Lunes 2º de
adviento
El Evangelio
nos proporciona hoy tres puntos de vida diaria:
1.-
A Jesús le siguen las gentes con deseos de escucharle. “Un gentío” que no deja
ni espacio ante la puerta. El que va
al Evangelio y se encuentra de verdad con Jesús, ya no puede
dejar de buscarlo y querer escucharlo.
Es un ADVIENTO de búsqueda, esperanza y encuentro.
2.-
Hay quienes van para observar y criticar. Los fariseos ni oyen, ni
escuchan, ni quieren entender. Llevan sus ideas previas. Quieren un “Jesús a su
manera”. No se encontrarán con Jesús,
con el verdadero Jesús, por muy “religiosos” que sean.
3.-
Hay “un enfermo” (quizás persona solitaria, que sufre..., y que está cerca de mí),
que necesita de que alguien le lleve a Jesús. Hay muchos enfermos
(de cuerpo o de alma) a los que se les podía ayudar, visitar, hacerles sentir
la esperanza.
Para
ellos seríamos “profetas de ADVIENTO”, a la vez que estaríamos preparando en
nosotros una nueva venida de Jesús, una experiencia más vida de que
ADVIENTO es un tiempo que VIVIR y no sólo para verlo pasar ante nosotros.
Cuando
Jesús entra en nuestro mundo, nos dice: levántate, toma tu camilla a cuestas
y ve así a tu casa con otro ánimo.
Nos libera de pesos. Y nos
perdona nuestros fallos egoístas.
SERMÓN DEL MONTE
El
POBRE BIENAVENTURADO se va a explicitar –como primer paso- en la persona que vive
la mansedumbre:
ese complejo ramillete que forman la humildad, la caridad, el saber
condescender, la indulgencia, la suavidad, la misericordia.
Hablar
de eso a una sociedad que llevaba metido dentro la ley del talión, era
retorcerles las ideas y los sentimientos. Era casi negar “el carácter patrio-,
que llevaban metido en la sangre. Jesús da un giro de 180 grados y proclama
ante la muchedumbre que la felicidad no está en la venganza, el la devoción del
mal con otro peor… Que es mucho más
feliz quien sabe tener la cabeza sobre los hombros y es capaz de ser dueño de
sí. Que la mansedumbre no sólo es una
actitud hacia fuera sino un vivir profundo dentro. De ese pozo de aguas
limpias, surgirán los vasos de agua fresca y cristalina que cualquiera
agradece.
Lo
típico para explicitar esta actitud es poner delante a la oveja, animal tan
indefenso que nadie le tiene miedo. En la oveja no hay instinto de violencia.
Es animal necesariamente unido a los otros de su especie. ¡Pues esa actitud es
la que pone Jesús como expresión primera de la POBREZA FELIZ!
Cualquiera
podrá decir que Jesús no vivió en estos tiempos nuestros: los tiempos de la
competitividad, la insolidaridad, la zancadilla, el pisarse para poder elevarse
más sobre las espaldas del otro. También
cabe decirlo desde la parte “al revés”: este nuestro tiempo vive infeliz,
angustiado, lleno de miedos y recelos; en este mundo toma carta de ciudadanía
la violencia, la agresividad… Es una era de resaltar tanto la “personalidad” y
los “derechos”, que exactamente se ha levantado el lobo que llevamos dentro.
Una era en que todo el mundo pretende una felicidad que nunca encuentra…; una
felicidad ansiosa…, que acaba en el psiquiatra.
Estamos ante un mundo que vive tan de espaldas a las bienaventuranzas
que no es que Jesús se equivocó sino que este mundo se ha cegado a la luz de
Jesús.
FELICES
LOS MANSOS… Profundamente infelices los que no lo son. ¿Está preconizando Jesús
a los pusilánimes? Ni mucho menos. Jesús fomenta al que es fuerte y lucha. Pero
no al fuerte violento que come el terreno al vecino. Quiere Jesús a la persona
creativa, capaz de negociar con sus talentos, aunque fuera uno solo. No está
Jesús por el luchador que destruye para él luego medrar. Quiere Jesús a una
humanidad que dé la cara –como Jesús mismos la da-…, pero que un día también pone
la otra mejilla, antes que responder al mal con el mal.
Saber callar, saber ceder, saber
perder…, que nunca es vivir como unos derrotados de la vida, sino precisamente
muy por encima de los que están derrotados por sus propias violencia que no les
dejan ser felices.
San Pablo le dirá
a sus fieles de Colosas [3, 12-15]: revestíos
de sentimientos de compasión, de bondad, humildad, mansedumbre, de paciencia,
soportándoos mutuamente, y perdonándoos si alguno tiene queja de otro. San Pablo, hombre de recio carácter, había
entendido el mensaje del Monte.
Realmente EL MONTE era más alto,
separaba de lo rastrero diario, elevaba adonde uno puede ver las cosas desde
otra altura, con otra perspectiva…, y “lo de abajo” se va haciendo más
pequeñito conforme se va tomando altura.
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