Jueves 1º de
adviento
Este Jueves 1º
de Adviento nos pone ante un tema muy actual.
Dice Jesús: “no todo el que me dice: “Señor, Señor”, entrará en el
Reino de los cielos, sino el que practica”.
Lo
que está de moda es definirse como “creyente no-practicante”. Jesús da un mentís rotundo. Son 2 términos irreconciliables. O se cree y se practica, o no se es creyente
en Cristo y en la obra de Cristo.
Muy
fácil de entender: si un matrimonio vive cada uno en una esquina de España y
jamás se ven, ni se buscan, ni se hacen los gustos del otro..., sino que cada
cual vive y “quiere a su manera”, tenemos un “matrimonio
no-practicante”. Es decir: como si no lo
fuera. Aunque se manden una postal para
Navidad. Si un Notario ni ejerce su profesión,
ni estudia, ni se interesa por lo que es su profesión, sería un “Notario no
practicante”. O sea: no lo es,
aunque tenga el título.
El
ejercicio substancial de la fe son LOS SACRAMENTOS, obra de Cristo,
administrados por su Iglesia. Quien
no practica los Sacramentos habitualmente, aunque fuera muy devoto de santos,
lleve muchas medallas, haga novenas, pertenezca a entidades piadosas, dirá
mucho: “Señor, Señor”, pero no es seguidor de Cristo. El seguidor de Cristo es el que hace (PRACTICA) la voluntad del PADRE. Así lo dijo
Jesús en este momento. Y así está construyendo esa persona su casa sobre
cimientos firmes. Otra cosa son arenas
movedizas, que no cimientan nada.
SERMÓN DEL MONTE (4)
“Desplegó Jesús sus
labios” para
decir –de entrada- algo que dejó extrañados a los oyentes. Dichosos los que eligen ser
pobres, porque Dios es su Rey.
No eran dichosos los ricos por el hecho de tener posesiones y
poder apoyarse en ellas. Porque todo lo humano es caduco, y lo mismo se posee
hoy que pueda quedarse uno sin nada al amanecer mañana. Y eso genera inquietud,
preocupación, tensiones…, un irse separando de Dios y de la confianza en Él.
Quien tiene “sus apoyos”, en ellos se apoya.
Fue muy
clara la experiencia del pueblo de Dios. En tanto se sintió vulnerable
–desterrado, desmantelado de sus amores más fuertes (Patria, Templo,
libertad…), más experimentó la necesidad de Dios. Y aquellos que tuvieron esa
experiencia honda, se sintieron pobres
que sólo podrían ya esperar en su Dios. Así surgió ese “resto fiel”
que puso en Dios toda su confianza y comprendió que es “maldito quien confía
todo en el hombre”.
El pobre
de Yavhé podría ser económicamente pobre, o tener medios para vivir.
Pero de lo que estaba convencido era de que sólo
en Dios podía confiar; de Dios me vendrá el auxilio, del que hizo el Cielo y la
Tierra. Por tanto no hace Jesús una proclamación de felicidad al que no
tiene para vivir. Sino de quien elige una forma de vida que no está asegurada
sobre sí mismo, o sobre unos bienes materiales. Y al abandonarse en las manos
de Dios, DIOS ES SU REY…: tal persona se rige ahora por lo que agrada a Dios. Esa persona va descubriendo lo que es
realmente EL REINADO DE DIOS, algo mucho más que una expresión estereotipada, o
una “suave” manera de sentir “el reino de Dios”…
Consiguientemente
no se proclama la “dicha” del desgraciado, del oprimido, del cargado de deudas,
del mendigo que maldice a quien no le da, del explotado por una mafia que lo
tiene tirado por los suelos para enriquecerse el matón de turno. Es muy otra la POBREZA DE ESPÍRITU, o la
pobreza –sencillamente pobreza- que va luchando con dignidad para sobrepasar
sus penurias, mientras su corazón sigue mirando a Dios y abandonándose en Él.
Podríamos decir, con expresión amplia, que los
pobres felices son los que están disponibles
–como los taxis- para ser “ocupados por Dios” cuando Él quiera, como Él quiera,
cuanto Él quiera.
Y en esa
medida también están “disponibles” para ayuda de quienes, pobres como ellos,
los puedan necesitar. Porque ya es una verdadera forma de ser POBRES el hecho
de admitir que otros los necesitan. Y no siempre son “otros” de su agrado, sin
defectos, sino otros que pueden ser egoístas, descuidados, celosos. El POBRE,
que se sabe pobre, lo primero que tiene ante sus ojos es que él no es perfecto,
ni mucho menos. Y si ya le cuesta a él corregirse, no va a exigirle a los demás
que se corrijan para poder, luego,
ayudarles. El POBRE se acepta a
sí mismo tal como es…, con el fardo
de sus lastres…, aunque queriendo corregir y avanzar… Y acepta a los demás tales como son, pero no conformándose con eso,
sino buscando la manera de echarles una mano.
Si Dios me ama tal como soy, y
los ama a ellos tales como son, el
POBRE ES FELIZ, y MUY DICHOSO y no pide sino la misericordia de su REY…, el
estilo de vida de ese reino en el
que “las reglas” las marca el AMOR DE DIOS: el que Él nos tiene; el que el
pobre quiere poder tener.
Estamos
ante la POBREZA que surge desde el interior, la que se vive como opción personal, libre, en respuesta a
la invitación de Jesús, que siendo rico
se hizo pobre. Con Él, son dichosos
los que son pobres de corazón.
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