viernes, 22 de septiembre de 2017

22 septbre.: Jornada normal de Jesús

Liturgia
                      La palabra que Pablo dirige a Timoteo (1ª,6,2-12) es muy práctica. Lo que tiene que hacer el discípulo es atenerse a las palabras de Jesucristo, es decir, la doctrina que armoniza con la piedad. Lo contrario, dice el apóstol es ser un orgulloso y un ignorante. Y con una plasticidad elocuente le dice, refiriéndose a ese tipo de persona: padece la enfermedad de plantear cuestiones inútiles, atendiendo sólo a las palabras. Y advierte que eso provoca envidias, polémicas, difamaciones, sospechas maliciosas, controversias propias de personas tocadas de la cabeza, sin el sentido de la verdad. Y llevando el tema a un extremo, considera que esos han hecho de la piedad un lucro.
          Luego aprovecha la última idea para hablar del “lucro” o riqueza que trae la religión, como una ganancia cuando uno se contenta con poco: comer, dormir, y poder vivir en paz. Por el contrario los “ricos” se enredan en mil tentaciones, se crean necesidades absurdas y nocivas, que hunden a los hombres en la codicia y la ruina. El pobre lo tiene todo y no necesita más. El rico carece de todo y siempre necesita más. El pobre es feliz en su pobreza porque con lo poco que tiene, come, duerme y vive en paz; el rico es desgraciado en su riqueza por esas necesidades nocivas que se crea y que nunca tienen fin, y que siempre dejan insatisfecho.
          Por eso, tú, hombre de Dios, huye de todo eso, practica la justicia, la religión, la fe, el amor, la paciencia, la delicadeza. Combate el buen combate de la fe. Conquista la vida eterna a la que fuiste llamado.

          El evangelio de hoy da poco de sí para una reflexión más profunda. Lc 8, 1-3 narra una realidad de la vida común de Jesús, de lo que habría tantas y tantas jornadas en su vida: caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, predicando la Buena Noticia del Reino de Dios. Digamos que era su forma más habitual, sus días más normales. Le acompañaban los apóstoles como los incondicionales, los que formaban un todo con Jesús. Y algunas mujeres que se habían adherido al grupo, siguiendo a pequeña distancia, que tenían el gusto de servir al grupo en sus necesidades. Una de las mujeres que ya no se saben separar de Jesús es María Magdalena, de la que habían salido siete demonios. ¿Se trata de aquella mujer pecadora que regó los pies de Jesús con sus lágrimas en casa del fariseo? De hecho aquella era una mujer pecadora pública, que había escandalizado a Simón, el anfitrión. Bien se podría decir que de ella había lanzado Jesús “siete” demonios…, la totalidad de su vida de pecado: Mujer: perdonados son tus pecados, le había dicho. Y aquella mujer amó mucho. Nada extraño tiene que pudiera ser la misma mujer que ahora acompaña a Jesús como admiración y agradecimiento sin límites. A pensarlo así invita la cercanía de los dos relatos en el evangelio de Lucas. Aunque a los estudiosos les toca dilucidar si se trata de la misma mujer o de otra. Sea lo que fuere, también en ésta había actuado a fondo Jesús y también ésta se había hecho seguidora de Jesús por gratitud.

          Acompañan otras mujeres, que ayudaban con sus bienes. Un caso de personas con pudientes, que emplean sus bienes en la obra de expansión de la Buena Noticia, en seguimiento de Jesús. Y evidentemente en ese seguimiento de auténticas discípulas, que han dedicado una parte de sí mismas al Señor. Lo que demuestra que Jesús no desecha a quienes tienen bienes por el hecho de tenerlos, y que las frecuentes referencias peyorativas a los “ricos” no vienen por el hecho de ser ricos sino por usar mal de sus riquezas, por envalentonarse sobre los propios valores hasta llegar a mirar a los otros por encima del hombro. De hecho en la historia del catolicismo hay muchos ricos santos y heroicos en la grandeza de su corazón, que dedicaron –y dedican- sus bienes a una obra evangélica de beneficencia o apostolado. Son ricos bienaventurados desde el momento que su riqueza está a disposición de la obra de Jesús y, en su vida personal, viven el espíritu de la pobreza evangélica.

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