Martes 2º
adviento
Los
evangelios de Adviento no siguen un orden visible. En realidad son “atraídos” por las “primeras
Lecturas”, que expresan sentimientos del Pueblo que esperó al Salvador. EN CONCRETO hoy el Evangelio depende del
final de la 1ª L.: “como un pastor apacienta el rebaño..., lleva en brazos
los corderos...”
Hoy
podemos leer este evangelio así:
El
Mesías Salvador hará todo lo posible para que nadie se extravíe. Y teniendo en buenos pastos y en seguro a las
99 ovejas, se va a recoger a la que se extravía, a la que se separa del rebaño.
La
alegría del Cielo es que esa oveja vuelva al redil. Y como las otras ya estaban seguras, expresa
Dios su alegría grande por la vuelta de aquella que se perdía.
El
recuerdo de otro evangelio nos llevaría a otro sentido con diverso matiz:
Los
pequeñuelos son en el Evangelio ese “resto” que representa el grupito de los
necesitados de ayuda. Los “noventa y
nueve” (en otro lugar llamados “justos”), pueden ser los satisfechos de sí
mismos, los seguros de sí, los que se “bastan”... Representan a los fariseos, a los “santones”
cumplidores, que parecen estar seguros en su lugar de abundancia, sin ocuparse
de avanzar, de arrepentirse de sus fallos.
Jesús,
sale en la búsqueda de la ovejuela que siente necesidad de ayuda. Y esto es
para ella EL ADVIENTO: el encuentro con su Pastor. Y hay mucha más alegría porque ese pequeñuelo
se deja recoger, que por los 99 que no se creen necesitados de ayuda.
SERMÓN
DEL MONTE
Los
mansos POSEERÁN LA TIERRA
En
acepciones bíblicas igualmente válidas, la referencia a los que viven la
mansedumbre se les llama también: los
sometidos…, quienes carecen de la necesaria independencia y libertad,
porque hay otros que los someten. En la legislación de Israel toda familia debe
poseer su parcela de terreno, su “viña”, el lugar donde tener plantada su
higuera (símbolo de prosperidad). Ahora venían los poderosos que esclavizaban a
los débiles, y al no poder pagar éstos sus deudas, los poderosos se cobraban
con esas pequeñas posesiones de los pobres…, e incluso con sus mujeres, sometiéndolas a
esclavitud.
Cuando
Jesús proclama que los que viven la mansedumbre y no toman venganza, SON FELICES,
les está anunciando ese día nuevo en que ellos –precisamente ellos- van a ser
los dueños de la tierra. Como ya rezaban en el Salmo 37, “los oprimidos poseerán la tierra (de la que habían sido desposeídos)
y gozarán de paz”. En una primera mirada serían el efecto –aun aquí
en el mundo- de que el reino de Dios está haciéndose presente. Luego resulta
que los mismos poderosos, cada vez más poderosos, siguen poniendo su bota sobre
el cuello del más pequeño. Y la promesa de Jesús va llevando hacia las esferas de la manifestación final de
Jesucristo, que harán real la promesa
porque los pobres serán colmados de
bienes, mientras los ricos quedarán vacíos.
Entonces sí que poseerán esa
Tierra nueva y Cielos nuevos, que suponen el encuentro con el Cristo
vencedor de la soberbia, y el Dios de la luz.
Será esa “nueva humanidad” que ahora también se preconiza, y que sólo
Dios sabe si es algo que vamos a ver en la tierra, cuando las fuerzas del mal
tienen siempre dados los pasos adelante para ganar la partida a todo intento de
bien.
Con
todo, los mansos se van haciendo
visibles e influyentes desde la bondad de sus almas, la dulzura de sus formas,
la fortaleza de los débiles… Y su “poseer la tierra” es un símbolo de libertad,
de sana independencia ante las influencias exteriores…; expresión de esa fuerza
inmensa que tiene el “ser dueños de sí”,
frente a una sociedad aborregada y sin criterio. Resistencias pasivas y
pacíficas frente a los opresores de cualquier tipo. Paz contra la belicosidad y
el ataque irracional. Bálsamo en las heridas que sufren, y hasta llevado sobre
las de sus mismos enemigos. Saber huir del enfrentamiento, y esa capacidad para
mantener la calma sin alterarse.
Seguramente
la expresión ya mencionada: “ser dueños de sí”, represente y
signifique el gran valor y el gran valer del “manso”. Que, a la postre, no es
que ha hecho un cursillo de mansedumbre psicológica, sino que ha puesto sus
ojos en Jesús mismo, el HOMBRE total, de la mansedumbre, que arrostra su propio
sacrificio “como cordero manso que es
llevado al matadero, sin siquiera balar”. Pero allí, en su patíbulo, se
enseñorea de tal manera, que puede prometer sobre la marcha a aquel malhechor
de su derecha, que hoy mismo estarás
conmigo en el Paraíso. Es que Jesús POSEE A DIOS y ahí tiene la fuente inagotable
para sobrepasar tanta injusticia, tanta violencia, tantas pasiones desbocadas…,
en derredor suyo. Tan dueño de sí que Él mismo decide el
momento y el modo de su muerte: con un
grito llamativo, que conmueve, un inclinar la cabeza (tomando posición) y –entonces,
sólo entonces- entregar su espíritu en
las manos de su Dios.
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