lunes, 6 de febrero de 2017

6 febrero: Vio Dios que era bueno

Liturgia
          El pueblo hebreo se hallaba en unas condiciones dolorosas, con males que se les habían venido encima, que no podían encajar en su convicción cierta de un Dios bueno. Y buscó explicación de aquellos males que padecía. Y se remontó a los orígenes mismos del mundo, para hallar una respuesta.
          Y ya avanzada la vida de aquel pueblo, volvió atrás en su reflexión y fue componiendo la piezas del puzle. Y la primera pieza, naturalmente, tenía que ser el origen mismo de la vida, de la tierra, de la existencia humana. Y escribió esos impresionantes capítulos del Génesis que comienzan con la obra de la Creación. De lo que no puede dudar aquel pueblo es que Dios está en el origen. Es la convicción de que nada puede existir sin Dios. Y que Dios es previo a toda otra realidad. En medio de un caos informe (Gen 1, 1-19), Dios es el que va poniendo orden y belleza en una creación integral en que cada realidad va saliendo de la voluntad de Dios, cuyo Espíritu de vida se cernía sobre todo.
          Y Dios empezó por hacer una separación de la luz y de la tiniebla, el día de la noche. Siguió separando las aguas de lo que sería la bóveda del cielo, y luego separando el espacio del agua de lo que debía ser tierra firme: continentes y mar.
          Al día lo dotó del sol y a la noche de la luna y las estrellas, que regirían los ritmos del día y de la noche. Y a cada parte de estas creaciones y ordenaciones, Dios iba rubricando su obra con una afirmación: Y vio Dios que era bueno. ¡Eso es lo que le interesa al autor del libro! Era cierto que el pueblo sufría, que había fuerzas del mal que le llevaban a padecer. Pero quedaba por encima una verdad mucho más universal y básica: de las manos de Dios no salió nada malo. Todo lo que fue haciendo Dios…, y por tanto la creación entera, era bueno. Esa es la convicción del hombre primero: de Dios no puede salir el mal. No sólo es que no sale el mal sino que no puede salir el mal. Y este axioma fundamental es el que regirá el pensamiento del hombre hebreo y el que quiere trasmitirnos la revelación a través de los libros sagrados. No es que nieguen la existencia del mal. Lo que niegan es que ese mal que existe pueda venir de Dios.
          Habrá que seguir la “historia” del Génesis para hallar la respuesta.
          El evangelio de hoy  (Mc 6, 53-56) se produce al regreso del “lugar solitario” adonde Jesús había pretendido llevar a descansar a sus apóstoles. Ha omitido un episodio que sucedió a raíz de aquello (una de las tempestades en el Lago y Jesús caminando sobre las aguas) y se centra en el regreso de aquella travesía que acaba atracando en Genesaret.
          En cuanto desembarcaron, algunos lo reconocieron.  Jesús y los suyos se pusieron a recorrer toda la comarca, y cuando se enteraba la gente dónde estaba Jesús, le llevaban sus enfermos en camillas y los colocaban en las plazas. Es la historia repetida en los evangelios, con ese convencimiento pleno de las gentes de que Jesús no se resistía ante las necesidades que le ponían delante. Y Jesús pasaba por entre aquellos enfermos y los curaba. Había una seguridad en aquellos enfermos de que si llegaban a tocar siquiera su manto, quedarían sanos. Y lo intentaban con empeño y, de hecho, ocurría así. Es el efecto de la fe de quienes están convencidos de esa fuerza de bien que sale de Jesús, con sólo rozarle.
          Lo que suscita varias preguntas. Primera: la necesidad que tenemos de saber siquiera “rozar” a Jesús en nuestra fe y en nuestra oración. Porque hay “devociones” que ni siquiera rozan a Jesús: Se quedan en un ritual casi supersticioso de condicionamientos humanos. Como la nueva moda de sacar mil fotocopias de una supuesta palabra de Jesús sobre su misericordia. [Se vislumbra la perspicacia y osadía de un negocio nuevo montado sobre la buena fe y la ignorante fe de muchos creyentes].
          Una segunda pregunta va en la línea de no solo “rozar” sino de buscar la voluntad de Dios. Tener la Palabra de Dios para algo más que para orar. Que sea una oración que se pregunta: ¿qué me dice a mí esta Palabra?, ¿qué me pide esta Palabra? Es no contentarse con “rozar” el manto sino encontrarse con la Persona. Ir más al meollo del Reino que a sacar provecho de él.

          Y es descubrir el Corazón de la Persona, donde nos toca abismarnos y saber desaparecer, para que sea él quien nos vaya polarizando alrededor suyo. De ahí saldrá todo lo demás.

1 comentario:

  1. Jesús estaba cerca del que lo necesitaba. Se podía tocar su manto. No era engreído... a pesar de ser Hijo de Dios, se tenía por uno de tantos. Él no hacía como algunos poderosos que crean distancia, se endiosan. Conocen una caricatura de todos; Jesús cura y hace milagros porque conoce a la gente y conoce a cada uno por su nombre, conoce sus necesidades y acude a socorrerla sin condiciones.Él no tiene intermediarios, no tiene secretario, atiende personalmente las llamadas.El Señor nos sondea y nos conoce...

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