Miércoles 2º
adviento
Como indiqué ayer, los evangelios de
adviento vienen “atraídos” por la 1ª Lectura, que expresa directamente la
vivencia o del adviento vivido durante años por el pueblo de Dios.
Como
el profeta Isaías en esa1ª lectura levanta la esperanza del pueblo, diciéndole
que el Señor no se cansa ni se fatiga, sino que da fuerza al cansado..., que a
los que esperan le nacen alas como de águilas, y corren sin cansarse y
marchan sin fatigarse,
el
EVANGELIO nos lleva a la realidad del propio Jesús que realiza lo anunciado:
por eso llama ya a venir a Él todos los que estáis cansados y agobiados y
Yo os aliviaré. El Adviento,
aunque sigue siéndolo siempre, porque siempre estamos en camino hacia ese Jesús
Salvador, resuena hoy con llamada especial a ese IR HACIA EL SEÑOR, para que
alivie nuestros cansancios.
Nosotros
diremos que seguimos cansados y agobiados en medio de este mundo y estos
trabajos y sufrimientos. Es cierto. Pero ahora hay otra luz: porque ahora cargamos
con el yugo de Jesús, y aprendemos de Él que sobrepasó el dolor y aun la
muerte. Su yugo hace suave la
carga y es llevadero porque ya no vamos solos: siempre va Él delante, y
nuestra tarea es saber poner nuestros pies sobre las huellas de Jesús... Caminar hacia Él, pero con la fuerza
de la esperanza de encontrarlo a Él.
No sólo “después”, sino ya desde ahora, desde la realidad
de cada día. Adviento ya nos asegura SU
PRESENCIA.
SERMÓN DEL
MONTE: Los que lloran
Quiero hacer una parada breve,
antes de continuar esta comprensión de las palabras de Jesús en aquel Monte. Y
es que todo esto puede leerse como una
instrucción, más o menos acertada, pero con cierto aire de “sermón” de un particular. O puede
seguir oyéndose de esos “labios desplegados de Jesús, que nos va
susurrando en el fondo del alma su programa básico, su doctrina constituyente,
el bosquejo de su misma vida (lo que pudiéramos ver como el retrato de Jesús). Quisiera que el lector hiciese la abstracción
de lo que es explicación, y pudiera encontrar la resonancia en su alma de
aquellas misma palabras y matices con los que Jesús fue desgranando las bienaventuranzas, dichas y gozos, tan nuevos, tan distintos, tan
contrarios a los principios del mundo. Porque sólo si se escuchan de los labios
de Jesús, podrán tener la fuerza en nosotros. De lo contrario es un sermón más
de una persona más.
Dichosos
los que lloran, porque serán consolados.
Es
una explicitación de la POBREZA que constituía el marco inicial. Es pobre el
que tiene motivos para llorar. Generalmente llora porque sufre. Por eso es una
bienaventuranza desconcertante: ¿cómo puede decirse que los tales son dichosos? ¿Es que sólo vale sufrir y
llorar para poder tener entrada en el Reino?
No. Pero el que sufre y sabe sufrir…, el que llora y sabe llorar, tiene
ya una buena parte de “la entrada” en ese reino.
Por
sí mismas, no se refiere Jesús a las lágrimas de los pesimistas, de los que se
sienten en todo “victimas”; de los que lloran por rabia de su fracaso o de
envidia por ver medrar al otro; ni las de los egoístas o infantiloides que
lloran porque no tienen “su juguete”; ni de los que viven la vida
compadeciéndose de sí mismos o metidos en su egocentrismo (que tiraniza). No. Evidentemente esos no son felices ni
pueden serlo mientras persistan en su mundo cerrado.
Son dichosos los que lloran porque ven
las injusticias y abusos que se cometen en la vida, y que originan tantos sufrimientos.
Los que experimentan la compasión de ese mundo absurdo y fuera de órbita; los
que ven cómo se oculta la luz y se deja triunfar a la ceguera…
Los que ven cada
vez más lejos el bien soñado, y son conscientes de que ellos mismos lo alejaron;
los que sufrieron ofensas sin motivo o ellos hicieron un daño a otros, del que
están bien arrepentidos. Los
incomprendidos, los humillados, los no estimados en su valor, los
desatendidos. Los enfermos que no son
ayudados como enfermos. Los que tienen pocos ánimos…, o se les marginó por
prejuicios. Los que no hallaron la mano hermana que les acompañara o les
levantara del suelo. [Y aquí podrá seguirse la letanía en esos niveles muy
particulares. Con tal que no se caiga en el capítulo de “víctimas” que a sí
mismas se hacen víctimas.]
Siempre nos
estamos situando en ese llanto sereno, pacífico, sin ánimos de revancha ni
venganza…, sino en lágrimas que desahogan sin amargura, que dejan descansar el
alma, que hacen de su llanto una oración de abandono y súplica al Señor, no
tanto para no sufrir ellos sino para que el mal que provoca daño no continúe. Serán consolados.
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