Dolor como mi
dolor
Siguen
siendo las primeras lecturas las que marcan el rumbo. Expresando hoy el
sentimiento del que padece, y ayudándonos a barruntar el dolor y la tortura que
supone el pensamiento de lo que ocurre tan fuera de toda ley y de toda humanidad.
Silencios de Jesús, en su camino de la cruz, que vienen a enseñar que las
cruces (en cualquier género de sufrimiento) requieren de mucha vida interior
silenciosa: como cordero que es llevado al matadero y no bala.
Alrededor, ese coro de los verdugos…, el comentario maldito: “Talemos el árbol en su lozanía, arranquémosle
de la tierra jugosa, y que su nombre no se pronuncie más”.
Prefiero
detenerme en Jesús. Sus dolores físicos y el terror que invade ante un dolor
inminente… Ha decidido Pilato “castigarlo”
y lo ha enviado al tormento de los azotes. Sólo pensarlo, destroza, Y Jesús,
llevado al matadero, sin abrir la boda,
sí lleva el pavor en la mirada. Y sus sentimientos son tremendos. Empezando por
ese despojarlo de sus vestidos (la mente de Jesús se va al Cielo…, que es el
único lugar adonde le proyecta su fe).
Y le atan las manos o se las
meten en las argollas, ¡y más espanto le causa a Jesús…! Y comienzan los
golpes; un movimiento instintivo de apartar sus carnes a esa lluvia de golpes…,
pero cuanto más se mueva Él, peor le van cogiendo sus apóstoles en zonas más
dolorosas. Por eso ofrecí mis espaldas…,
metieron el arado haciendo surcos…… Todo eso era lo que Jesús llevó en
plana conciencia. Luego fue notando Él que se le iba la cabeza…, que se mareaba…
acabó perdiendo el conocimiento. Jesús dejaba de sufrir, los verdugos dieron
algunos golpes más…, y dieron de mano cuando ya “no tenían sujeto” [estaba inconsciente] porque colgaba péndulo de
sus propias manos, sujetas por las ataduras. Desataron o abrieron las argollas…
Y Jesús se desplomó totalmente. En estos momentos no sufre Jesús, al menos en
su plena conciencia. Y conforme va recuperando el sentido, lo que muestra a las
claras es lo espantoso de su dolor. No se le oye una palabra, aunque no puede
menos que dejar escapar esos “¡ay!”
que son quejidos instintivos por el cumulo de dolores que le llega a los
huesos.
¿Qué quisiera yo poder hacer en
este momento? La verdad que quisiera hacerlo todo, pero que no puedo hacer casi
nada; me hago cargo que pretender levantarlo es poner las manos sobre cualquier
zona de su cuerpo, que está hecha una llaga. Me acerco, siquiera porque sepa
Jesús que estoy a su lado… Él hace el ademán de tenderme un brazo, y yo quiero
limitarme a acercarme para que Él se aferre y pueda levantarse. Pero lo cierto
es que no tiene ni fuerzas para ello. Como buenamente puedo, consigo el modo de
ayudarle, aunque un nuevo “ay” se escapa porque, sin yo querer, le he tocado
alguna de sus heridas. Y apoyándose Él en mí, dentro de sus pocas fuerzas, puedo
llevarlo a un asiento de piedra que hay allí, adosado al muro del patio. Sus
ojos hundidos por el dolor, bien expresan aquel lamento de la Sagrada
Escritura: Mirad los que pasáis por el camino,
si hay dolor semejante a mi dolor… La mente de Jesús, aunque obnubilada
parcialmente por su mismo dolor, está pensando con miedo muy fuerte qué le
espera ahora… Y me va contando cómo ha vivido ese paso tan horroroso que acaba
de pasar. Que no rehúye ese sufrimiento, y que más quiere Él por llevar a todos
a la salvación…, aunque confiesa que en este momento el sufrimiento le desborda.
Yo sé que mucho tiempo no debió
transcurrir entre los azotes y los soldados que vienen a burlarse y maltratar
al preso desgraciado… Más bien pienso que ese “paso” que yo he imaginado de
acercarme a Jesús para ayudarle a levantarlo (procurando no pisar apenas su
sangre salpicada), lo más seguro es que no se dio, porque apenas Jesús tuvo un
mínimo movimiento de estar “despertando” de su suplicio, aparecieron por allí
los soldados que iban a llevarlo a situaciones crueles y sin miramiento…
Pero a mí me pide el alma ese
rato de serenidad…, en que pueda rehacerse de sus agudos dolores, y que sienta
Él que alguien tiene a su lado. Y bien sé que su mirada me está proyectando
hacia alguna realidad más inmediata, mucho más cercana y posible. Porque
cuerpos y almas azotados por el dolor –muy vario-, los tengo constantemente a
mi alcance. A los que me puedo acercar sin dañar…, y a los que daño cuando no
me acerco y rehúyo. Y los que tienen todo el tiempo delante.
