Viernes 2º
adviento: UNA PARADA
Creo
que la pedagogía del Adviento nos detiene hoy en lo que pudiéramos llamar “el ecuador” de este período, y con dos
lecturas muy cortas nos hace mirar a esos 12 días anteriores para decirnos,
simplemente: ¿Se nota en tu vida el paso
por este Adviento?
Es
propio de todo programa o proyecto saber detenerse a mitad de camino para hacer
una evaluación. Puede que el balance sea bueno. Puede que el balance nos deje a
cero: ni mejor, ni peor. Lo cual haría que un comerciante cambiara el ritmo de
su forma de llevar el negocio, porque, de no hacerlo así, va a llegar a fin de
ejercicio con un fracaso. Ni gana ni pierde. Algo que advierte de una quiebra.
Porque algo no funciona.
La
1ª lectura de hoy pone en primera
persona de Dios, tu redentor, el Santo de
Israel, el Señor, tu Dios… [¿no llama ya la atención que Dios se presente
con esta solemnidad, como quien quiere recordar a su pueblo que no es simple
mensaje de un profeta?]. Pues ese Dios pone ante el pueblo una serie de
expresiones condicionadas: Si hubieras
atendido a mis mandatos, sería tu paz como un río (que fluye, riega, y no
se agota), tu justicia como las olas del
mar (inmensas, continuas, dominadoras); tu
progenie sería como arena (incontable, sin fin…, como las playas del mar); tu nombre no sería aniquilado ni destruido
ante mí. Todo es condicional, y el
texto se ha detenido ahí. Si Dios mismo sacara las consecuencias, puede que en
la misma forma de “pregunta estuviera escondida una respuesta que no mostraría
un final triunfal.
En
el Evangelio, Jesús está presentando
a aquel pueblo como el pueblo que no hace nada, que no quiere nada, que está a
gusto con nada. Que es como los niños que se gritan en la plaza porque si tocan la flauta unos, no bailan los
otros; si entonan cantos de muerto, no lloran… Lo que equivale a una llamada de atención…, a un balance de
situación: ni habéis aceptado al Bautista porque era tan austero que acabáis
pensando que tiene demonio. Vengo yo,
viviendo vuestra vida, a vuestro lado, codo con codo…, y me tildáis de borracho y comilón… ¿Qué es –entonces-
lo que queréis? Parada y reflexión.
Van
12 días del adviento. Quedan 12 días. ¿En qué se nota que estamos en este
período fuerte que nos aboca a un encuentro cara a cara con Jesús…, o pronto o
más tarde…? Si algo no fue, ¿qué puede hacerse aún en este tramo que queda?
La
experiencia de trato con unos y otros deja diversas miradas. Unos viven sin
querer saber del pasado, y se envuelven en nubes de algodón de azúcar al mirar
al futuro. Bueno sería esa mirada, pero si se tienen los pies sobre la tierra,
y si dejamos el “azúcar” como fácil evasión para un planteamiento más serie de
la propia forma de proceder. Por
supuesto no es retroceder al pasado, pero algo deja ese pasado propio del que
habría que extraer alguna lección muy personal.
Otros
viven del pasado, y generalmente nostálgico o traumático. El nostálgico,
paraliza. Se vive en un sueño enervante con el mérito de lo que “se hizo”. El
traumático, amarga. Porque queda “lo que no se hizo”. El nostálgico queda en la
satisfacción absurda de “las medallas conseguidas”. El nostálgico en el amargor
de las “medallas no recibidas”. Dos escapatorias de la realidad, dos formas de
perder fuerzas para el futuro, que es el que realmente tenemos ya por delante.
Y como el Papa escribe, un futuro que hay que abordar con paciencia, a
sabiendas de que avanzar un paso es mejor que renunciar a darlo.
Este
balance nos debe ayudar. Queda tanto tiempo que casi es una eternidad, porque
ahora se trata de empezar, de dar
contenido a este tiempo que nos brinda la Liturgia, y que no es un juego “religioso”
sino etapas de la Gracia de Dios, recordatorios de la pedagogía espiritual, que
nos llama a hacernos protagonistas de una historia nueva.
NUEVA
en cada persona (¡y es lo que vale…, el germen para otro cualquier avance y
progreso!). NUEVA en una vitalidad de la Iglesia, que en tanto progresará y estará
siendo Reino de Dios, en la medida en que CADA PERSONA de buena voluntad asuma
que es ella, y no el vecino de al lado,
quien tiene que abordar ese cambio, esa renovación esa puesta a punto que esté
más acorde con el Evangelio.
Creo
que es momento de recomendar la lectura reposada y profunda de la Exhortación
apostólica del Papa, ya significativa en su mismo título: La alegría del Evangelio.
De expresión muy llana, en el lenguaje del pueblo, bajando a lo trivial que
todos podemos entender… Pero de unos horizontes tan inmensos que –bien leída y
tomada en serio- nos apunta hacia una reforma de los estilos mismos de la
Iglesia (y por tanto de nosotros mismos, de nuestras formas de vivir la
espiritualidad). No es un documento para teólogos. Eso sí: para gente seria,
que dentro o fuera de la Iglesia Católica, practicante o no, sepan pararse a
pensar que el mundo no se arregla desde fuera, sino que somos cada uno –tú y
yo- los que hemos de darnos por aludidos y por protagonistas. De ahí
el valor de la liturgia de hoy, poniéndonos ante la necesidad de una parada y
un balance personal.
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