Intercesión.- ¡Crucifícalo!
Cuando
entran los evangelios de San Juan, con la altura teológica propia del evangelista
en esos discursos o amplias enseñanzas de Jesús, no queda apenas otro recurso que
remitir al lector al texto correspondiente. Hoy es 5, 31-47. Jesús está
enseñando su papel en la historia del Pueblo de Dios, y de ese Pueblo ampliado,
que es la Iglesia. Jesús da testimonio de sí y de su misión, avalado por la
palabra misma del Padre. Y en lo humano, por la de Juan Bautista. Fundamentalmente
del testimonio de las Sagradas Escrituras, de siglos…, y del propio Moisés que ya escribió de mí…
La
1ª lectura expresa a Moisés en oración de intercesión por el Pueblo que Dios le
ha encomendado, y que es un pueblo testarudo e infiel. Pero, precisamente por
eso, Moisés se pone ante Dios intercediendo a favor de ese pueblo, y no porque
el pueblo tenga méritos sino porque Dios es misericordioso. Y porque ahí está
como avales a favor, los Patriarcas anteriores, amigos de Dios: Abrahán e Isaac,
con quienes Dios comprometió su palabra de bendición.
Salir
del palacio de Herodes fue una liberación en el sentir de Jesús. Y bien sabía
que salía de Herodes para entrar en
Pilato (ese dicho que ha quedado para la historia…) Puede calcularse una
hora, alrededor de las 7’30 de la mañana, cuando Jesús salió de allí, con su
manto de burlas sobre sus hombros. Una hora en que ya había gentes por aquellas
callejas, que se llevaban la impresión de ver al preso. Algunos reconocían a
Jesús, para bien o para mal: algunos quedaban extrañados al ver al hombre bueno
y hacedor de hechos bondadosos, que ahora aparecía conducido de sitio a sitio y
con aquella indumentaria. Otros movían la cabeza como quien dice: “¡ya me lo
imaginaba yo!... Esos que se suben siempre al carro del “vencedor” (del
poderoso), y que están proclives a la crítica, al “linchamiento mental”. Era
ahora muy fácil dudar de la obra de Jesús y de la verdad de sus doctrinas.
Cuando el que pasó haciendo el bien
está caído en desgracia, sólo los honrados y valientes son capaces de tomar
partido por él. [La verdad que Jesús no contó con demasiados valientes…]
Mal le cayó
al presidente aquella “devolución” del preso que él había pretendido quitarse
de delante. Ahora pretende Pilato basarse en la fuerza de “otro” para no cargar
él con su responsabilidad. Me habéis traído
a este hombre como perturbador, y –una vez examinado el caso-, ni yo hallo causa, ni Herodes tampoco. Por
tanto, no hay causa de muerte.
Quedaba prácticamente sentenciada la verdad del caso. Pero Pilato no era capaz
de culminar su juicio con la liberación del preso. No tenía Pilato esa
valentía, ni la voluntad para resolver. Era de los típicos indecisos que
siempre se fundamentan el “autoridades” de otros…, y así “e lavan la cara”,
aunque saben perfectamente que se están mintiendo…, incluso que están perdiendo
la batalla. Pero el “sistema inmunológico” de sus propias culpas, les hace
volver a sacar cabeza por donde no pueden.
Y mire Vd por
dónde se le viene a las manos “una solución” que cree Pilato que ni pintiparada…:
acaban de irrumpir en la plaza un grupo reducido de gentes, más bien jóvenes,
alegres, festivos, que vienen a realizar un ritual popular que era propio de la
víspera de la pascua: pedían la liberación de un preso, como todos los años. Y a
Pilato se le enciende su opaca luz política y engañadora, ofreciendo una
elección entre dos presos: uno es un sedicioso, torpe y liado en una causa por
asesinato, aunque él no lo hubiera perpetrado. Pero que era “hombre de cuidado”:
su nombre tan curioso como Bar-abás
[Bar=hijo de; Abá=padre]. El otro preso estaba allí delante: Jesús, Jesús, el llamado Cristo
[Jesús=salvador; Cristo=ungido]. ¿A cuál queréis que os suelte. Una masa no
puede decidir de pronto porque no tiene ni “entendimiento” ni “voluntad”. Una
masa siempre es masa, y fácil de manipular por quien tenga más habilidad o más
autoridad (buena o mala).
Jesús estaba
viendo la jugada: Él quedaba en parangón con el sedicioso. Si la gente aquella
optaba por liberar a a Jesús, saldría Él liberado pero no por sí mismo ni por
su inocencia, ni por su nombre (sagrado para una mentalidad judía), Pilato
trata de manejar la situación hábilmente y se retira para dejar deliberar… Lo
que tenía de “hábil” lo tenía de infeliz, porque no supo calcular los
movimientos que se iban a producir en la Plaza, con unos sacerdotes exaltados,
empedernidamente tercos, y decididos a todo para quitarse de en medio al “llamado
Cristo”. Entonces ellos fueron quienes se entremezclaron como cizaña en medio
del trigo, y sobresembraron sus malas ideas… Y cuando Pilato –casi frotándose
las manos- salió a saber el resultado de la elección, se vino a encontrar con
la sorpresa que decidía la liberación de Barrabás.
Y hasta ahí,
casi podría no extrañarnos a los que vivimos en el siglo XXI y sabemos que el
desorden y lo incorrecto es lo que priva, lo que decanta a favor. Lo tremendo
fue cuando el aturdido Pilato preguntó tímidamente qué tenía que hacer con Cristo…, y como una ola gigante de maldad
se le vino encima aquella escalofriante respuesta: ¡CRUCIFÍCALO!
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