miércoles, 15 de febrero de 2017

15 febrero: Veía con claridad

Liturgia
          Pasados 40 días, Noé abrió el tragaluz y soltó al cuervo…, y después soltó a la paloma para ver si el agua sobre la superficie de la tierra estaba somera. La paloma no encontró dónde posarse y volvió al arca. Esperó Noé otros siete días y de nuevo soltó a la paloma, que volvió al atardecer con una rama de olivo en el pico. Noé comprendió que el agua estaba somera. Esperó otros siete días y soltó a la paloma que ya no volvió. Con esta belleza, una narración casi poética, Gn 8, 6-13. 20-22 nos narra el proceso de Noé para averiguar que ya podía salir del arca. Un occidental hubiera puesto a Noé asomándose al tragaluz y comprobando por sí mismo. Pero lo hace con la imagen repetida de la paloma, imagen que va avanzando hasta ese momento en que la paloma tiene dónde posarse y ya no regresa al arca.
          Finalmente Noé se asoma y comprueba. Noé sale del arca, construye un altar y ofrece un sacrificio al Señor con animales puros de los que había conservado en el arca.
          Y el Señor acepta el sacrificio como aroma que aplaca, y promete que nunca más habrá un diluvio sobre la tierra, aunque el corazón humano piensa mal desde su juventud. Pero mientras dure la tierra, no le ha de faltar siembra y cosecha, frío y calor, verano e invierno. La vida va a desenvolverse normal, por lo que toca a la acción de Dios y de la naturaleza.
          El evangelio de Mc 8, 22-26 es un evangelio muy expresivo. Jesús ha llegado a Betsaida y allí le presentan un ciego, para que Jesús le toque y así lo cure. En el primer blog en que yo participé, un blog laico (cuando menos) yo conté esta historia con una ficción que se me ocurrió. La transcribo aquí ahora: Me llega otra historia, del eminente oftalmólogo J de Shalom, que salió de excursión con unos amigos y vinieron a toparse con un invidente. Hubo curiosidad entre los acompañantes sobre qué reacción produciría aquello en el amigo.
             Sin aparatos, sin instrumental, salvo una bolsa de campaña que siempre llevaba consigo, examinó al hombre. Pensó. Los amigos observaron su gesto y lo jalearon.  En un improvisado quirófano bajo el potente foco del sol en su cenit, le extrajo las enormes cataratas que le impedían la visión. Dejó un espacio prudencial de tiempo.  Y luego le preguntó si veía.  El hombre dijo que veía unas vacas muy próximas pero como bloques que se movían.  J de Shalom se fue directo con sus dedos hacia los ojos del paciente y le aplicó sus pulgares a los párpados durante un rato, como quien hace pasar su propio calor a los ojos enfermos. Los amigos contenían el aliento.  Cuando retiró sus dedos, el hombre dijo que veía, y que aun a distancia distinguía bien.
             El oftalmólogo se limitó a recomendarle que no entrara al pueblo porque los polvos de los silos y los humos de las chimeneas le perjudicaban.
             Eso era verdad.  Pero en el fondo era también la sencillez del médico, que prefería pasar desapercibido y no quería el aplauso de la gente.  Y era también verdad que aquel que había sido invidente, se había entregado con fe en el hombre que se ofreció a intentar curarlo. Hasta aquí, la ficción.
          Vamos ya al hecho: como vimos en el sordomudo, Jesús separa al enfermo del grupo de la gente, llevándolo de la mano. Y cuando están a solas, Jesús le toca con saliva en los ojos. Le impone después las manos y le pregunta al ciego: ¿Ves algo? El ciego empezaba a distinguir los bultos, y respondió: Veo hombres que me parecen árboles…, pero andan. Ve algo. No ve todavía la realidad. La visión aún no es completa, ni mucho menos perfecta.
          Nuevamente le pone la mano sobre los ojos; el hombre miró y estaba curado: Veía con toda claridad.
          Cabe la pregunta: ¿por qué el Señor no lo hizo todo de una vez, como lo hacía en otras ocasiones? La razón hay que buscarla en el paralelismo que hay entre visión y fe, o entre ceguera y falta de fe. Y detrás de esa curación por etapas está la realidad normal de un proceso de fe. Las llamadas de la Palabra de Dios no se descubren a la primera de cambio. A la Palabra de Dios hay que ir una y otra vez. Y cada vez que se acude a ella puede irse haciendo más luz.

          Esta experiencia es evidente. Nadie ha nacido sabiendo, ni nadie se ha adentrado en el evangelio de pronto y en todo. El proceso de meditación es un proceso por etapas en las que se va descubriendo un poquito cada vez. Empieza uno por no ver, por no saber sacar nada. La mano de Jesús se va poniendo sobre los ojos de nuestra fe y capta uno pequeños detalles…, hombres que parecen árboles…, pero que andan. Y luego se va clarificando más y acaba viéndose con “claridad”. ¿Por qué lo pongo entrecomillado? Porque aun cuando se ve “con claridad”, no se ha llegado al final. Cada vez habrá algo más que descubrir. Es la diferencia con el ciego de la vista que acaba viendo, y que ya ve bien y no va a ver mejor. En cambio con la fe siempre cabe algo nuevo… Dios es demasiado inabarcable para pensar que hemos llegado al final. Por eso siempre cabe más. Y es el gozo de la oración que va dejando ver cada vez más luz.

1 comentario:

  1. La curación del ciego de Betsaida, también es una catequesis, como lo es la curación del ciego de nacimiento que leemos en el evangelio de Juan. Hay que caminar con Jesús al ritmo que Él nos marque; necesitamos su compañía, sentirle cerca...,ser muy humildes; reconocer que sin Él no atinaríamos con el sendero de la VIDA, y nos podríamos perder para siempre. Aprender a mirar con los ojos de la FE no es nada fácil porque se corre el riesgo de confundir lo trascendente con lo que es meramente cultural. La conversión es posible cuando conocemos las maravillas que hace Jesús.

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