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Corazón de Jesús: nosotros hemos aceptado
los misterios de la Trinidad y de la Eucaristía, con amor y sin
escandalizarnos. Pero hay un misterio tuyo, el misterio de la Cruz, ante el
que sentimos un estremecimiento de repugnancia y rebeldía.
Tú,
varón de dolores, hecho al desierto, al odio, a la sed y a la intemperie; Tú,
que con las privaciones de tu vida y el exceso de amor del Viernes Santo
trazaste unos incomprensibles caminos nuevos: haz que comprendamos el sentido
del dolor, eso nuestro, tan nuestro, que tiene el insospechado destino de
completar tu Pasión.
Para
comprenderlo, ayúdanos a ponernos al ritmo de tu Corazón traspasado y al ritmo
de esta hora de dolor que vive el mundo.
Otórganos
aceptar gozosos toda la dureza de nuestra vida, inflexibles en nuestras
renuncias, austeros nosotros mismos, y, con nuestro ejemplo, predicadores de
penitencia.
Unidos
a Ti, Hostia Pura, Santa e Inmaculada por la abnegación propia, por el
voluntario ejercicio de la penitencia y por la expiación de los propios pecados,
haremos de nuestra vida un holocausto continuado que se consuma en tu honor,
como amor que cubra todos los pecados que hieren tu Corazón Divino traspasado.
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