lunes, 3 de junio de 2019

3 junio: Oír hablar del Espíritu Santo


LITURGIA
                      Entramos en la semana definitiva para la vida de la Iglesia, porque desembocará en la venida del Espíritu, que es el momento decisivo en la constitución de la Iglesia. Hasta entonces los apóstoles han oído a Jesús. Han entendido lo que han podido entender pero la verdad es que se han quedado sin entender el meollo de la enseñanza y del planteamiento de Jesús. Ya se lo ha avisado él muy claramente: conviene que yo me vaya porque si no me voy no os envío al Espíritu Santo que es el que ha de conduciros a la verdad completa. Esa realidad es la que una vez más aparece en el evangelio de hoy (Jn.16,29-33) en el que los apóstoles cantan victoria porque ahora Jesús les está hablando del Padre sin  comparaciones, y Jesús tiene que hacerles bajar de la nube: ¿Ahora creéis? Pues mirad: está para llegar la hora –mejor: ya ha llegado- en que os disperséis cada cual por su lado, y me dejéis solo. Una clara profecía de lo que va a ocurrir en la Pasión. Y es que entonces aún no han recibido al Espíritu Santo y se desenvuelven según les van viniendo los acontecimientos.
          Jesucristo sabe que no está solo porque aun en los peores momentos está el Padre con él. Os he hablado de esto para que encontréis la paz en mí. No la vais a encontrar en lo que va a suceder que os va a ser contrario. Pero EN MÍ debéis seguir confiando porque yo he vencido al mundo. Ese mundo os va a traer luchas, pero tened valor.
          Bien sabía el Señor que aquellas palabras suyas no tendrían eficacia en medio de las realidades humanas que amenazaban a sus discípulos. Pero él siembra, y cuando venga el Espíritu Santo, todo será nuevo y la palabra de Jesús se convertirá en fuerza en el corazón de aquellos hombres.

          Un caso concreto es el que nos narra el libro de los Hech.19,1-8 con Pablo y Apolo como paladines del mensaje cristiano, Apolo en Corinto y Pablo en Éfeso. Allí encuentra Pablo unos discípulos a los que les pregunta si recibieron al Espíritu Santo al aceptar la fe, y les responden que ni siquiera hemos oído hablar del Espíritu Santo. Tan sólo habían recibido el bautismo de Juan.
          Pablo les explica que aquel bautismo era sólo un signo de conversión, pero que el propio Bautista enseñaba que tenían que creer en el que venía detrás de él, es decir, en Jesús. Entonces se bautizaron en el nombre del Señor, y cuando Pablo les impuso las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo de modo que empezaron a profetizar. Era precisamente la llegada a ellos de ese Espíritu Santo el que les incorporaba a la verdadera fe, a la enseñanza de Jesucristo.
          Eso nos pone delante a todos nosotros la necesidad de disponernos a ser tocados por el Espíritu. Empieza con el Bautismo, sigue en la Confirmación, ese sacramento al que posiblemente no se le da el puesto que debe tener, cuando se aplica en edades y situaciones más rituales que reales. Es el Sacramento del Espíritu y sería una pena que nuestros confirmandos vinieran a decirnos un día que “ni siquiera han oído hablar del Espíritu Santo” porque se les habló de el cuando aún no tenían su fe medianamente asumida y sus conocimientos aún no madurados para poder comprender de qué se les hablaba.
          Los tiempos actuales, con la falta de base de fe familiar, de modo que la fe no ha entrado por el oído, como dice Pablo, requeriría de una capacidad para personalizar la fe incipiente que trae la mayoría, y ahí poner la carne en el asador en unas catequesis muy serias y muy profundas, en las que se hiciera un reciclaje de las verdades esenciales de la fe y del sentido del Magisterio de la Iglesia, para no encontrarnos con unos cristianos que llevan tan cogidas las cosas con alfileres, que al final están al borde de la enseñanza magisterial de la Iglesia de Jesucristo, a la que prestan un valor solamente relativo y en función de que encaje con los criterios mundanos que tienen tanta fuerza mediática y ambiental.
          No hay más que ver la cantidad de cristianos que está viviendo al margen de la doctrina moral y de los valores substanciales que enseña el Magisterio y los mismos principios dogmáticos que habría que tener arraigados en el fondo del alma.
          Quiera el Señor hacer del PENTECOSTÉS que se avecina una llamada honda en muchos corazones que, movidos y motivados por el Espíritu Santo, vivan la VERDAD COMPLETA, y no las medias verdades a las que la vida nos tiene tan acostumbrados.

2 comentarios:

  1. La fe, dice la Palabra, entra por el oído. Al oír la predicación de la Palabra de Dios la fe crece, o mejor dicho, puede crecer. Pero para que crezca hay que creer primero. La fe, como semilla es un don de Dios, pero dicha semilla no basta si no crece y se desarrolla. Rechazar o acomodar las enseñanzas de la Iglesia (el Magisterio) a lo que cada cual se sienta más cómodo no es razonable. O se cree, o no se cree. La solución para nuestros días no es fácil, pero sin duda, un instrumento como este blog por ejemplo, es uno de los caminos de nuestro tiempo para acercar la fe por la predicación a los que están también afuera.

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  2. Ana Ciudad3:40 p. m.

    Después de la Ascensión de Jesús al Cielo, loa Apóstoles se marcharon a Jerusalén en compañía de Santa María.Junto a Ella esperarán la venida del Espíritu Santo.Dispongamonos nosotros también en estos días a preparar la fiesta de Pentecostés muy cerca de nuestra Madre.

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