No puedo menos que ponerme
delante el pensamiento de los Santos Padre de la Iglesia, que vieron en los
azotes sobre el cuerpo inocente de Jesús, la porción de “redención” que tocaba
a nuestras sensualidades, en cualquier modo y forma…; a la dependencia de los
sentidos…, a esos afectos que no se quedan en su parte absolutamente noble del
espíritu…; a aquella fina expresión de Juan XXIII (si mal no recuerdo), que
llamó la atención sobre la lujuria
larvada que puede darse bajo formas de espiritualidad…, y todo el modo
sutil de los sentidos que tienen mil maneras de expresarse en el mismo interior
(o exterior) de la persona.
¡Y ya podemos hacernos cargo
cómo descargaron aquellos azotes que llevaban la furia de un mundo enfermo de
sexo, carente de sentido en el desbocamiento del goce por el goce y sin más
proyección hacia nada…! Si a Jesús los azotes le dejaron hasta los huesos al
descubierto, bien podemos comprender hasta dónde estuvo allí presente la gama
de pecados de la carne que se dieron siempre, y que ahora han llegado al
desmadre desmedido.
Una reflexión más
ResponderEliminarMeterse de lleno en una escena evangélica es seguir ahondando en un pozo sin fondo. Me he centrado en Jesús, porque es –evidentemente- el centro de mi contemplación. Pero pueden encontrarse flecos en aquellos hombres que fueron “verdugos”, porque tal era su profesión.
Ya he comentado que no los pienso ni más feroces ni más inhumanos en la causa de Cristo. Es que no tenían por qué, salvo que hubiera alguna animadversión hacia Jesús. Eso podía pensarse en los criados de la Casa del Sumo Sacerdote, por aquello de la repercusión que pudo haber en ellos por el ambiente tenso que los jefes habían provocado en la causa de Jesús. Pero al saltar al tema civil, no había razón para imaginarlos más brutales con Jesucristo. Eran hombres que ejercían su labor y cobraban su sueldo. Quizás más insensibles porque estaban demasiado acostumbrados a ver sufrir y a hacer sufrir, “por oficio”.
Cuando dejaron de azotar, dejaron sus flagelos en la alcayata de aquel patio de tortura, y se marcharon tranquilamente. Habían cumplido con su cometido. Y –por decirlo así- se marcharon a la cantina a reponer fuerzas con algún refresco de la época. Y no volvieron a comentar más. Aquello era un momento más de su “carrera”…, y aquel “castigado” era uno más de los que pasaban por sus manos…
Así lo dejaríamos… Pero se me ha puesto delante que esto no ocurrió y yo me quedo imaginando. Lo que necesito es verlo en mi realidad actual. Hay muchos Cristos azotados por el dolor, la necesidad, la explotación, la miseria de su misma psicología maltrecha por la desgracia. Y sé perfectamente que yo no puedo hacer nada en ese “ejército” de pedigüeños, mendigos, “engañadores”, víctimas de las mafias, estafadores, etc., con los que me topo casi a diario. Y no me recrimino por el hecho de tener conciencia de las muchas veces que me engañaron con sus “preguntas” (modo tan actual de pedir…).
Lo que me duele dentro es que todo eso –como en los verdugos aquellos- me ha insensibilizado…, ¡incluso me ha creado animadversión…! Y lo que me duele es que tras librarme de uno y otro, yo sigo mi camino como si nada ocurriera, y me entro en el bar siguiente a tomarme un refrigerio. El dolor, la miseria de cuerpo y alma, el abuso del que ellos mismos son víctimas, se queda en esa zona de deshumanización en la que nos “liberamos” del peso de lo desagradable.
Y me he quedado afectado. Porque también ahí siguen “los verdugos” quedándose ajenos a las víctimas, aunque no sea el caso de verdugos que las hayan provocado. Y como analgésico –que no sé hasta qué punto es válido- esa convicción de que no puedo solucionar nada. Pero ¿no tendría que hacerse –siquiera- más humano mi modo de sentir, mi mirada misma más acogedora, mi gesto menos distante…? No dejo de pensarlo.