lunes, 25 de septiembre de 2017

25 septiembre: Luz sobre el candelero

Liturgia
                      Comienza el libro de Esdras (1, 1-6) que es un balón de oxígeno en medio de los sufrimientos del pueblo de Dios. Ciro, rey de Persia reconoce al pueblo judío y pone por obra lo que Dios había anunciado por medio del profeta Jeremías: la liberación del pueblo de su deportación. Se sabe señor y dueño de aquellos reinos y encargado por el Dios del Cielo para edificarle un templo en Jerusalén.
          Los que pertenezcan a ese pueblo, que suban libremente a Jerusalén para reedificar el templo a su Dios, el Dios de Israel. Y que los que pertenecen a los otros pueblos les faciliten los materiales que necesiten para esa construcción: plata, oro, hacienda y ganado para las ofrendas.
          Y se pusieron a reconstruir el templo del Señor, y los vecinos proporcionaron de todo para esa labor. Fueron tiempos de esplendor para Israel. Providencialmente un buen estadista, Ciro, liberó al pueblo y le permitió vivir su fe y construir el templo magno en el que se rindiera el culto debido a Dios.

          El evangelio es corto. Lc 8,16-18 nos trasmite la idea de Jesús que nos considera luz que tiene que alumbrar. Por eso el candil se enciende para que dé luz y no para taparlo con una vasija y meterlo debajo de la cama. Para eso, no se hace nada. Pero el candil, colocado en un candelero, alumbra a todos los que entran en la casa.
          Y aprovechando esa comparación, Jesús exhorta a vivir la verdad abiertamente. Porque aún lo que se dice en secreto, al final llega a saberse y hacerse público. No hay nada que no llegue a saberse antes o después. Y tocante a las actitudes de la fe, lo que se vive o se deja de vivir acaba saliendo a flote. Aquí vendría a pelo lo del árbol malo que da frutos malos y así es conocido por sus frutos, como que el árbol bueno da frutos buenos y también se hace pública su bondad.
          Y acaba el párrafo con una llamada a ser fértiles en nuestras obras, porque al que tiene frutos, se le dará más todavía, y al que no tiene, se le quitará hasta lo que cree tener. También aquí se puede evocar la parábola de los talentos: al que se le dio cinco y ganó otros cinco se le va a dar el talento que desperdició en que recibió uno. Porque a ese indolente se le quita el “uno” que tiene y que no ha hecho prosperar. Creía tener pero la realidad es que pierde hasta aquello que creía poseer.


          La aplicación que tiene esto para aquellos que van viviendo una vida ordenada es que siempre se espera de ellos un punto más. Que nunca se ha llegado al límite y que al que tiene, se le dará…, siempre habrá un algo más que puede recibir, precisamente porque tiene, porque está trabajando en esa línea de generosidad de su respuesta. El que ya se ha sentado en la cuneta a verlas pasar, aunque haya sido una persona activa y fiel, se le va a restar lo que ya ha renunciado prácticamente a dar de sí. Y es que en la carrera de la vida nunca vale sentarse al borde porque está uno cansado. En la respuesta a Jesús, a las llamadas de Jesús en el Evangelio, siempre hay una nueva posibilidad, y no cabe renunciar a ella. No cabe la “comodidad” del hombre espiritual ue se siente ya satisfecho de su vida. Siempre queda una nueva etapa, por corta y breve y pequeña que sea, a la que es llamado a correr para acercarse a la meta. Meta que nunca está plenamente alcanzada en esta vida, pero a la que nos vamos acercando para llegar a plenitud el día que nos llame el Señor.

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