LA COMUNIÓN COMO ESPACIO DE
ORACIÓN
Cuando traté el ACTO
PENITENCIAL en la Misa ya advertí el poco valor práctico que se le da a ese
momento, por otra parte de tanto sentido al comienzo de la celebración, porque
poco habrá de asamblea cristiana mientras los fieles no hagan parada consciente
y seria de aquellas realidades de su vida diaria que chocan frontalmente con el
sentido de amor cristiano que debe presidir la vida auténtica en seguimiento de
Jesús, en verdadera actitud de comunión.
Traigo a colación ese punto
porque ya hablábamos de comunión, que
entonces expresaba la necesidad de sobrepasar los egoísmos, los “tuyos y mío”,
que desunen y rompen la posibilidad de UNIÓN: un solo corazón, una sólo pensar y sentir, solo Bautismo, un solo Dios
y Padre.
Pero es que ahora estamos en
el mismo momento sacramental de la COMUNIÓN, que debe presuponer como adquirida
esa unión de ánimos y voluntades. Y sólo desde ahí, acercarse a Comulgar el
Cuerpo y Sangre del Señor.
Y ahora, ahí, en ese momento
en que Jesús Sacramentado vive y se aloja en la persona creyente cristiana, es
momento de silencios y tranquila oración, espacio de ahondar en lo que
ese Jesús que está dentro de mí, me dice, me suscita, me enseña, que ayuda y
exige para esa progresiva transformación de mi vida, mis sentimientos y mis
actitudes. Para irme haciendo OTRO
JESÚS.
Ya dije que no es que no se
tenga ese momento como acción de gracias, como momento propicio para pedirle al
amigo cercano la ayuda que necesitamos.
Pero el mayor tiempo posible ha de ser una reflexión honda sobre qué es lo que HOY me está diciendo este
Jesús, que ha dicho algo a través de su Palabra, como parte esencial de la
Celebración eucarística.
Tanto para el ACTO
PENITENCIAL como ahora en ese silencio que debe haber tras la COMUNIÓN, se topa
el celebrante con una real o imaginada prisa
de los fieles, que han llegado a la Misa con el tiempo justo para OIR MISA,
y casi llevan cronometrado si “el cura es más largo o más corto”. Unos porque
tienen la cita con el médico, y otros por el horario del autobús, los unos
porque tienen que salir disparados para dar sus clases, y otros porque dan por
suficiente (y “pasado” el dar media hora al Señor, el hecho es que el
celebrante puede pensar que ha de hacer diversas opciones: no explicar nada de la Palabra…; acortar
hasta el ridículo el acto penitencial, al que no da apenas tiempo para que se
recoja el fiel…, “aligerar la Plegaria” tomando la más corta o tomando cierta
carrerilla…, o aquí en este momento que sigue a la Comunión, en que ya –reloj en
mano- debe ver si le queda un minuto o tres para “cumplir su media hora”. Y da pena que
así sea, pero lo que es deprimente es que los fieles –tras el acto de recibir
la Eucaristía-, ya hayan tomado posiciones
de salida, para poder llegar antes al picaporte de la iglesia y salir los
primeros.
¿Pensáis que no es una carga
penosa cuando esta situación se presente como habitual?
LITURGIA DEL DÍA
Domingo 11-B del TIEMPO
ORDINARIO. Ya volvemos a la vida normal de un calendario sin domingos
especialmente festivos.
Desde la 1ª Lectura ya se
vislumbra qué Evangelio va a tenerse.
Aquel árbol del que se corta una rama tierna de la parte más alta, y tal
rama, sembrada en otro lugar, acabada siendo un árbol recio como un cedro, está
llamando a determinado tema evangélico.
