“Juan es su
nombre”
Nacimiento de Juan Bautista. Acuden los
familiares para dar el parabién. Todos llaman al niño “Zacarías” (como su
padre, según la costumbre). Isabel dice
que NO; QUE SE VA A LLAMAR JUAN. No le
dan crédito a ella, que al fin es mujer, y el testimonio de una mujer no se
consideraba válido.
Preguntan
a Zacarías. Y Zacarías es más tajante aún;
no dice que “se va a llamar”, sino que “JUAN es su nombre”. Trae ya un nombre dado (=”Misericordia de
Dios”). Y cuando Dios pone un nombre,
ese nombre es definitorio de una misión: JUAN es el que pone de relieve la misericordia
de Dios que ya se va a realizar en el Mesías próximo, a quien Juan va a
anunciar. Y Zacarías recobra el habla y alaba a Dios y lo declara BENDITO.
Y
la gente se admira y se pregunta, lógicamen-te, qué va a ser ese niño,
porque es un elegido de Dios y expresa “Misericordia de Dios”.
Todo
va abocado ya al momento del nacimiento de Jesús. El Adviento está tocando a su fin, y el fin
del Adviento es PREPARARSE A LA LLEGADA DE JESÚS. Una pregunta que puede
cabernos es “si hemos hecho bien nuestros deberes”.
SERMÓN DEL MONTE
Dichosos los pacíficos
Los que viven en la
paz interior de su espíritu. Los que contagian paz desde su misma vida. Los que
siembran paz, Los que pacifican a otros. Los que no se dejan alterar en su paz.
No son ni los
pasotas, ni los flojos que no se meten en nada porque no quieren líos, ni los
comodones que dejan el mundo correr sin mover ni el dedo meñique.
Tampoco es la paz
del que no siembra discordia: ni discordia ni concordia…, esos que la gente les
llama: “pedazos de carne con ojos”.
También el pueblo lo identifica muy gráficamente como “la paz de los cementerios”.
En el pensamiento de Jesús son pacíficos y pacificadores los que defienden
el derecho y la justicia, y tienen que implicarse en la tarea porque otros están
padeciendo injusticias. Son personas que se sienten hermanos de sus hermanos y
viven así seres comprometidos en el bien de los demás, en llevar sentido de
hermandad y de forma concreta que lleve la felicidad a otros. Jesús, siempre defendió
y promovió la paz, y saludo con la PAZ como signo de su misma identidad. Con
esa paz habían de ir sus discípulos, con ese saludo tenían que identificarse y
actuar, y en el momento que no hubiera paz, salirse del lugar, dejar allí hasta
el polvo contaminado de violencias, y marcharse para otros sitios.
Lo que Jesús no hizo
nunca, ni enseñó a ser era de comandos guerrilleros, de protagonistas de la
tensión, de sembrar malestar, incluso de coger las armas (como algún falso movimiento
de liberación pretendió en alguna zona del planeta). Sólo declaró
la guerra a la hipocresía, a esas formas farisaicas de tirar la piedra y
esconder la mano, de los querían aparecer como “justos” pero en realidad
creaban situaciones injustas.
Una guerra defendió Jesús: la guerra
contra el propio YO, la guerra contra el engreimiento del que pretende ser “la
verdad” y reparte culpas alrededor. Una guerra necesaria para volar ese “polvorín”
que uno lleva dentro de sí: egoísmos, orgullos, soberbias, actitudes indomables
por creerse en el monopolio de “la verdad”, los instintos, las pasiones. San Pablo nos aporta un dato esencial (Col 1,
19-20): “Quiso el Padre reconciliar
consigo todas las cosas, PACIFICÁNDOLAS por la sangre de su Hijo”. Lo que nos da una nota esencial para entender
la paz de Jesús: una paz que se gana con sangre…, que requiere lucha porque
siempre pretenderá sacar la cresta ese YO que quiere salir por encima.
Pero cuando se ha ganado esa
batalla y el orbe estaba en paz –que es
la introducción al nacimiento de Jesús- entonces estamos en plena paz dichosa y
feliz, y que engendra gozo y fraternidad.
Comenzó Jesús viniendo al mundo…, y
los ángeles cantaron: PAZ los hombres a
quienes dios ama (que somos todos, y así nos identificaba). Vivió su vida
llevando paz. Hizo de la paz su emblema de triunfador resucitado, repitiendo
cuantas veces fuera necesario: PAZ A VOSOTROS. Unas veces porque estaban
alterados…; otras porque ya estaban en esa paz externa y ahora había que entrar
en la PAZ PROFUNDA, que es el único lugar en el que se puede oír y experimentar
a Dios.
Podemos distinguir entonces al “hombre
de Dios” porque de sí no sale ni una palabra, ni una insinuación, ni un gesto
que pueda agredir. Porque –al contrario- su sonrisa contagia equilibrio, porque
siempre elude el choque frontal y sabe sacar más bienes de callar –saber callar-
y “huir” del fuego amigo o enemigo (como hizo Jesús tantas veces, retirándose a la orilla opuesta). Para
Jesús no es admisible que el hombre es un
lobo para otro hombre. Para Jesús “el otro” es “un hermano”, un caído en
manos de ladrones al que ha de acudir un buen samaritano. Y cuando llega al más…,
el “otro” es Él mismo… La paz del
alma tiene que ser paz pacificadora hacia los demás.
En ocasiones, comento que estamos en la cultura del "yoismo". La Regla del YO y después YO, perturba la convivencia (no genera "paz" en nuestro entorno). Cada vez somos más proclives a no pensar en el/los otro/s. Desde los pequeños detalles hasta aquellos que más nos implican en la convivencia, todo es una primacia del yo (¡y cómo ayuda esta sociedad!). Próximos a la venida de Jesús, pidámosle que su simplicidad, humildad, sencillez...no sea algo anecdótico que tenga fecha de caducidad, sino que nos implique más en el abandono de nuestro yo y nos haga ver en los demás a verdaderos y auténticos Hijos de Dios.
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