Lunes 1º de adviento.
El Evangelio de hoy expresa un diálogo.
Y diálogo de dos personas de pensamiento muy distinto: JESÚS, con la fe de
Israel. El Centurión, romano, que
presumiblemente pensaba y sentía al modo romano.
Entre
los dos se dialoga construyendo.
Y
me siento impactado por la incapacidad que mostramos hoy para dialogar
serenamente cuando pensamos distinto.
El
que no tiene fe, o quiere mostrar que no la tiene, se hace agresivo ante el
creyente. El creyente ve “en un mundo irreconciliable” al que no vive la fe, o
no la vive al modo que piensa que debe vivirla.
Estamos
haciendo “dos mundos”, y no nos encontramos por mucho que se prolonguen. Y creo
que hay poca actitud de avenencia..., de que uno deje expresarse al otro..., de
que cada cual esté dispuesto a escucharse y saber siquiera de que está
hablando.
Y
en los tiempos de tanto hablar sobre “el respeto a las ideas”, posiblemente las
personas de edad se sienten acorraladas, consideradas lelas, momias de la
antigüedad.
Y
lo malo es que quien así juzga y tilda al otro, arranca desde la TOTAL
SEGURIDAD de llevar él la razón. Y sin
embargo la razón es un mosaico de miles de piezas, que -separadas- no dicen
nada, pero que juntas y en orden, muestran una figura. Y esa figura es más verdad que la
parcial de cada uno.
Por
algo Jesús dialogaba.
Adviento puede ser un cambio..., y que empecemos a saber dialogar. Pero
TODOS, y no bajo el monólogo de algunos.
EL SERMÓN DEL MONTE
Vamos
a ir deshojando una serie de realidades muy significativas de este momento constituyente del Reino de Dios. Y lo primero que ya tiene muchas
connotaciones es eso del “MONTE”: “Y al
ver las muchedumbres, subió al Monte”. ¿Qué relación hay entre ver
muchedumbres y “subir al monte”. ¿Y por qué al Monte, como si todos conociéramos cuál?
Por
lo pronto, “el Monte” es un lugar simbólico de encuentro con Dios: el Sinaí, el
Templo “en el monte del Señor”
(Jerusalén), las tentaciones, el Tabor, el Calvario… Expresa un “lugar
elevado”…, sobre “el llano”, sobre la vulgaridad de lo pequeño… “El monte” está
“arriba”, en contraposición con lo que queda “debajo”. A Dios se le sitúa “en
el Cielo”; los hombres, en la tierra. Y sin embargo Jesus sube al monte porque ve muchedumbres y no lo hace para retirarse de
ellas, como muy bien se ve en todo el relato.
Es
más: hay una intencionalidad manifiesta de hacer un paralelo (y a la vez
claroscuro) con la manifestación del Sinaí.
En aquel monte estaba Dios; en este monte está Jesús. Pero a aquel monte
no podía acercarse ningún mortal –excepto Moisés- bajo pena de muerte. Y se
trazó un círculo en la arena para que nadie osase traspasar ese límite, más
allá del cual estaba lo sagrado. Sólo puede subir Moisés y descalzo (signo de
humildad ante Dios), y temblando ante aquel espectáculo inaudito de la zarza
que arde sin consumirse. Habla Dios “en el trueno”. Conjunto de manifestaciones de algo que está
muy por encima del hombre.
A
este nuevo monte sube
Jesús y se sienta. Signo de sencillez y a la vez de estabilidad. Y de cercanía:
los discípulos suben y lo rodean. No mueren; no pasa nada por acercarse. Luego
Jesús abre su boca… (otra traducción muy sugerente, dice: despliega sus labios…, algo así como un
murmullo o susurro…, casi como un beso (que pudiéramos decir). No es el trueno;
no hay fuego. Es Jesús, el mismo Jesús. Cierto que ese “Jesús sentado”
(asentado con autoridad) va a expresarse con la fuerza misma de Dios, como
avanzando sobre la misma palabra recibida por Moisés.
Y
a esos discípulos que están junto a Él, “les enseñaba”. Enseñar es más que
“informar”. Informar es decir lo que no conoce otro. Enseñar incluye llamada
además de decir lo que se declara. A los que llamó un día a “estar con Él”, y
que ahora los ha situado a su lado, les enseña, les exige. La vida del
discípulo –y mucho en ese tiempo- pedía convivir con el maestro para aprender
no sólo “datos” sino modo de vida. No
es sólo “saber”; es seguir.
Más
allá de los mismos discípulos, está allí también el pueblo. Jesús no se ha
subido al Monte para alejarse del pueblo…, y que el pueblo no traspase el
círculo… Hay algo mucho más grande en todo esto. Aunque los discípulos lo han
rodeado, el pueblo no se ha ido. Esta allí. Sigue esperando. Y Jesús está
implicándolo a ser discípulo… Que el
Reino no se constituye en estratos separados, sino en esos círculos
concéntricos que se van comunicando como las ondas en el agua. Y por tanto,
también el pueblo está llamado a SER
DISCÍPULO, a ESCUCHAR al Maestro, a SEGUIRLO…, y que por esa comunicación de
las ondas, cada persona, de la índole que sea, se sienta discípulo…, comprometido
y pendiente de esos labios desplegados de Jesús.
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