SAN PEDRO Y SAN PABLO
Hoy celebra la Iglesia Católica la
solemnidad conjunta de los dos grandes apóstoles Pedro y Pablo. Pero, elegido por Jesús como la ROCA sobre la
que se edifica una Iglesia que no se tambalea frente a los huracanas. Y Pablo, “vaso
escogido” por el propio Jesús, después de su Ascensión al Cielo. Y es una pieza clave para abrir a la Iglesia
a los pueblos no judíos…, a los gentiles. Ambos apóstoles, considerados columnas de la
Iglesia que, sin empequeñecer a ninguno de los otros, vienen a ser como las
piezas claves de este edificio espiritual, en el que Cristo es la Piedra
angular.
En la Liturgia solemne del día, con
Gloria, Credo y tres lecturas, dos de ellas se refieren a Pedro muy
directamente y una a Pablo. La primera da una clave esencial: Pedro, prisionero,
es liberado por “un ángel” que lo saca por los pasillos y puertas de la misma
cárcel, en la que los cerrojos y las mismas puertas se van abriendo por sí
solas. Y Pedro se encuentra en la calle,
casi sin acabar de creérselo. Bien puede ser un signo de LA LIBERTAD que Cristo
viene a traer, y que es la propia de una realidad cristiana, que no debe estar “encarcelada”,
y menos por hombres. El mismo Pedro es
el que recibe –mientras acompañaba a Jesús por aquellos caminos- la revelación
de Dios para ver en Jesús, el que
era hombre, el que se cansaba y sufría o gozaba, al Mesías, el Hijo de Dios vivo.
Era algo que sobrepasaba la visión humana…, lo que se podía ver con los
ojos y palpar con las manos. Era, como
le dijo Jesús, la elección para ser PEDRO (=ROCA), fundamento permanente de una
Iglesia que fundaba Jesús, el Hijo de Dios, sobre la pequeñez aparente de uno
hombre…, de unos hombres.
Pablo ocupa la atención de la 2ª
lectura y es uno de esos bellísimos párrafos bíblicos en los que un HOMBRE
LIBRE, con la libertad de hijo de Dios, la que da Cristo…, la que da haberse
fundado no “en la ley” y la materialidad de los cumplimientos, SINO EN LA
GRACIA QUE VIENE DE DIOS (a la que él corresponde con todas sus fuerzas, hombre
libre –digo- que en su antesala del martirio por amor a Jesucristo, puede mirar
a su vida como el corredor que ha cubierto su carrera…, el combatiente que ha
triunfado en su lucha…l creyente que ha mantenido su fe. Y sin remilgos ni falsas humildades, ahora mira
hacia el momento de mi partida” como
quien aguarda la corona merecida.
Hasta llama la atención que hable de “merecimiento” quien sabe que todo lo debe a LA GRACIA DE DIOS EN ÉL.
Pero ahí está la grandeza del hombre libre, sin prejuicios, sin temores de ser
malinterpretado…; el hombre que puede
llegar al final de su trayecto, siendo como un trasunto del propio Jesús que
muere entregando su Espíritu al Padre,
a sabiendas de que TODO LO HA
CUMPLIDO. Por supuesto que –así concluye Pablo- el Señor me ayudó y me dio fuerzas para anunciar íntegro su mensaje.
Aquí, pienso que hay una clave muy seria: “íntegro”, sin parcializar,
sin traer el agua a su aljibe. Sino en la fidelidad de haber ido a tumba abierta
en la defensa de la verdad. Y DE LA
LIBERTAD DE LOS HIJOS DE DIOS, que es donde se manifiesta el espíritu de Jesús.
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