Evangelista
Juan.- Los perseguidos…
Pasada la fecha de la Navidad, se han situado como
muy cercanos a Jesús San Esteban –por primer mártir por razón de Jesús, y hoy
San Juan Evangelista. Cierto que no es un Santo que se haya llevado la devoción
popular. Ni sobre el que se haya hecho –a través de la historia- una auténtica “fotografía”
de él mismo. Ha quedado adornado con pieles ajenas que él mismo creó hacia su
propia comunidad cristiana, pero que esa comunidad las acabó revirtiendo sobre
su maestro, y dándose como su particular sello personal.
Por
eso a la hora de definir a Juan Evangelista, el punto de referencia mejor que
tenemos es el de sus cartas. Porque al evangelista le subyugó el mandato de
Jesús, aquel día de la Cena, cuando Jesús les encomendó lo que era núcleo de todos
sus años de predicación: Mi mandato es que os améis como Yo os he
amado, y que lo que Yo he hecho con vosotros, así lo hagáis entre vosotros.
A
eso dedicó sus cartas, conservadas en el Nuevo Testamento.
SERMÓN
DEL MONTE
Dichosos los
perseguidos por causa de su fidelidad
Aunque pueda resultar extraño, es
un hecho que la persecución (la incomprensión, el vacío, la hostilidad, el odio…),
sea un signo típico del creyente verdadero en Jesucristo. Naturalmente hablamos
de esa persecución por el Reino, por Mí y por mi causa… Aquella persecución por razón de la fidelidad a Cristo.
El
antecedente es el mismo Jesús, ya perseguido cuando es un recién nacido.
Perseguido en Nazaret a poco de salir a su vida pública, en constante
persecución farisaica, para acabar en la suprema persecución que culminó para
Él en el Calvario.
Luego es perseguido en sus
apóstoles…, el impero romano…, en las misma misiones actuales de la Iglesia…,
juntándose miles y miles de dichosos y
felices mártires.
Perseguidos ladinamente –sin derramamiento
de sangre- en esa persecución del día a día contra los principios cristianos,
contra lo símbolos cristianos…, contra poder poner un ”Belén” en un colegio o
mantener un crucifijo en un hospital. La persecución no es menos grave porque
sea más ladinamente suave. Por el contrario, lleva todo el veneno diabólico de
hacer tragar, sin advertirlo, el conjunto de sutiles engaños, mafiosas emisiones
en cualquier medio…, y ese aire malsano que se respira alrededor, donde luce
tan poco (y se practica tan poco) declararse creyente, practicante católico,
fiel a la Iglesia de Jesucristo.
Jesús fue perseguido y aborrecido.
Su fidelidad a la misión que le encargaba Dios, era un bofetón –sin quererlo- a
todos aquellos que iban al margen de esa diáfana enseñanza de Dios, y se
conformaban con una religiosidad aparente. Es claro que Jesús les reventaba sus
materialidades sin compromiso vital.
Jesús plantó unos principios básicos
del Reino y del modo de vivirlo: quien
quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga. Y podríamos decir que como “jefe de marketing”
fue un fracasado. Y sin embargo encontró millones de personas decididas y
valientes a quienes ese planteamiento les atrajo profundamente. Aunque sabiendo
que la vida hay que perderla la ganarla.
Por eso el planteamiento de Jesús
no forma nunca ni “drogados de la fe”, ni espíritus de manteca. Plantea Jesús
un camino y cada uno va recorriéndolo. Y la
bienaventuranza no es simplemente “padecer persecución” sino padecerla por Mí y por mi causa…, y bienaventurados seréis cuando os injurien y persigan y digan toda
clase mal contra vosotros, aun mintiendo, POR CAUSA MÍA.
¿No se planteó en el comienzo de
todo la FELICIDAD DE LOS PBRES? Y se podía quedar un cierto recelo sobre ello.
Pero ahora, al llegar al final de esas bienaventuranzas y haber pasado por
tantas formas de POBREZA (cada una de las bienaventuranzas), desembocamos en la
más difícil y costosa, y la que nos coge más al fondo mismo de nuestra personalidad
de fe cristiana. Porque declararse cristiano, creyente, religioso y hasta “apostólico
romano”, es una lista que en tanto va a ser algo cuanto que lleve la medida que
estas bienaventuranzas se adentren en el mismo corazón del Evangelio. Y en
tanto será palabrería, follaje de higuera que no da fruto, cuando vaya
eludiendo estos caminos constituyentes del Reino de Dios.
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