SILENCIOS QUE
DAN RIQUEZA
Entramos de lleno es el terreno del “adviento
inmediato”. Con el antecedente bíblico de la mujer de Manóaj -estéril- a la que
se le anuncia un hijo, entra hoy el momento importantísimo del anuncio del ángel
a Zacarías, hombre ya mayor, a quien se le anuncia un hijo, con su mujer,
igualmente mayor. Con la peculiaridad de que ese hijo viene ya con un nombre
puesto por Dios: su nombre será JUAN (=misericordia de Dios), Quiere decir que
entra ya en un proyecto de Dios: ir delante del Mesías, anunciándolo. Es muy
comprensible el vuelco interior que recibe el sacerdote: primero, por esa
aparición del ángel, allí a su lado. Después, porque un anuncio como aquel era
la ilusión de todo israelita, ¡y le había “tocado a él!
Zacarías
queda tan nervioso, tan perplejo, que llega a pedir imprudentemente una prueba
de que eso será así. Y el ángel le da la prueba: Quedarás sin hablar hasta
que suceda. ¿Era un castigo? Era una pauta de vida: el silencio es el
camino para poder rumiar y captar las obras de Dios. Ahora va a
tener Zacarías, con ello su misma esposa, un tiempo de interiorización mucho
mayor. Están ante un caso de tanta envergadura..., y el modo de vivirlo
requiere mucho más del silencio que del comentario
SERMÓN DEL
MONTE
El
nombre de JUAN significa en hebreo: misericordia
de Dios. Jesucristo proclama EN EL MONTE que son dichosos los misericordiosos
porque ellos alcanzarán misericordia. La mano tendida al hermano,
encuentra tendida hacia él la mano de Dios. Y no sólo ahora sino –de forma
definitiva- en el encuentro último en el que se nos juzgará de las obras de misericordia que hayamos practicado.
Y bien claro queda en esa narración de Mateo 25, 31, que la paga es de orden
infinitamente superior porque la misericordia
de Dios se convierte en bendición y llamada: “Venid benditos de mi Padre…” Cada grano de trigo entregado en acción misericordiosa
nuestra, hace nacer un árbol de misericordia de Dios con nosotros. Y, aunque no siempre, cada misericordia
ejercida con un hermano que necesita, recibe también la respuesta agradecida
del que recibió.
Lo
más seguro es que podréis decir que eso ya no es tan claro. Y estoy de acuerdo.
El sentido de la gratitud no es lo que más reluce hoy. Ni en lo íntimo de la
familia. El valor de la piña familiar no es precisamente lo que hoy
resplandece. Más bien va levantándose
ese “especie” de que los padres o los mayores hicieron lo que tenían que
hacer, pero los descendientes no tienen contraída por ello ninguna obligación.
[Vivimos en la era de “los derechos”…, del “chupar del bote”, pero alejados del
sentido del dar. Aquello del chiste: la
mayoría se llaman “Tomás”; muy pocos “Darás”].
Precisamente por ello, al modo de Dios, a fondo perdido, en total gratuidad, el
misericordioso es feliz porque hace misericordia porque ama a Dios y porque de
ese sol se desprenden los rayos de su mano extendida hacia el necesitado.
Sabe
cierto que alcanzará misericordia, pero no ha puesto su mirada en la “correspondencia”
que pueda obtener aquí… No hizo el bien para cobrárselo. Hasta sería indecente
el “misericordioso” que da para cobrarse. Es feliz quien da sin pedir nada a
cambio. Otra cosa es que Jesús ha prometido, en su particular forma de sentir
la vida, que un vaso de agua fresca dada
al que tiene sed, no quedará sin recompensa. Lo demás, ni se pregunta. El
que es amigo, lo es porque lo es, y sin pedir ni exigir recompensa del amigo.
Deberá ocurrir que ese segundo amigo tenga perfectamente abierta “la válvula de
retroceso” para generar donación en bien de quien es su amigo.
Quizás
eso nos explica por qué hay tan pocos verdaderos amigos; por qué el “amor” se
ha convertido en un negocio de “favores”, y que “se ama” con la mano puesta
para recibir. Por qué falla tanto el
amor de los deudos: porque no se sienten deudores al amor recibido. Porque el
amor (=eros) es amor interesado y da para recibir. Por eso se vende tan cara la amistad gratuita
que nada pide, nada exige (ni nada se cobra bajo cuerda).
Ser
misericordioso supone una “mano izquierda” escondida bajo la capa, haciendo el
bien sin ser descubierta…; acudiendo a la necesidad conocida como la sangre
acude a la herida…, viviendo a pleno pulmón la alegría que tiene el otro…; sin
los menores celos por el bien de otro; cuando se utiliza una posibilidad o un
cargo para estar muy por encima de “la autoridad” y muy a ras para hacer el
favor posible…, como quien no lo hace. Lo que cuenta no es que yo lo haga, sino
que se haga esa misericordia. Y es en
esa disposición interior donde el misericordioso está teniendo la experiencia
gozosa de estar alcanzando misericordia.
Es el gusto de hacer el bien sin que tu mano izquierda sepa lo que hace
tu derecha. Y simplemente verá ese tal que alguien quedó favorecido… Y esa es su alegría y su bienaventuranza.
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