MES del
Corazón de Jesús.
Consecuencia
y continuación de lo de ayer (“pasó por el mundo haciendo el bien”) surge esta
segunda parte en la exposición, cuando quiere uno entrar y adentrarse en el
Corazón de Jesucristo: “curó toda enfermedad y toda dolencia”. Y los evangelios nos hablan de ciegos y de
paralíticos, de cojos y de leprosos, de mancos y de encorvados, de epilépticos
y de poseídos del demonio, de hemorragias y de sordomudos. Y nos habla de
pecadores (que era la forma que englobaba todas las otras enfermedades, en el
sentir popular).
Curaba
Jesús a dos manos: con la derecha, de terciopelo, a quienes venían a Él
abandonados en sus manos, en súplicas humildes de quienes se reconocen
enfermos. Con la “mano izquierda”
–aparentemente más dura- cuando el enfermo era hipócrita, soberbio, engreído,
subido a su pedestal, con una especie de “conciencia mesiánica” que pretendía
saber más que Jesús. Sus discusiones con
los fariseos y doctores no eran agresivas ni pretendían zaherir. Su acuse de
“Satanás” a Simón, su discípulo, no era para “apartarlo” de Él. Su negativa a
dejar su labor para ir a ver a su madre, no era un desprecio. Era esa “mano
izquierda” que tiene que entrar de modos menos suaves con los recalcitrantes,
pero Jesús busca igualmente la curación. Quiere curar toda enfermedad y toda
dolencia.
Y
hay dolencias que el enfermo las presenta porque se siente enfermo, y ahí es
más posible al médico aplicar el remedio. Y hay dolencias que el enfermo
oculta, y poco puede entonces hacer el médico. No hay peor enfermo que el que
no reconoce su enfermedad.
Eso
se da unas veces en “enfermos” en plenas facultades mentales. Otras veces en
los que ya no las tienen así. En los
primeros, mal que bien se les puede ir conduciendo hacia una reflexión, una
toma de conciencia, un comprender que mientras no reconozcan y acepten su
enfermedad, el médico tantea y no puede curar debidamente.
En
los segundos, poco puede hacer el médico. O tales enfermos no obedecen, no se
toman la medicina correspondiente, tiran por sus caminos, son víctimas
precisamente de su enfermedad. Como
aquellos vecinos de Gerasa que, en vez de tomar la medicina, acabaron
pidiéndole a Jesús que se marchase de allí. Jesus ha de tomar el camino de pasar a la ribera opuesta. Y hasta es
posible que eso ya sea una manera de aplicar “medicina”, porque si el médico no
es aceptado u obedecido, lo que no puede es empeñarse él en curar a quien no
quiere curarse. Y a veces es saludable
ese “paso a la ribera opuesta” porque puede ser el toque de atención serio a
tales enfermos para que se ayuden a comprender que quedan desahuciados y no por
culpa del médico.
LITURGIA
San Pablo está adentrándose en el problema de
la comunidad de Corinto, y lo primero es exhortar
a no echar en saco roto la gracia de Dios (2ª,6,1-10). Ahora es tiempo de gracia, día de salvación. Y para no poner en
ridículo la obra de Pablo, tienen que acoger su enseñanza, puesto que Pablo ha
dado pruebas de sinceridad y de haber padecido por la fidelidad al evangelio, empuñando con la derecha y la izquierda las
armas de la salvación, aunque no por eso ha sido bien acogido. Y así lo
expone con fuerza al final de este párrafo de su carta.
En el evangelio (Mt.5,38-42) Jesús explicita el modo de
relacionarse unos con otros. Estaba
escrito: “Ojo por ojo, diente por diente”. Un principio que llevaba cierto
aire de venganza pero que originalmente era una manera de atemperar la
reacción: Nunca hacer más daño del que uno recibe.
Pero para Jesús aquello ha de ser superado con otro
principio complementario y correctivo: No
hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla
derecha, preséntale también la otra. Y va concretando una serie de
situaciones en las que la manera de responder debe ser siempre más generosa que
el mero responder en la misma medida. Quiere Jesús que se vaya a más en la
generosidad, y lo expone con su tendencia a lo extremo para hacerse entender.
Por eso no enseña Jesús que haya que dejarse abofetear sino
que no haya nunca una reacción vengativa. En el “presentar la otra mejilla” hay
una exhortación a buscar la solución. Es un modo de desarmar la violencia del
que abofetea, porque lejos de presentarle cara, quiere uno avenirse a
razonamientos, propios de personas civilizadas.
Por tanto, la aplicación de este evangelio tiene que hallar
la traducción oportuna en nuestras reacciones, y que siempre la actitud humilde
que no se enfrenta, es un modo mucho más humano de proceder. Y por supuesto, el
modo evangélico.
Observando el modo de actuar de Jesús, podemos llegar a comprender muchas cosas. Jesús es el mismo ayer, hoy y por siempre, y sigue queriendo la cura del necesitado. Pero como se ha dicho, es imprescindible reconocerse necesitado de sanación.
ResponderEliminarDesde muy joven he tenido la certeza de que la violencia engendra un acto igual o peor del otro, y Jesús nos lo enseña así. Eso no significa que uno no pueda caer alguna vez en algún exceso. No dar mal por mal. Es decir, responder positivamente a quien te agravia. No dice Jesús que sea sencillo lograrlo siempre y en toda situación, sólo dice que es lo que tenemos que hacer. Tampoco dice Jesús que no vamos a sentirnos interiormente mal cuando nos agravian. Veo que Jesús tenía dos formas: poner la otra mejilla, como se ha explicado, y cambiarte de orilla para evitar males mayores. En unas ocasiones será más pedagógico y beneficioso lo primero, y e en otras, lo segundo. Lo que hay que evitar el abofetear al que nos abofetea.
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