Texto completo de la
homilía del Santo Padre en la Vigilia Pascual
El Santo Padre invita a "volver a Galilea", el momento
en el que los ojos de Jesús se cruzaron con los nuestros
19 de abril de 2014 (Zenit.org) - El Evangelio de la resurrección
de Jesucristo comienza con el ir de las mujeres hacia el sepulcro, temprano en
la mañana del día después del sábado. Se dirigen a la tumba, para honrar el
cuerpo del Señor, pero la encuentran abierta y vacía. Un ángel poderoso les
dice: «Vosotras no temáis», y les manda llevar la noticia a los discípulos:
«Ha resucitado de entre los muertos y va por delante de vosotros a Galilea» .
Las mujeres se marcharon a toda prisa y, durante el camino, Jesús les salió al
encuentro y les dijo: «No temáis: id a comunicar a mis hermanos que vayan a
Galilea; allí me verán». No tengais miedo, no temais, no temais. Es la voz
que anima a abrir el corazón para recibir este anuncia porque después de la
muerte del Maestro, los discípulos se habían dispersado; su fe se deshizo,
todo parecía que había terminado, derrumbadas las certezas, muertas las
esperanzas. Pero entonces, aquel anuncio de las mujeres, aunque increíble, se
presentó como un rayo de luz en la oscuridad. La noticia se difundió: Jesús
ha resucitado, como había dicho... Y también el mandato de ir a Galilea; las
mujeres lo habían oído por dos veces, primero del ángel, después de Jesús
mismo: «Que vayan a Galilea; allí me verán». No temáis e id a Galilea.
Galilea es el lugar de la primera llamada, donde todo empezó. Volver al
lugar de la primera llamada. Volver allí, volver al lugar de la primera
llamada. Jesús pasó por la orilla del lago, mientras los pescadores estaban
arreglando las redes. Los llamó, y ellos lo dejaron todo y lo siguieron.
Volver a Galilea quiere decir releer todo a partir de la cruz y de
la victoria. Sin miedo, no temais. Releer todo: la predicación, los milagros,
la nueva comunidad, los entusiasmos y las defecciones, hasta la traición;
releer todo a partir del final, que es un nuevo comienzo, de este acto supremo
de amor.
También para cada uno de nosotros hay una «Galilea» en el
comienzo del camino con Jesús. «Ir a Galilea» tiene un significado bonito,
significa para nosotros redescubrir nuestro bautismo como fuente viva, sacar
energías nuevas de la raíz de nuestra fe y de nuestra experiencia cristiana.
Volver a Galilea significa sobre todo volver allí, a ese punto incandescente
en que la gracia de Dios me tocó al comienzo del camino. Con esta chispa puedo
encender el fuego para el hoy, para cada día, y llevar calor y luz a mis
hermanos y hermanas. Con esta chispa se enciende una alegría humilde, una
alegría que no ofende el dolor y la desesperación, una alegría buena y
serena.
En la vida del cristiano, después del bautismo, hay otra Galilea,
hay también una «Galilea» más existencial: la experiencia del encuentro
personal con Jesucristo, que me ha llamado a seguirlo y participar en su
misión. En este sentido, volver a Galilea significa custodiar en el corazón
la memoria viva de esta llamada, cuando Jesús pasó por mi camino, me miró
con misericordia, me pidió de seguirlo; ir a Galilea significa recuperar la
memoria de aquel momento en el que sus ojos se cruzaron con los míos, el
momento en que me hizo sentir que me amaba.
Hoy, en esta noche, cada uno de nosotros puede preguntarse: ¿Cuál
es mi Galilea? Hacer memoria, ir atrás ¿Dónde está mi Galilea? ¿La recuerdo?
¿La he olvidado? Búscala y la encontrarás, allí te espera el Señor. He andado
por caminos y senderos que me la han hecho olvidar. Señor, ayúdame: dime
cuál es mi Galilea; sabes, yo quiero volver allí para encontrarte y dejarme
abrazar por tu misericordia. No tener miedo, no temer. Volved a Galilea.
El evangelio de Pascua es claro: es necesario volver allí, para
ver a Jesús resucitado, y convertirse en testigos de su resurrección. No es
un volver atrás, no es una nostalgia. Es volver al primer amor, para recibir
el fuego que Jesús ha encendido en el mundo, y llevarlo a todos, a todos los
extremos de la tierra.
«Galilea de los gentiles»: horizonte del Resucitado, horizonte de
la Iglesia; deseo intenso de encuentro... ¡Pongámonos en camino!
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