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Corazón de Jesús, de cuya plenitud todos hemos
recibido. Tú quieres que todos los hombres lleguen al conocimiento de la
verdad y se salven. Por ellos te ofreciste a Ti mismo y enviaste a tus apóstoles
por todos los países de la tierra.
Haz que nos sacuda tu palabra: “Tengo sed”, después
que habías pedido agua a la mujer samaritana y no te había acercado su cántaro.
Que en cualquier puesto a que Tú nos destines en la Tierra, vivamos la
urgencia de las misiones, el dolor y la vergüenza de que aún haya hombres que
no han oído hablar de Ti, y reinos e islas en los que no se ha celebrado tu
Sacrificio.
Concédenos como una gracia especial, que estén
siempre presentes en nuestro recuerdo y en nuestra posible
colaboración, aquellos misioneros, hermanos nuestros, que, con el
corazón a la intemperie, lejos de su cultura
y de lo
más querido, empujados por el soplo del Espíritu Santo,
hacen su guardia silenciosa en la primera línea, donde termina tu luz
y comienzan
las sombras del paganismo.
Otórganos, Señor, que contemplando el triste
espectáculo de tantas turbas yacentes por el
mundo como rebaño sin pastor, sintamos en nosotros el eco profundo de aquella
compasión que tantas veces conmovió tu Corazón de Padre.
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