sábado, 23 de septiembre de 2017

23 septiembre: PARÁBOLAS

Liturgia
                      Pablo insiste a Timoteo (1ª, 6,13-16) con solemnidad especial (en presencia de Dios que da vida al universo, y de Cristo Jesús, que dio testimonio ante Poncio Pilato) a guardar el mandamiento sin mancha ni reproche. [Intacto, irreprochable].
          El texto en cuestión no es nada fácil y tiene diversas interpretaciones según los comentaristas. Si estuviéramos en San Juan, “el mandamiento” sería muy fácil de “traducir” por “el mandato del amor”. Pero estamos en Pablo y no es eso lo que él dice. “Guardar el mandamiento” sería vivir todo lo que le ha enseñado en la carta a su discípulo, o bien La Ley o algún precepto particular de la Ley, o bien a todo lo que sale de vivir la fe que Timoteo juró guardar de por vida. De ahí que “sin mancha ni reproche” puede referirse al modo de guardar el mandamiento, o puede referirse a la actitud del propio Timoteo: “intacto e irreprochable”.
          Ya comprendéis que este modo de comentar no es propio mío. Lo que significa que os trasmito un estudio de un comentarista. Es que yo no me aclaraba ante tanta solemnidad de pronto, y a un término que no explicitaba nada: guardar el mandamiento. Todo ello hasta la venida de Nuestro Señor Jesucristo, a quien Timoteo sirve y por el que ha empeñado su vida.

          El evangelio (Lc 8,4-15) nos trae de nuevo la parábola del sembrador, con la novedad de expresar de modo continuado la parábola y su explicación a los apóstoles: A vosotros se os ha dado conocer los secretos del Reino de Dios; a los demás, sólo en parábolas porque viendo, no ven y oyendo no oyen. Aquí tenemos, como en otros lugares, que leer con mentalidad realista y no “al pie de la letra”, porque “al pie de la letra” dice un absurdo substancial. La expresión de Isaías que se conserva en estas palabras de Cristo, dice: “para que viendo, no vean y oyendo, no entiendan”. Y ahí está el absurdo: que Cristo predicase a las gentes para no ser entendido. Por ello hay que “leerlo” en positivo, que es el verdadero sentido de lo que Jesús hacía: enseñaba en parábolas como cuentecillos inteligibles por la gente simple, precisamente para hacerse entender.
          El pueblo al que Jesús se dirige no es un pueblo intelectual. Es más: su mentalidad no capta los conceptos teóricos. Es un pueblo mucho más gráfico que necesita del “ejemplo”, de la “figura”, para poder entender. Y Jesús les habla en su lenguaje, el de las parábolas, para hacerse entender. De ahí que la frase de Isaías no tendría sentido en tiempo de Jesús, y que hay que “leerla” en positivo: les hablo en parábolas porque viendo la doctrina, no ven y oyendo mis enseñanzas no entienden. Por eso tengo que utilizar su lenguaje para que vean y entiendan.
          Que de hecho era un lenguaje muy familiar a Jesús que continuamente lo está empleando, también con la gente culta, y unas veces con parábolas desarrolladas y otras con comparaciones muy cortas: los odres y el vino nuevo. Cuando Jesús retomó otro texto de Isaías para hablar a los doctores sobre la viña mal administrada, en la que los arrendatarios mataban a los enviados del dueño, los doctores escucharon boquiabiertos aquella descripción tan plástica que Jesús les estaba poniendo delante. Y no se dieron cuenta hasta el final de que Jesús los estaba retratando a ellos. Tampoco ellos veían y no escuchaban, y eso que era los hombres cultos. Y se tragaron toda la enseñanza de Jesús como quien oye el cuento que Jesús sabía bordar con un gracejo especial.  Cuando quisieron acordar, ya estaba dicho todo.
          Lo que importa es que nosotros no nos quedemos en la narración de la parábola y que hagamos una introspección para saberla leer en su contenido profundo, el que nos abarca nuestra vida y donde se nos pide una respuesta personal a la parábola.

          De ahí que la del sembrador no es una división maniquea de malos y buenos sino una reflexión muy a fondo de nuestra vida personal, ahí donde hay “zonas” de respuesta y zonas que no responden a la finalidad de la semilla esparcida. Y que seamos conscientes de que hay aspectos en los que no nos hemos estrenado (semilla en el camino duro), otros aspectos de entusiasmos que no duran, aunque “quisiéramos” (pero que no queremos con decisión), bien sea por falta de interés (no hay tierra), bien porque estamos enfangados en múltiples cosas (entre zarzas y matorrales), y no dejamos espacio libre al crecimiento de la semilla. Por supuesto que hay otros aspectos que sí funcionan y que Lucas los da como frutos que alcanzan el ciento por uno.

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