Se introduce con esa parábola
corta, rica en contenido y significado, de la semilla que el labrado echa en
tierra, y ahora la semilla –ella sola- va desarrollando su ciclo sin que el
labrador intervenga ni se pueda explicar cómo crece, matea, echa el tallo y la
espiga… Estaba Jesús explicando la
gratuidad de la Gracia de Dios, que no depende de ningún esfuerzo del
hombre. Tampoco el labrador se podrá
cruzar e brazos, porque todo buen agricultor va llevando sus labores propias de
regar, abonar, escardar para eliminar malas hierbas, o quitar piedras que
ahogarían el crecer e la planta. Pero más allá de eso, ya no puede hacer sino
esperar…, y pedir a Dios qu envíe buenos tiempos para que la cosecha pueda
desenvolverse. Al final mete al hoz y siega, recoge y almacena. (Esa labor sí le toca hacerla, y le requiere
una actividad muy fuerte y seria).
Pero aún queda algo
más. Es cierto que la semilla necesita
sembrarse, como aquella rama tierna necesitó plantarse. Pues, siendo la semilla
de la mostaza –más propia de aquellas latitudes palestinas- tan pequeña…, la
más pequeña, una vez que se siembra crece tanto que hasta los pájaros de toda
especie anidan en ella, y se hace un arbusto considerable.
Ese es el REINO DE DIOS, la
realidad de la fe cristiana y del vivir cristiano. Lo que sembramos no es casi imperceptible. “Nadie, por mucho esforzarse, puede añadir un
día a su vida” (o un milímetro a su estatura). Pero la fuerza dinámica del Reino…, de la
Palabra de Dios y la acción de Dios, hacen crecer en cada alma lo más
insospechable. Muchos “colores” y plumajes diversos…, deberán ir anidando
allí. Nadie queda excluido. Hay mil posibilidades y pueden ser variadas.
Lo importante es que ese REINO DE DIOS sea realmente lo que es y haya podido
crecer lo que debe crecer, según el punto que Dios va dando a cada alma. Y como buen árbol, un día vendrá el dueño a
buscar su fruto. Es lo que ha dejado
como final la 2ª lectura.
Este tema me toca hondo. Siempre me ha llamado la atención de ver una iglesia llena hasta el coro en un día laborable, y luego otros días laborables verla casi vacía. Cuando está casi vacía uno piensa que es que la gente tiene otras ocupaciones que les impide, pero cuando llega una fecha señalada como los fieles difuntos, u otra, las iglesias se suelen llenar bastante. Tal vez sea un motivo de reflexión especialmente para los que no tienen costumbre de participar en la Misa con frecuencia, como hacían los primeros cristianos (ver libro de Hechos de los Apóstoles). Es maravilloso poder ir a Misa cada día, aunque el precepto sólo obligue los domingos. Yo no voy a Misa porque me obliguen, sino porque quiero, y de hecho la Iglesia no me obliga sino que me da libertad para ir o no ir incluso los domingos, eso si, sabiendo que existe un precepto que se puede cumplir o dejar de cumplir, y cada uno da cuenta de sus propias obras. Doy gracias a Dios por su bondad con nosotros.
ResponderEliminarEn cuanto a la comunión, si no nos sirve para estar en paz con los hermanos y en paz con Dios, si mantenemos las rencillas y los rencores, hacemos acepción de personas dentro de la Asamblea, miramos mal, pensamos mal, criticamos al otro, lo matamos en el corazón, ¿ alguien cree que esto puede dar alegría al Sagrado Corazón de Jesús, es decir, a Dios?
Pero gracias a Dios, por aquellas personas que se acercan a la comunión con verdadero espíritu de arrepentimiento, y que han comprendido que si rechazas al hermano a quien ves, ¿cómo puedes acoger en tu corazón a Jesús, al que no ves?, ¿al que es amor, al que te perdona si tu perdonas, pero no te puede perdonar si tu no perdonas?
Gracias a Dios por aquellos que no llaman "mío" a nada, sino que todo lo entregan, como hizo Jesús.
Si eres de esos o de esas, enhorabuena. Dios te bendiga.
Gracias por vuestras reflexiones, P. Cantero y Francisco Javier. Es cierto, cuántas veces nos "escasea" el tiempo para Dios y realmente... esos minutos que racaneamos, ¿dónde van a parar? ¿que es tan urgente que nos lleva a despedirnos de Dios con tantas prisas?
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