miércoles, 8 de febrero de 2017

8 febrero: El corazón impuro

Liturgia
          Hay en la lectura de hoy (Gn 2, 4-9. 15-17) una aparente vuelta atrás sobre la narración que había concluido ayer con los 6 días de la creación. En realidad es que en el Génesis se han recogido dos tradiciones y que una completa a la otra. Sería algo así como encontrar el “detalle” de lo que se ha narrado “groso modo” en los “seis días de la Creación”. Hoy hablaríamos del “adorno” de la Creación. Está todo creado y todo dispuesto pero aún no ha empezado a funcionar. Y lo hace en el momento en que Dios envía la lluvia a la tierra y pone al hombre en medio para que él la cultive. La creación del hombre es descrita ahora con más detalle: Dios ha modelado el cuerpo de ese ser que va a poner al frente de la creación. Y una vez “diseñada su figura”, viene el momento sublime de dar vida y vida espiritual a esa “arcilla” inanimada. Dios sopla un aliento de vida en las narices de Adán. ¿Por qué en las narices? Porque es el orificio de entrada… Y Dios sopla, inspira, trasmite alma y alma espiritual que hace al hombre imagen de Dios. Y entrega al hombre toda la creación en sus manos, para que sea el hombre quien dirija la creación y la cultive y la haga crecer y desarrollarse.
          Pero la felicidad que Dios ha puesto en las manos del hombre no está predeterminada de modo que el hombre tenga que ser como un muñeco marioneta en manos de Dios. El hombre ha de ser dueño y señor de su vida, el que libremente acepte y acoja este regalo que Dios ha puesto en sus manos. Y el punto de elección se va a centrar en un solo árbol, entre millones, al que el hombre ha de respetar sin comer de su fruto: el árbol de la vida y de la ciencia del bien y del mal. El árbol del que el hombre no debe comer porque en ello le va la vida y la felicidad. El árbol que expresa lo bueno y lo contrario, porque no elegir lo bueno (el respeto a ese árbol) es el mal, lo malo.
          El autor del libro anda buscando la causa del mal que sufre el pueblo hebreo al cabo del tiempo. Y tiene que encontrar una causa. La causa del mal no es Dios (que todo lo hizo bueno). Debe estar en otra causa. Y el autor se va acercando a esa realidad.

          Jesús ha mostrado a los fariseos lo falso de ese “culto a Dios” que es vacío porque ha pospuesto el mandato de Dios por seguir las tradiciones de los hombres. Luego se retira de aquella situación y habla a las gentes y a sus apóstoles para enseñarles la verdad. Y toma el hilo de lo anterior: Nada que entra de fuera puede hacer impuro al hombre; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre.
          Y, aparte de lo que eso libera del tema material de los alimentos puros o impuros, o el comer sin lavarse las manos, Jesús se va mucho más al fondo de la cuestión y hace un elenco de impurezas reales que son las que manchan al hombre porque son situaciones que se albergan en el corazón.
          Yo siempre observo que no hay una gradación de mayor a menor o viceversa en la lista que ofrece Jesús. Lo que significa que la gravedad de esas realidades es la misma, y que la maldad del corazón se expresa indistintamente en unas cosas o en otras. Y así habla de los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad… Estoy seguro que cualquiera de nosotros pondría una diferencia de unas cosas y otras. Diríamos que no es igual un “mal propósito” que un homicidio, ni un adulterio igual que una crítica o difamación, ni una fornicación igual que un engaño, ni un robo igual que el orgullo… Nosotros estableceríamos una “escalera” de gravedades. Jesús no lo ha hecho. Jesús no se ha fijado en la “materia” sino en el origen: en el corazón. El corazón que ha sido capaz de lo uno es capaz también de lo otro. Y la suciedad e impureza del corazón difamador u orgulloso es la misma que la del fornicario u homicida.

          Cuando estamos asistiendo a una historia contemporánea en la que se pierden todos los límites y todas las barreras, no nos puede resultar extraño el modo de presentar Jesucristo la situación. La pérdida de la conciencia para andar enviciado el corazón humano, es la misma causa por la que hay violaciones y muertes violentas. Perdido el sentido “puro” del corazón, todo el instinto animal explota en el corazón humano. Las mafias que explotan y la pornografía que se extiende, la violencia que mata y la fornicación galopante, la tensión que se nos trasmite a cada noticia y los abusos de los políticos…, todo ello responde a una misma realidad: el corazón enfermo e impuro en el que ha entrado en vorágine el ser humano de nuestros tiempos. ¿Y la difamación, el orgullo y la frivolidad, que podrían parecer “efectos menores”?

1 comentario:

  1. Todos somos depositarios de los pecados capitales. Estos pecados capitales también son capacidades que si, les prestamos la atención debida, si no nos fiamos de nosotros mismos y pedimos ayuda al Señor y sabiduría para utilizar adecuadamente nuestra libertad, nos llevan a la santidad. Pero si no somos cuidadosos, si no les prestamos atención, nos pueden conducir a toda la lista de desórdenes que enumera el Evangelio. Sólo nosotros somos los culpables si nos equivocamos.Pero, si por desgracia somos débiles, hay una manera de reconstruir nuestras fuerzas: conducirlas hacia el amor a uno mismo y a los demás. Este trabajo es puro amor de Dios y, por lo tanto, está al alcance de todos.

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