Lunes 2º tiempo
pascual
Hech.
4, 23-31. Se está gestando la primera persecución contra la naciente Iglesia.
La curación del tullido ha desencadenado un movimiento de entusiasmo en las
gentes del pueblo, y los consiguientes recelos en los dirigentes religiosos,
por dos motivos: uno, que ese Jesús –cuyo nombre pretendieron borrar- está en
boca de todos, porque en su nombre se ha hecho aquel milagro. Otro, dentro de
unos criterios particulares de los sacerdotes, pertenecientes a la secta de los
saduceos, que se encuentran con que ese Jesús muerto por la sentencia de ellos,
ahora es predicado como resucitado, cosa en la que ellos no
creen.
Por
eso cuando Juan y Pedro cuentan a los compañeros lo sucedido en la detención
que ellos han sufrido por esos hechos anteriores, ellos recuerda que está
escrito: “¿Por qué se amotinan las
naciones y los pueblos planean un fracaso. Se alían los reyes de la tierra, los
príncipes conspiran contra el Señor y su Mesías?”
En efecto así
había sido cuando sacerdotes, Herodes y Pilato, con el pueblo mismo de Israel,
habían matado a Jesús Ahora surge la amenaza contra ellos, los discípulos y
apóstoles, mientras el brazo del Señor sigue repartiendo bienes en esos signos
y prodigios que sanan las dolencias del pueblo.
Oraron al Señor con todo ese sentimiento de fondo y una ráfaga intensa
de Espíritu Santo hizo temblar el lugar y nuevamente los llenó de esa fuerza y
vigor que son dones propios del Espíritu de Jesús, para que anunciaran con
valentía las riquezas de Dios.
Jn
3, 1-8: Ha llegado a Jesús un fariseo de buena fe. Viene de noche,
escondiéndose de sus compañeros fariseos. Y saluda a Jesús con un reconocimiento
sincero: “Sabemos que has venido de parte
de Dios, como maestro, porque nadie puede hacer las obras que tú haces si Dios no
está con él”.
Jesús
sabe ver que este hombre no viene con fingimientos… Que es un fariseo con un
sentido religioso verdadero, y por eso le responde con lo que es básico para un
cambio de actitud religiosa. Y le dice, como expresión “de gancho” para un
rabino, muy ducho en este tipo de discusiones: “Te lo aseguro: el que no naciere de nuevo, no puede ver el Reino de
Dios”.
Nicodemo
recoge el guante y continúa en la misma línea: “¿Y cómo puede uno, siendo ya viejo, volver a nacer? ¿Es que tiene que
volver al seno de su madre?” Bien
sabía el fariseo que su pregunta era “infantil”. Y sin embargo era la que mantenía
el tono iniciado por Jesús. Por eso, en efecto, “obliga” a que Jesús clarifique
y concrete.
Y
Jesús contesta: “Te lo aseguro: el que no
nazca de agua y Espíritu Santo, no puede entrar en el Reino de Dios” ¡Ya está más claro! Se está hablando de una “puerta
de entrada” a ese Reino: un Bautismo que se realizará con agua (como es propio)
pero con la fuerza divina del Espíritu de Dios.
Y
ahora viene, por parte de Jesús, la explicación fundamental de ese ESPÍRITU
SANTO. Juagando con la palabra hebrea ruaj,
de múltiples sentidos “volátiles”, Jesús le va a ir entremezclando Espíritu
(inmaterial), soplo, aliento, viento… Porque al llegar el Espíritu a la
persona, es coo el viento que sopla donde
quiere y oyes su ruido, pero no sabes de
donde viene ni adónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu.
Esté
preciosamente descrito: cuando el Espíritu Santo, la Gracia de Dios, la acción
de Dios, llega a la persona, le empuja fuertemente en una dirección… Y sin
embargo ni sabe uno cómo ha llegado, ni sabe adónde le lleva. No sabe uno cómo
le ha llegado, Porque el Espíritu viene de los más inesperados “orígenes”. Unas
veces vendrá de una hermosa y profunda oración, otras de alguien que habló y
trasmitió –quizás sin saberlo- impulsos buenos; otras veces fue un momento
duro, no deseado, inexplicable, de esos que hasta pueden tambalear a la persona;
a veces de un enemigo y hasta de una
desgracia. [“Para el que ama a Dios, todo le conduce el bien”, aunque no sepa
de donde le ha venido aquello…].
Y
tampoco sabes a dónde va. Los
impulsos del Espíritu son misteriosos. Inician el camino y lanzan en una dirección…,
pero no sabe nadie hacia dónde seguirán después, qué irá marcando ese Espíritu
que sopla dentro. Y vive el verdadero creyente en ese vértigo del “hoy” sin
saber la dirección de “mañana”, aunque camina (o vuela) en plena seguridad de
que el Espíritu siempre da cosas buenas…
Nicodemo ya no va a hablar más:
está embobado escuchando a ese maestro (que así lo reconoció él al saludarlo)
pero del que nunca pensó que podía ir tan lejos y tan clarificador del misterio
que se encierra en el Reino de Dios. Porque ese es el secreto del Reino: que el
ser humano no puede manejarlo a su antojo, ni a su comodidad, ni según planes o
ideas preconcebidas. Sólo cuando el alma se decide a “nacer de nuevo, con el agua y el Espíritu”, es cuando
verdaderamente el Reino de Dios “está
aquí”. Y ese recorrido requiere de una acogida muy humilde de lo que va
viniendo, a sabiendas de que Dios actúa y hace su obra. Ese Espíritu que hace retemblar el lugar donde estaban los
apóstoles…
Las palabras de Jesús a Nicodemo son un horizonte sin límites para el adelantamiento en nuestra vida interior siempre que nos dejemos llevar por las inspiraciones del Espíritu Santo.Jesús quiere de nosotros una transformación completa,un nacer de nuevo a la vida de la gracia:tenemos que despojarnos del hombre viejo....
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