martes, 11 de junio de 2019

11 junio: Sal y Luz


LITURGIA
                      Es la conmemoración de San Bernabé, un apóstol que no es del grupo de los Doce, pero que fue pieza importante en la labor de San Pablo. Celebramos su “memoria litúrgica” y mantenemos el orden de las lecturas continuas.
          2Co1,18-22 comienza con una afirmación de mucho fuste: Pablo, el que se presentaba ayer como apóstol por elección de Jesucristo, hoy les dice a aquella comunidad de Corinto que la palabra que os dirigí no fue primero ‘sí’ y después ‘no’, lo cual es ya una advertencia a la firmeza de la doctrina que les ha comunicado. Jesucristo, les dice, fue siempre un SÍ…, un ‘Amén’ a Dios, y Dios es quien nos confirma en Cristo a nosotros junto con vosotros, y ha puesto en nuestro corazones como prenda suya al Espíritu. Todo ello va dirigido expresamente a hacer valer la autoridad de la Palabra que les trasmite.

          En el evangelio comienza el desarrollo de la Constitución del Reino de Dios. Mt,5,13-16 es el muy conocido texto en el que Jesús define al “pobre”, el seguidor de ese Reino. Es el que es sal de la tierra y el que es luz del mundo.
          ¿Qué es ser SAL? La sal es un condimento que da sabor, que influye directamente en el sabor de los alimentos, y los hace de buen paladar. El “pobre” seguidor de Cristo es el que deja buen sabor por donde pasa, y “agrada al paladar de Dios”: hace sus obras agradables a Dios. Vive su reino.
          Pero hay más: la sal se emplea como preservador de ciertos alimentos crudos para que no se pudran. Evita la putrefacción. El que sigue al reino de Cristo no deja que se pudra en él –y cuanto sea posible en otros- el fruto diario de esas bienaventuranzas que se han trazado como grandes avenidas a través de las cuales ha de caminar el seguidor de Jesús.
          Juntamente la sal efectúa un efecto “curativo”. Evita la putrefacción curando y haciendo que determinados alimentos se hagan aptos para el consumo mediante un proceso de salinización.
          Por eso es vocación cristiana ser SAL de la tierra, con sus diversas funciones, en el caminar diario y la traducción a la vida práctica de esa comparación que Cristo  ha señalado. Y cuanto es posible, el que es sal en su ambiente, es trasmisor hacia afuera de las influencias que pueden llevarse a otros, los que están cerca, por el testimonio, la palabra y los hechos ejemplarizantes. Y a los que están lejos, por el testimonio y la oración, y por la propia fidelidad que debe resaltar poniendo “buen sabor” y avisando de los focos de pus que hay en la vida.
         
          También ser LUZ. Primero porque Jesús  dice de sí mismo que es LA LUZ y que el que camina en la luz no admite tiniebla alguna. Y también dice que ha venido a traer fuego a la tierra y sufre ansias hasta que la tierra sea pasto de esas llamas.
          La Luz, pues, encierra dos modalidades: LUZ Y FUEGO. Luz que ilumina y fuego que emprende. Luz desde lo estático del foco que se pone sobre el candelero para que alumbre a toda la casa, y fuego que es fuerza arrasadora que tiene tendencia de abrasar cuanto encuentra a su paso.
          A la LUZ compara Jesús al seguidor del Reino, y lo define: Vosotros sois la luz del mundo. Y no concibe Jesús una luz que se oculta sino que la luz está para iluminar. Así debe ser el que entra en el Reino: tiene que ser foco que alumbre a todos los de la casa…, a todos los que se ponen bajo la influencia de ese seguidor del Reino.
          Y así es menester que alumbre vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y alaben al Padre que está en los cielos. Porque ese es uno de los efectos de nuestro ser luz: que Dios es mejor reconocido por las obras ejemplares que hacemos. A Dios no lo ha visto nadie. Pero sus obras se hacen visibles en las obras de luz de sus adoradores. Dios no es visible, pero las obras de los creyentes, que guardan sus mandatos y preceptos, le hace conocido y por los efectos, se descubre la Causa.

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