28 diciembre.-
Bromas aparte
Dentro
del período de la Navidad entran por derecho los Santos Inocentes, el puñado de
20 ó 30 niños (poniendo mucho) que Herodes masacró por el recelo de que pudiera
quitarle el trono el “recién nacido rey
de los judíos” que los magos habían venido buscando. Ese es el evangelio de
este día.
De
mucha importancia es la 1ª lectura, ya metidos en la 1ª carta de San Juan, con
varias vertientes importantísimas: * el
mensaje que anuncia es el que le ha oído a Jesucristo. Bastaría ya con eso.
Concretando, entra en un terreno sagrado: * Dios
es luz sin oscuridad. Consecuencia evidente: * Si decimos (y aunque digamos) que estamos en la luz, pero vivimos en la
oscuridad, mentimos en palabras y obras. * Jesucristo es la luz y si vivimos en la luz, estamos unidos a Él y su
sangre limpia nuestros pecados.
Si decimos que no hemos pecado, * nos
engañamos y no somos sinceros. * Pero si confesamos nuestros pecados, Él –que es
justo- nos perdonará. * Si decimos que
no hemos pecado, lo hacemos a Él mentiroso y no poseemos su palabra. *Y si
alguno peca, Él es nuestro abogado defensor, y quien se ofrece para que se nos
perdonen nuestros pecados.
Os
confieso que he tenido muchos pensamientos en mi oración. Primero, comparando
los aproximadamente 20-30 niños que mató Herodes de una tacada, por su interés
egoísta. Lo comparo con la estadística de esta ciudad, que habla de 1,500 en
este año, que ni habían cometido el
delito de existir. Pero no me he quedado ahí: inocentes víctimas indefensas de
guerras tribales, “depuraciones étnicas”...
¿Y todas esas familias que vivían y se habían hecho su pequeña “estable
situación” y que hace años les minaron sus bases para haber llegado hoy a tener
que ayudarse de servicios sociales? ¿Y
las víctimas del terrorismo –los que ya no pueden gritar, y quienes gritan sin
mucho eco? ¿Y los buenos estudiantes y personas honradas y laboriosas que
tuvieron que buscarse la vida por otras latitudes? Pienso que son también
víctimas no culpables de esa “globalización” y de esa “colonización” europea,
en la que el pez gordo se come al pequeño…, y el pez gordo tiene siempre rostro
económico, y si me atrevo…, ¡mafioso! por parte de los grandes poderosos.
Pero
con esto no he resuelto nada. Donde mi oración se ha hecho más “mía” es cuando
me he preguntado si yo soy inocente…, si en vez de tener siempre un pensamiento
favorable hacia un hecho o persona, lo primero que me salta es el juicio negativo.
Me he preguntado si no me es instintivo ver siempre “la culpa del otro”,
mientras me quedo mirando desde la barrera. Si no será que mis propias
confesiones se disculpan más que se acusan… O si van tan distanciadas que surge
solo ese comenzar diciendo: “No sé por
dónde empezar”. ¿Soy inocente de ese “no saber”, cuando tanto dejé pasar el
tiempo que se fue convirtiendo mi conciencia en un cajón de sastre, en un no
dar ya importancia a las cosas, porque la propia conciencia se ha adormecido?
He
pensado en la facilidad con que una persona se mete en páginas sucias de
Internet una, dos y cien veces…, y ¡pobrecito/a! acaba “cayendo sin querer”. ¿Inocentes? ¿Pueden reprocharle algo a
Herodes, mientras se mata la Gracia de
Dios “por deporte”?
¿Inocente
yo cuando no soy capaz de ponerme en el lugar del otro para poder comprenderlo?
¿Inocente yo cuando “mi verdad” es la única, y privo de voz y voto a quien
piensa distinto que yo? ¿En qué se diferencia de lo que tan mal nos parece lo
que ocurre en los dirigentes europeos o en las tiranías africanas? ¿Inocente
cuando sólo yo me veo inocente? ¿Inocente cuando “no tengo pecados”? [Ya hemos oído hoy a San Juan].
Ampliar
la celebración de hoy y buscar sinceramente los aspectos que nos deben hacer
inocentes, es un buen ejercicio espiritual. Y práctico. Y que no nos extrañe
que los “inocentes” –auténticos inocentes- suelen ser machacados. Porque los
verdaderamente inocentes no sacan la coz en el momento “oportuno”; son los que
saben callar (porque es mejor callar que molestar o herir hablando). Ya se
explicó en el SERMÓN DEL MONTE la gran cualidad del no violento, del que es manso, del que llora sin amarguras ni
pretende descargar su situación en “culpas” ajenas; y siempre pone paz en donde está y en derredor suyo.
Y
así podremos enumerar cada uno esas realidades que nos hace inocentes de
verdad, o nos hacen reconocer que “hemos pecado”…, dando así oportunidad a
Jesucristo, el Justo, y abogado defensor, de ejercer su misión. Si ya es verdad –Él mismo lo dijo- que el justo peca siete veces al día [“siete”
= muchas], bien podemos colegir que nos queda algún trecho para que este día de
SANTOS INOCENTES sea una de nuestras fiestas. Pero puede llegar a serlo. Puede
llegar ese momento en que cada un seamos tan honrados ante Jesucristo…, ante el
Sacramento, que –como dice el Papa- nos presentemos ante ese momento con
sencillez, claridad, sinceridad… Y que realmente hagamos sacramento porque traspasamos el umbral de decir lo que somos y entramos en esa
vertiente luminosa de declarar ante el Señor
lo que queremos ser…, los medios
muy concretos que vamos a poner para que de aquí “al día siguiente de los
inocentes”, podamos presentarnos con un corazón limpio…: limpio de
pensamientos, de juicios, de miradas…
No hay explicación fácil para el sufrimiento,y mucho menos para el de los inocentes..El sufrimiento escandaliza con frecuencia y se levanta ante muchos como un inmenso muro que impide ver a Dios y su amor infinito por los hombres.El dolor es un misterio y, sin embargo el cristiano,con la fe sabe descubrir en la oscuridad del sufrimiento propio o ajeno,la mano amorosa de Dios Padre.San Pablo nos dice "A lo que aman a Dios,todas las cosas son para bien,",también aquellas que nos resulten dolorosamente inexplicables o incomprensibles.
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