lunes, 13 de febrero de 2017

13 febrero: El mal en acción

Liturgia
          Podría parecer que la historia del pecado y sus consecuencias  de expulsión del Paraíso estaba ya cerrada con aquel ángel con espada de fuego que cierra el camino al árbol de la vida. Sin embargo el autor del Génesis está sacando las consecuencias de aquella trágica realidad que ha llevado consigo arrebatar el fruto del árbol DE LA VIDA. Y lo expresa en la “historia” de Caín y Abel, aquellos dos primeros hijos de Adán y Eva. (Gn 4, 1-15. 25).
          Caín cultivaba la tierra. Abel era pastor de ovejas. Ambos hermanos ofrecieron por separado un sacrificio al Señor. Y mientras el de Caín pasó desapercibido, el de Abel agradó a Dios, porque había ofrecido la primicia de sus rebaños. Eso contristó a Caín, que andaba enfurecido y abatido. Dios le sale al paso y le hace caer en la cuenta de que todo tiene remedio, y que lo que le pasa es por no obrar bien. Pero que sigue siendo dueño de sus actos: puedes dominar el pecado  que acecha a la puerta.
          Caín está lleno de envidia. Invita a su hermano a salir al campo, y allí lo mata. El árbol de la vida roto tiene sus consecuencias en muerte, que ahora pueden constatar dolorosamente Adán y Eva. ¡Ya se lo había anunciado Dios!
El Señor viene a Caín y le pregunta: ¿Dónde está tu hermano? Y Caín, con insolencia y como queriendo desmarcarse de la situación, responde a Dios: ¿Soy yo, acaso, el guardián de mi hermano? A lo que responde Dios: La sangre de Abel clama a mí desde la tierra. Por eso te maldice esa tierra que ha abierto sus fauces para recibir de tus manos la sangre de tu hermano… Andarás errante y perdido por el mundo.
La reacción de Caín es muy típica y traduce la reacción de tantos y tantas que vendrían después, que acaban volcando contra Dios los efectos del mal que ellos han hecho: Hoy me destierras de aquí; el que tropiece conmigo me matará. Caín vuelve contra Dios el mal que le puede sobrevenir. Y Dios, defensor de la vida. Pone una marca a Caín para que nadie pueda matarlo.
Es lógico que a cualquier lector “lógico” se le venga a la mente que aquí ha fallado el autor porque ¿quién se va a encontrar con Caín si ahora mismo está solo en el mundo, salvo sus padres? El autor está mucho más allá de esas lógicas y lo que está poniendo de relieve es que Dios no castiga con la muerte al que ha sido capaz de matar. Que sigue siendo verdad que Dios no ha hecho el mal, ni lo quiere. Que a Dios le corresponde la vida y la defensa de la vida, aunque sea la de un asesino. Que Dios sigue siendo ÁRBOL DE LA VIDA y que sigue siendo siempre el autor del bien. “La tierra” sigue clamando por la sangre del que muere violentamente. Y que la ruptura del árbol de la vida ha desencadenado ya un cataclismo en la historia de la humanidad. Todo lo contrario de lo que había soñado Dios.

Mc 8, 11-13 es una nueva intervención de los fariseos que vienen a pedirle cuentas a Jesús. Tienen más que conocida la trayectoria de Jesús que va repartiendo bienes por donde pasa. Y eso les ha suscitado a los fariseos una duda. Pero no la resuelven analizando los mismos hechos que ya conocen y que les llevarían a descubrir que son las señales mesiánicas. Sino que se presentan a Jesús para pedirle un signo. Esta vez Jesús no les hace ni caso. Dio un profundo suspiro que expresaba su dolor interno y si indignación por tanta ceguera voluntaria, y dijo: esta generación reclama un signo. Os aseguro que no les dará un signo a esta generación. Y opta por ese procedimiento que es frecuente en él: embarcarse y marcharse a la otra orilla.
Es un relato breve pero muy expresivo. Quien no quiere creer no tendrá bastante con los signos que se le vienen a las manos. Pedirá siempre nuevos signos. Es inútil. A quien se cierra a la fe no le valen todos los signos del mundo. Y Jesús tiene ya más que visto que los fariseos no se abren en absoluto a querer conocer la verdad. Piden signos una y otra vez pero su corazón está cerrado. Por eso no se aviene Jesús a ese juego absurdo. Es que no merece la pena ni discutirlo. Y pone agua por medio y se marcha a la otra orilla.
Mi reflexión ante esta realidad es siempre la misma: la necesidad de tener el corazón abierto a la Palabra de Dios, aunque de momento no la entendamos. Nunca discutirla ni negarla. Lo que no entendemos no significa que no sea válido sino que nosotros no estamos aún en capacidad de comprenderlo. Que necesitamos entonces tener la humildad y la constancia de la oracion para rumiar aquello que no llegamos a entender. Ya se nos aclarará.

Pero que Jesús no se calle y se nos marcha a la otra orilla.

1 comentario:


  1. Siempre le pedimos a Dios pruebas y, aunque veamos resucitar a un muerto de cuatro días, seguimos pensando que ha sido Belcebú, como los fariseos. Cuando nos ponemos tan pesados y seguimos con lo nuestro, a pesar de experimentar la presencia de Dios a través de los hechos cotidianos, Jesús, cuando obramos así, pasa de largo.

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