EL CUERPO DE LA PLEGARIA
Iniciada con el PREFACIO, solemne
alabanza a Dios, acabará con otra inmensa alabanza conclusiva POR CRISTO, CON ÉL
Y EN ÉL (=doxología), que resume toda
la acción vivida en esa Plegaria. Ha ofrecido el propio Jesucristo; Ha actuado
el Espíritu Santo, y se dirige todo ello a la Gloria de Dios: todo honor y toda gloria.
El Celebrante está actuando en nombre de
Cristo. No es tal o cual persona individual,
de tales o cuales características. Cuanto realiza lo hace “revestido” de esa
realidad de mera representación. Porque el que realmente ofrece, se sacrifica y
da gloria a Dios es Jesucristo. El
sacerdote “le presta” su voz y su acción. El momento culminante de la CONSAGRACIÓN se inicia con una
imposición de manos, el signo de bendición y consagración (dedicar a Dios
algo) que usó Jesucristo. Manos con las palmas hacia abajo, en señal de
trasmisión de una fuerza que ya se sale del ámbito de lo humano y le deja
actuar directamente a Jesús. Juntamente
ya está ahí el gesto de imposición de manos o “extensión de
manos” con que el propio Jesús dio a sus discípulos “todo poder, como Yo lo he recibido del Padre”.
Con se poder, con las propias palabras
de Jesús, el Sacerdote consagra el pan y
el vino (llamadas “especies
sacramentales”).
[Habréis observado en las Concelebraciones
que, contra la unidad de movimientos que pide la liturgia, hay concelebrantes
que en vez de hacer imposición de manos
–como está dicho- hacen un gesto de “señal” (no con las palmas hacia abajo), y
no usando el gesto de Jesús y de trasmisión de la fuerza consecratoria del Espíritu
Santo].
El
Celebrante, tras la consagración del pan, que
ya es el Cuerpo de Cristo, lo MUESTRA a los fieles para que sea
adorado. Y por cierto, frente a la herejía jansenista, SEA MIRADO por los
fieles, y no manteniendo la cabeza agachada.
Lo mismo se hace con el cáliz o copa de vino, que tras ser consagrado,
ES MOSTRADO a los fieles. Y repito MOSTRADO porque es la palabra utilizada por
la pedagogía litúrgica, distinguiéndola de la que usará más tarde en el POR
CRISTO, donde habla de “elevación”. Acabado
ese núcleo esencial, el sacerdote hinca una rodilla y proclama el misterio que
se ha realizado: ÉSTE ES EL SACRAMENTO DE NUESTRA FE. (Sacramento, en latín es igual que misterio, en griego.
Sigue
la aclamación de los fieles, en acto de fe hacia esa realidad misteriosa, de
que la Sangre y el Cuerpo de Jesús, separados en la cruz y –por ello mismo-
realidad de muerte, ahora los tenemos sobre el Altar como un “anuncio” (un
revivir”9 esa muerte, pero proclamar con gozo infinito y profundo que estamos ante el Cristo del Cielo,
resucitado y completo, con su Cuerpo, Sangre, alma y divinidad.
Alguna
Liturgia Oriental indica que la plenitud de la consagración, como tal, se
completará cuando poco después se pida al espíritu Santo que congregue
en la unidad a los fieles. Muy
significativo, y como una explicitación de la palabra de Pablo: “si unos de los
que estáis reunidos lo tiene todo, y otros carecen, esto no es celebrar la Cena
del Señor). Una advertencia
escalofriante si la tomamos en serio. Y
que continúa la idea que ya expresó Jesús: “si cuando vas a presentar tu
ofrenda ante el Altar, te acuerdas que tu hermano tiene algo contra ti (sufre
por tu causa), deja primero tu ofrenda allí mismo y vete primero a
reconciliarte con tu hermano”. [La pena es que la rutina “piadosa” no nos deja
entender cosas tan serias, que realmente tendrían que obligarnos a radicales
cambios de actitud y aun de pensamiento].
LITURGIA DEL DÍA
San
Pablo advierte a Timoteo que le cristiano será perseguido por su fidelidad. Y
al mismo tiempo que la Palabra de Dios
está para enseñar, corregir, reprender y conducir al bien. No perdamos ni un verbo. No nos engañemos con suavidades pretendidas
que dejan descafeinada la Palabra.
Jesús
tuvo que entrar ya en directo a desmontar la incredulidad de los fariseos y
sacerdotes, planteándoles un tema que debiera conducir a que lo reconocieran
que era el Mesías de Dios. De esos “religiosos”
dominadores no se nos dice qué respuesta obtuvo. De la gente sencilla, sí: disfrutaban
escuchándolo. Porque esa Palabra
de Dios que había utilizado, de una parte enseñaba y e otra ponía de relieve –reprendía-
la falsía de sus actitudes de apariencia religiosa.
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