jueves, 21 de septiembre de 2017

21 septiembre: Enfermos y pecadores

Liturgia.  San Mateo
          Celebramos la fiesta litúrgica del apóstol y evangelista San Mateo. Viene a colación la carta de San Pablo a los fieles de Éfeso en la que describe (4,1-7. 11-13) cómo cada cual ha recibido un carisma: unos son apóstoles; otros, profetas; otros, evangelistas; otros, pastores y doctores. Y todos para el bien común, cada cual según su ministerio. En Mateo concurren dos carismas, el de apóstol y el de evangelista, que puede narrar sus personales experiencias de la vida junto al Maestro. Pero aunque los carismas de unos y otros son diversos, todos confluyen en Jesucristo, que es único Señor, que mueve a una sola fe, que entra por un mismo bautismo. UN DIOS que lo trasciende todo y lo penetra todo y lo invade todo. Los carismas son dados para el perfeccionamiento de los fieles y para la edificación del cuerpo de Cristo hasta que lleguemos todos a la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, al hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud.
          Todo ello va en orden a que andéis como conviene a vuestra vocación a la que habéis sido llamados. Y para serlo, sed humildes y amables, sed comprensivos, sobrellevaos mutuamente con amor, esforzaos en mantener la unidad del Espíritu, con el vínculo de la paz. Esa es la medida de plenitud de Cristo y hacia ahí hemos de tender siempre. No llegaremos a la “plenitud” –la medida de Cristo- pero caminaremos hacia ella, lo que hace de nuestra vida una atracción permanente hacia algo “más”.

          El evangelio (Mt 9,9-13) es la misma llamada de Jesús a Mateo, el publicano que se ganaba la vida con el cobro de los impuestos, tan mal visto por los judíos y tan abominado por los fariseos, pero a quien ha mirado Jesús con su mirada atrayente: vio Jesús… Y Mateo corresponde a la mirada aquella levantándose de su mostrador y yéndose con Jesús, y celebrando tal encuentro con una comida de despedida de sus compañeros de fatigas, los otros publicanos, a cuya comida asiste Jesús y los otros discípulos que ya le habían seguido.
          Comer juntos es siempre una muestra de amistad y de “comunión”. Por tanto, un escándalo para los fariseos que ven en Jesús al hombre de los milagros que se junta con aquella ralea, y por tanto se hace uno de ellos. Y se van a meter cizaña entre los discípulos, preguntándoles con sorna, cómo es que su Maestro come con publicanos y pecadores. Jesús responde que él ha venido precisamente a ellos, los que son pecadores, lo mismo que un médico va a los enfermos y no a los sanos. Los sanos se bastan a sí mismos. Por consiguiente, andad y aprended lo que significa: “misericordia quiero y no sacrificios”. Los fariseos son muy amigos de hacer sacrificios y guardar muchas leyes externas. Pero no entienden de acogida, de compasión y de misericordia. Por eso no he venido a llamar a justos (los que se creen justos y creen estar por encima de todos) sino a pecadores. Es lógico, pues, que los fariseos no se sientan llamados, puesto que ellos viven la vida como puritanos que no necesitan de misericordia de nadie.

          Un caso muy concreto es el que correspondía hoy al evangelio de la lectura continua: la pecadora que unge los pies de Jesús (Lc 7,36-50). También en aquella ocasión tiene Jesús que corregir al fariseo Simón, que se escandaliza de que Jesús se deje tocar por una mujer pública que ha irrumpido en el patio del convite y se ha echado, llorando, a los pies de Jesús, regándolos con sus lágrimas y secándoselos con sus largos cabellos.
          La incomodidad del fariseo es patente y Jesús sale al paso y le cuenta un cuento de esos que Jesús sabía aplicar a las ocasiones: un prestamista tenía dos deudores, uno que debía una suma considerable y otro que le debía menos. No tenían con qué pagar y los perdona a los dos. ¿Cuál estará más agradecido?, pregunta Jesús a Simón. Y el fariseo responde que juzga que más agradecido el que ha recibido la condonación de una deuda superior.
          Pues exactamente: la mujer aquella debía mucho por su mala vida. El fariseo debía poco por su vida puritana. Pero a la hora de la verdad, la mujer se muestra mucho más generosa en su agradecimiento, haciendo con Jesús los detalles que el fariseo no ha sabido tener.

          Por eso –se dirige a la mujer y le dice-: tus pecados son perdonados. Tu fe te ha salvado. Volvemos, pues, a lo mismo: Jesús ha venido a los enfermos y pecadores y ellos lo han sabido captar.

2 comentarios:

  1. El Evangelio de hoy a mi me da algunas claves interesantes. La primera es: la actitud de Jesús que pasa por donde hay "un hombre" llamado Mateo que recaudaba impuestos. Llama la atención el hecho de que Jesús no le ignora sino que le busca. Ahí veo yo la actitud que deberían tener los Obispos y sacerdotes en primer lugar. Sin embargo esto se ve poco en nuestros días. El sacerdote normalmente aparece como que está en otra cosa. Algunos dedicados incluso a tareas burocráticas que le quitan el tiempo. Otros dedicados a otras tareas que bien podrían desempeñar seglares. Pero cuando uno se asoma a una Parroquia, el sacerdote parece una persona distante. Se rodea en todo caso de su círculo cercano, el de siempre, pero no va a buscar a los "Mateos", es decir no hace el papel de Jesús en ese sentido. Falta cercanía, falta confianza. Más pendiente algunos de las agendas que de la misericordia con el "Mateo". A "Mateo" le viene bien la llamada de Jesús. Y le sigue, pero el sacerdote hoy no veo que esté por esta labor. A lo sumo, llamadas generales desde la homilía, pero nada de cercanía, nada de contacto con esos seglares que se sientan allí en su Parroquia y a los cuales a lo mejor conocen de vista, pero con los que no hay contacto alguno.

    No hay interés por llamar a nadie. No hay interés por hacer discípulos, excepto las llamadas generales desde el Ámbon o la Sede.

    Y el Evangelio de hoy dice claramente que Jesús no es así. Es más, no se acerca Jesús al afín, sino que trata de dar confianza al que la gente normalmente descartaría.

    Claro, también tenemos la parte espiritual del mensaje del Evangelio de hoy. Que Jesús mismo en cualquier momento de tu vida te dice: "Ven y sígueme". Eso es muy bueno, pero no debemos olvidar que Jesús nos manda imitarle en todo.

    ResponderEliminar
  2. Creo que he borrado lo dicho siento no tener recursos informáticos suficientes para poder dar mi opinión completa sobre el comentario existente

    ResponderEliminar

¡GRACIAS POR COMENTAR!