimiento, pero sufriendo todo lo del hijo, aumentado por lo que es el dolor de una madre que lo está viendo sufrir en aquella larga agonía.
          Ahí vendría la 1ª lectura (Heb 5,7-9) en la que se presenta a Jesús como el hombre que ruega a Dios con toda la intensidad de su dolor: a gritos y con lágrimas al que podía salvarlo del sufrimiento. Esos gritos y lágrimas de dolor afectan directamente a la Madre. Pero Dios no está para hacer milagros que cambien el curso de los acontecimientos, y la cruz, con su tortura y su angustia de asfixia, cae cobre Jesús y cae sobre la Madre que está siguiendo cada respiración que exhala el Hijo, cada vez más angustiada y cada vez más distanciada.
Y María tiene que pasar por el momento repugnante del soldado que, lanza en ristre, asesta el golpe contra el cadáver de Jesús, profanando lo sagrado de la muerte. Aquella lanzada no dolió ya a Jesús, que estaba muerto, pero fue el golpe de gracia al corazón de María.
La liturgia se completa con la Secuencia expresamente dedicada a María, y va haciendo un resumen de ese dolor de María Santísima, Madre dolorosa, afligida pero permaneciendo sin doblegarse ante el dolor.
Las celebraciones litúrgicas están puestas para algo. Aparte de la evocación de unos acontecimientos históricos, son una llamada a nosotros para que nos adhiramos al hecho y saquemos de nosotros mismos el mismo talante con que enfocar la vida. Y la vida trae sufrimientos, dolores, espadas que atraviesan el alma. Y ante esa realidad nosotros tenemos que tomar el ejemplo de Jesús y de María para abordar la contrariedad con ánimo sobrenatural.
Nosotros también clamamos a gritos y con lágrimas en determinados momentos de la vida. Queremos el milagro, que no vemos que se produzca. Los problemas humanos y provocados por la realidad humana, está ahí y permanecen. Y Dios no sale al paso con milagros que alteren el paso normal de las circunstancias naturales. Y sin embargo es curioso lo que dice la carta a los Hebreos en ese texto que hemos leído, y es que “Jesús fue escuchado por su actitud reverente” y que Él, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. He ahí la gran salida de esos gritos y llanto: aprender, sufriendo, a obedecer. No tener el milagro que soluciona un problema sino aprender esa otra ciencia de acogida en obediencia de los planes de Dios.

Entonces el sufrimiento de Jesús y de María tienen un sentido y ninguno de los dos se sintió fracasado ni “dejado de la mano de Dios”. Jesús vive en sus propia vida que “llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna”. Y con Jesús, va María. Para ella, para María, el dolor padecido por el Hijo no ha sido en balde ni permanece como dolor aplastante, sino que ella ha sido asumida en la misma obra de redención de Jesucristo, y con ello se ha convertido para nosotros en ejemplo de obediencia para alcanzar nuestra propia salvación.

1 comentario:

  1. Al siguiente día de la Fiesta de la Santa Cruz se celebra la de la Virgen en su misterio de dolor ante la muerte terrible de su único Hijo crucificado. Son muchas las imágenes de la Piedad, de la Virgen Dolorosa al pie de la Cruz, De la Madre de Dios desolada pero intercediendo y entregándose como corredentora de toda la Humanidad con su Hijo.

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