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Corazón Eucarístico de Jesús, que habiéndonos amado toda tu vida, al fin de ella llegaste al exceso del amor quedándote con nosotros en la Eucaristía, hecho alimento y fuerza de nuestras almas y viático para andar el camino del Cielo.
Por ese deseo tuyo de quedarte con nosotros, has llegado a tu más grandiosa pequeñez, en la pequeñez de la Hostia blanca del Sagrario. Te ofreces al abrazo nuestro, a la unión y al diálogo constante en la soledad del Tabernáculo. Y habrías instituido este sacramento por el solo placer de alojarte en un alma.
Todo esto es un sueño tan maravilloso, que no tiene más explicación que el ansia infinita de quedarte con nosotros hasta la consumación de los siglos.
Danos a sentir, Señor, este misterio de tu presencia, para que nuestros pasos giren alrededor de Ti, para que tu Sagrario sea el rincón amado de nuestra intimidad, estemos sanos o enfermos, en medio de triunfos o de fracasos, de felicidades o de dolores. Que tu Santísimo Sacramento sea el móvil de nuestras acciones, aspiraciones y sacrificios.
Ante Ti, tan presente y tan nuestro, traemos el pobre tesoro de nuestra sinceridad y de nuestros quehaceres pequeños. Ponlos, Señor, junto a la ofrenda que cada día hace el sacerdote en la Patena, para que al bajar Tú a ella cada día, obres también en nosotros esa transustanciación de nuestro ser en Ti, que es el ideal de toda nuestra vida.
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