sábado, 16 de septiembre de 2017

16 septiembre: La casa sobre roca

Liturgia
                      Tras estos dos últimos días en que las lecturas han sido referentes a las fiestas que hemos celebrado, se ha acabado la carta a los colosenses y estamos en la 1ª Timoteo (1,15-17) en la que Pablo le expresa al discípulo la seguridad que debe tener en el magisterio de Pablo, porque lo que él predica es el núcleo esencial de la fe cristiana: que Cristo vino al mundo para salvar a los pecadores.
          Ahora Pablo se mete en esa fila y se considera el primer pecador. Pero, por lo mismo, el beneficiario del perdón que Cristo ha traído, manifestando en Pablo toda su paciencia, para que Pablo pueda quedar ahí como icono de la misericordia de Jesucristo, y trasmisor de la promesa de vida eterna. Por todo lo cual prorrumpe en una alabanza: Al rey de los siglos, inmortal, invisible, único Dios, honor y gloria por los siglos de los siglos.

          Lc 6,41-49 nos trae la enseñanza de Jesucristo sobre la verdad de cada persona. La vida de un individuo viene a ser como la de los árboles, de los que el que es árbol bueno, da frutos buenos y el que es árbol malo da frutos malos. Porque no se cosechan higos de las zarzas ni se vendimian racimos de las espinas. Jesús va siempre por derecho y lleva a ejemplos extremos para dejar clara una verdad.
          Por eso, el que es bueno, da frutos buenos: de su corazón saca el bien. El que es malo da frutos malos. Porque de lo que hay en el corazón habla la lengua. Yo sigo siempre insistiendo en que esas personas que tienen siempre que encontrar “el defecto” aun en las cosas más nimias y triviales, tienen algo sucio en el corazón. Porque si todo el corazón estuviera limpio, o no verían o no caerían en la cuenta de tal leve defecto.
          El ejemplo alguna vez citado de la recién casada que veía siempre sucia la ropa que tendía la vecina, y no advertía que no era la ropa de la otra la que estaba sucia sino los propios cristales de su ventana. Y sobre esos cristales propios no había parado la atención en ningún momento.
          Y Jesús completa la idea: ¿Por qué me llamáis “Señor” y no hacéis lo que os digo? El que se acerca a mí y escucha mis enseñanzas es como el hombre que construyó su casa cimentándola sobre roca: que cuando vinieron los vendavales, la casa siguió en pie porque estaba sólidamente construida. [Merece la pena revisar nuestra “construcción”, lo que habrá que mirarlo desde los efectos en las cosas pequeñas, en la realidad de cada día, que es donde se retrata la persona].
          El que escucha y no pone por obra se parece a uno que edificó sobre tierra, sin cimiento; arremetió contra ella el río, y enseguida se desplomó y derrumbó. Y eso también tiene su piedra de toque en lo pequeño de cada día, y ahí es donde hay que ir a examinar el fondo de nuestras actitudes.


          Reconozco que el mundo de hoy entiende poco de esa construcción sobre roca, o de una vida cimentada sobre terreno firme. Se vive a lo que va saliendo, de las impresiones de última hora…, del último reclamo que aparece…, de la ley del mínimo esfuerzo. Y eso se manifiesta en detalles que aparentemente no tienen entidad, pero que son reveladores del estilo de vida de la persona. La puerta que debe estar cerrada y que se deja indolentemente abierta; el marido o la esposa que no cuida esos detalles que le constan que son deseo de la otra parte; el sacerdote que deja de celebrar la Misa a la primera de cambio, el desorden de unos papeles que deben estar ordenados y archivados en su lugar correspondiente…, la falta de criterio para comprar y gastar, y con ello la falta de previsión de lo que puede hacer falta mañana… ¡Y caben tantas cosas que podrían reseñarse! Pero pienso que lo importante no es dar la papilla ya masticada sino que cada cual se ponga delante de sí su propia realidad, y vaya analizando aquellas situaciones de su vida que pueden expresar una indolencia, una carencia de criterio, un “ir tirando” y dando todo igual…, porque ahí podrá descubrir su “casa edificada sobre tierra y sin cimientos”. Quiere decir que ahí tiene que poner remedios y hacerse recio en sus actitudes y pensar que a Dios no se le puede satisfacer con un animal defectuoso ni con una forma de vida que no vaya por derecho a Dios y al estilo que puede gustar Dios. El simple llamarlo “Señor” y no hacer lo que a él le agrada, es estarse engañando uno a sí mismo.

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