Actitudes que
definen
Empieza
la lectura de Hech., hoy [5, 17.26] con una costatación de mucha importancia.
Los sacerdotes –de la secta de los saduceos- llenos de coraje… Ya
queda definido ahí el principio de actuación. Ni siquiera podría ser el motivo
central de Jesús el que motivara el encarcelamiento de los apóstoles. Pero “llenos de coraje” lo que les hace
actuar no es ni la racionalidad, ni la justicia, ni la defensa de unos aspectos
religiosos legítimos. Lo que manda en esos hombres en un disgusto especial. ¿Es
el disgusto de que la predicación de los apóstoles se va ganando adeptos? ¿Es
el disgusto del fracaso de ellos mismos, que se han encontrado golpeados por el
mismo boomerang que ellos habían lanzado? ¿Es la reacción ante unos hombres sin
letras, que sin embargo hablan y hacen maravillas? Todo eso está de fondo, pero
el motor es que están “llenos de coraje”.
Podría decirse que no se aguantan a ellos mismos. Que han perdido la batalla, y
no se resignan. Que rechinan por dentro porque pretendieron acabar con el mismo
nombre de Jesús, y se han topado que en ese nombre ha quedado curado el
paralítico de nacimiento.
En
su coraje, encarcelan a los
apóstoles, aunque no tienen una causa para ello. Y van a juzgarlos… ¿de
qué? Y todavía se encuentran con otra
sorpresa mayúscula: aquellos hombres que ellos han metido en la cárcel, no
están en ella, no se han saltado los cerrojos…, y los hombres están predicando
tranquilamente en el Templo. Todo eso es un “doloroso sedante” para aquel “coraje”,
y tienen que amainar y salir sin violencia externa en busca de los apóstoles, y
traerlos “amigablemente” para no dar que decir a la gente, y que se les amotine.
Ha actuado “un ángel del Señor”, y
frente a eso no tienen nada que hacer. Sobre todo, cuando en el lenguaje
semítico, tal “ángel del Señor” no es un ser particular sino Dios mismo. Es Dios quien los ha
liberado. Es Dios el dueño. Y ellos, los sacerdotes, se están enfrentando con
Dios…, ese al que pretender hacer ver que sirven…, cuando en realidad se están
sirviendo a sí mismos…, y a “su coraje”. ¡Mala recomendación!
El
EVANGELIO prosigue la enseñanza que Juan ha acumulado a propósito de la visita nocturna
de Nicodemo. Hoy se tocan dos aspectos esenciales y complementarios. El básico,
el que lleva la voz cantante, es el amor de Dios que “tanto amó al mundo que le
entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en Él”.
O partimos de ahí o no habrá modo de hablar de Dios con un mínimo de verdad. O
entendemos a Dios como salvador, hasta el punto de entregar a su Hijo [“entregar” no es cualquier expresión que
equivalga a “dar”, “hacer don”…, sino nada menos que “entrega a la muerte”…], o
nunca podremos acercarnos a una idea más verdadera de Dios. Quiere decirse que
entre los dos platillos de la balanza, la humanidad en uno y la vida del Hijo
en el otro, se llevó el “peso” al propio Hijo para salvar al bastardo. Bueno:
es que para Dios no éramos bastardos: éramos
de verdad hijos…, y Dios se la
juega así a una carta, en la que su Hijo único va a redimir (=salvar a precio de sangre) a los otros hijos…, a
nosotros.
Para
eso mandó Dios al mundo a su Hijo; no
para condenar. La conclusión a la que llega todo el que quiere hacer una
religión de “potitos y papillas” es que ¡ancha es Castilla”, porque nadie se
condenará. Y aunque yo no soy quién para decir si alguien se condenó, yo sigo
el evangelio y ahí queda muy claro que no se condena el que cree en Jesús.
Pero, a su vez, que el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de
Dios. Y ésta es la causa de la condenación: que la luz vino al mundo, y los
hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas.
Vengan
ahora los modernos a cambiar las mismas formulaciones que impetran: “El Señor esté
con vosotros”; “orad, hermanos”, “la paz sea con vosotros”…, etc.,
cambiándolo todo por un hecho en presente de indicativo, y habrán dado por
supuesto que ya no hemos de hacer nada nosotros para recorrer el camino LIBRE
que el Señor nos propone. Jesús puso en condicional: el que crea…; el que no cree… Porque Jesús, más verdadero que los
descafeinados de algunos, ha propuesto siempre el seguimiento como condicional:
quien quiera venir detrás de mí… Y
hoy concluirá su discurso a Nicodemo con una claro: “Ésta es la causa de la condenación: que la luz vino al mundo y los
hombre prefirieron la tiniebla a la luz” ¿Es posible esa hipótesis? Creo que la realidad actual lo muestra muy a
las claras. Y si quien prefirió la tiniebla permanece en esa tiniebla, y jamás
acepta ser atraído por la Luz, habrá caído en ese hoyo sin retorno de la
tiniebla elegida. Y no hay peor ni más terrible tiniebla que el que no quiso
ver y se quedó ciego e imposibilitado para ver la Luz: no se acerca a la luz para no verse acusado por sus obras…, porque sus
obras no están hechas según Dios. ¿Y ahora qué, cuando así se decantó la
persona y rechazó positivamente la luz que Dios quería poner ante sus ojos?
Es
cierto que Dios NO CONDENA A NADIE. Pero es falsa la conclusión de que nadie se
condena. Porque la soberbia de la persona es capaz de elegir el propio daño. Y dannum es raíz de “condenación”.
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