VIRGEN INMACULADA
Por una concesión particular a
España para este a2º
domingo de adviento- la Solemnidad de la Inmaculada. En la Liturgia se
intercala una lectura del 2º domingo de adviento con las dis más significativas
de la Solemnidad de la Virgen.
ño, celebramos hoy –
Se abren las lecturas con la
presentación inicial de la historia: Dios, que había creado al hombre y la
mujer para ser felices, en una vida de paraíso, se encuentra con aquella pareja
primera que “se esconde de Dios”. Era
mala señal. Porque se esconde el que teme. Y tema el que ha hecho una barrabasada.
En efecto Eva ha seguido una atracción gustosa, aún contra lo dicho por Dios;
le secunda Adán… Y muerden el anzuelo de la soberbia que pretende “ser como dioses”…, para quedarse en
unos exiliados que no pueden ya vivir esa felicidad que Dios gratuitamente les
había ofrecido.
Cuando entra la 2ª lectura, una
ráfaga de oxígeno de percibe en Pablo: Dios es una fuente de paciencia y en
ella hace brotar el consuelo. Lo que nos pide es una limpieza de nuestro
corazón, que haga posible que nos unamos en el sentir, en el querer, en el
hacer…, confluyendo todos en una finalidad esencial: que juntos alabemos a
Jesucristo. Es evidente que ésta es una lectura de Adviento, y que nos está
llevando de la mano a algo que es muy distinto de la actitud del mundo sin
Dios. En un mundo sin Dios, no hay modo de unir los corazones, porque es un
mundo fundamentado sobre la competitividad –contraria al servicio, a la mano
extendida-; un mundo belicoso, en el que se escupe veneno en las palabras y se
llega al ataque… La llegada de Jesús nos mueve a acogernos mutuamente. Si Cristo unió a judíos y gentiles en una
sola realidad –el Reinado de Dios- ya podemos todos sentir y experimentar la
misericordia de Dios. Se perdió aquel paraíso, pero Dios abre las puertas a
otro: ahí donde viene Jesús, ahí donde se asienta Jesús.
Y eso se verifico aquel día en que
una muchacha muy joven de un pueblo apenas conocido, en una nación que se
tapaba con un pañuelo…, fue capaz de decirle a Dios que Sí… María de Nazaret
abría la puerta a Dios. Salvada la única duda que necesitaba una respuesta: “¿Qué tengo que hacer yo”, queda patente
que no se le pide HACER sino SER. Allí donde Eva desobedeció, María diría su SÍ
incondicional. Y se recomenzó la
historia con el misterio inefable de la Encarnación. Por medio de María va a
nacer Jesús (su nombre es Salvador),
y Él toma el relevo de Adán desobediente para ser Jesús quien restaña el orden
perdido. Y se realiza –por medio de María,
el momento más sublime de la historia humana: Dios se ha hecho Hombre.
Una expresión final de este
Evangelio leído me causa una atracción especial: Cuando María pronunció una
palabra corta pero inmensa, de aceptación incondicional…, cuando le dijo a
Dios: Haz, el mundo quedaba ya en órbita nueva. María se sumía en
hondísimo silencio. Y la dejó el ángel.
Como si saliera de puntillas para no alterar aquel ensimismamiento en que había
quedado María tras la entrada en su seno del Hijo de Dios. Y María, María del Silencio podríamos llamarla,
queda arrobada en su inimaginable nueva realidad.
Es un momento divino, inefable. Aquel
silencio de María la ha sacado por un tiempo de este mundo de aquí abajo… Su
VIDA INTERIOR se ha potenciado de tal forma, que está mucho más dentro de sí
misma…, pero mirando allí en el fondo suyo toda la inenarrable PRESENCIA DE
DIOS…
San Ignacio de Loyola concluye –en los
Ejercicios- la contemplación de la Encarnación con una expresión muy sugerente.
Nos lleva a establecer un coloquio de despedida, y en ese final nos mueve a
pensar en “el Verbo nuevamente encarnado”.
No entro en la exégesis que pueda encerrar esa frase en plan “técnico”. Lo que
sí me mueve es a ver que la “encarnación del Verbo” no se acabó el día que
María dijo su SÍ… Ahora vuelve a
repetirse esa venida de Dios a cada alma, esperando que seamos cada uno quienes
nos decidamos a nuestro particular Sí,
con esa acogida y aceptación tan real que haga posible la “nueva encarnación”
de Jesús en nuestra alma. O sea: en el modo de sentir, de pensar, de actuar, de
sentir…, o de evitar, de saber callar en silencios creativos que le dejen
espacio a Él para ESTAR y HABLER dentro de nosotros, en esa zona profunda donde
se viven las transformaciones de la persona.
Jesús, nuevamente encarnado, como hoy mismo, en el momento de la
Consagración…, ese sublime instante en que Jesús aparece entre los dedos del
sacerdote… Hay una bella poesía que llama a María Santísima “Reina y Señora de mi Altar”. Y es que
del modo inefable que Ella se encontró con el recién nacido Jesús entre sus
brazos, así nos encontraremos nosotros dentro de unos instantes. Lo que importa
es que pueda ser una realidad el ser nuevamente encarnado, porque cada
uno de nosotros, al modo de María, se ofrece con un corazón abierto y le dice a
Dios: “Haz”. Y que así sea Él quien realice
misteriosamente en nosotros su ENTRADA PARA VIVIR EN EL FONDO DE NUESTRO
CORAZÓN.
Acude siempre ,y hoy de una manera muy especilal a nuestra MADRE.Llámala fuerte,fuerte...Te escuchará siempre,te ve en peligro,y te brindará,con la gracia de su HIJO,el consuelo de su regazo,la ternura de sus caricias:y te encontrarás reconfortado para la nueva lucha..No temamos excedernos en solicitar su amparo,porque sabemos que ELLA es "un regalo del CORAZÓN DE JESÚS moribundo"
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