SÁBADO DE
PASCUA
Sigue
coleando la curación del lisiado de nacimiento. La reacción popular es la
admiración. Por pare de los jefes religiosos, la sorpresa. Que dos hombres sin
letras, rudos, tan del pueblo, tengan liada aquella manifestación de
entusiasmo, les rebasa a los sacerdotes: allí está el tullido caminando y
gritando de alegría, y eso no pueden negarlo. La solución absurda es detener a
los dos apóstoles, tenerlos esa noche encarcelados, y soltarlos a la mañana
siguiente porque no pueden aducir cargos contra ellos. Sólo pueden conminarlos
a no sacar a relucir en adelante el nombre de Jesús. A lo que responden ellos
que no
pueden dejar de hablar de Él. No es cuestión de querer o no querer
obedecer, sino de NO PODER callarse; un gusanillo les fluye desde lo más hondo,
y por eso tienen que seguir hablando de Jesús. Y porque, puestos a obedecer,
tienen que obedecer a Dios antes que a los hombres. Nada pudieron responder los
doctos. Y repitieron insulsamente su prohibición y los soltaron.
En
vez de pararme en el Evangelio de hoy (que es de Marcos), absolutamente breve y
acabando con toda la vida gloriosa en una síntesis rápida, intento tomar los
datos y hacer oración sobre ellos, buscando lo más contemplativo…, y las
consecuencias a las que nos pueden
llevar.
Ese
capítulo 16 comienza con la llegada al sepulcro, con las mujeres que llevan la
intención de embalsamar el cadáver de Jesus. Pero hallan corrida la piedra, y
encuentran un joven de aspecto celestial que les hace ver el sepulcro vacío, y
que Jesús no está allí. Y les encarga a ellas que avisen a Pedro. Para Marcos,
ellas no se atrevieron a decir nada porque las iban a tomar por locas. Pero
quien sí avisa, con un mensaje atroz –pura imaginación calenturienta, es María
Magdalena: han robado el cuerpo del Señor
y no sabemos dónde lo han puesto [así consta por el evangelio de San Juan].
Las mujeres habían recibido el encargo de avisar a Pedro (ya se le da una
hegemonía a ese discípulo), y Pedro va al sepulcro a ver. No va solo. En un
montaje de planos (muy propio de Juan) con él va “el discípulo amado”, que no
le pesan los pies tanto como a Pedro… Y a la hora de la verdad, los “dos” ven
lo mismo, Pedro no saca nada en claro (salvo confirmar que Jesús no está y que
no es razonable la hipótesis de robo porque los envoltorios del cadáver están
allí y no están desordenados; por decirlo así: está cada cosa en “su sitio”).
Pedro no siente encenderse su fe. El “otro discípulo”, sí.
Ese
otro discípulo está ya representando a la Iglesia de después de Pentecostés, la
que lleva el paso más rápido porque ya cuenta con un espacio de tiempo para
haber ido asimilando. Y, sin embargo, no correrá tanto que se adelante a Pedro,
ni que Pedro quede tan rezagado que ese “discípulo” pueda suplantar a Pedro. Mientras
Pedro, en su estado normal de hombre que viene a ver, que ha ido más lento (con
esa lentitud que es propia de la madurez de la fe, que no es “llegar y topar”),
y se va como ha venido (con el gusanillo dentro), la Iglesia del “discípulo
amado” lleva ya años de distancia, perspectiva, consolidación, experiencias muy
nuevas y especiales. Y esa Iglesia –que ya nos está representando a nosotros-
VE; y viendo, CREE; y cree porque ESTABA ESCRITO (aunque hasta entonces no habían
caído en la cuenta). Es ese paso tan humano de que las cosas del orden divino
no se pueden saber ni acoger en un big-bag. La fe suele llevar su ritmo y las
iluminaciones de cada alma llegan en “su momento”.
Aquí
hay mucho más de lo que parece. Muchos –hoy día- dicen que tienen dudas de fe. En realidad carecen de
conocimientos. Vivieron la fe del
carbonero, y esa fe, en su proceso de maduración y personalización, no se
puede quedar allí. Necesitan preguntar,
formarse. No hay problema de duda.
Otros
han racionalizado tanto la “fe” que la hacen añicos. Porque la fe puede
formarse en sus contenidos, pero la fe siempre es FE, y por tanto no es
racionalismo. La razón ayuda a comprender. Pero la fe está más allá de lo palpable.
Otros
se han aferrado a “su fe” de 12 años, y no admiten nada más que aquello. Han
crecido en el número de su ropa, o de sus zapatos; han adoptado modas y cambios
de los tiempos, y tienen móviles en vez de telégrafo. Y lo ven lógico. Pero en
la fe no han avanzado nada, ni quieren
que “le cambien nada”. Pasan de “creyentes” a fanáticos o escandalizados.
Los
hay con carencias básicas de
conocimientos, y como no saben ni qué es la fe, y solo entienden de teclas
y de mensajes y aparatos, siguen creyendo
en Dios…, pero “a su manera”. Tan a su manera que ignoran quién es Jesus, y
creen que la Iglesia es “lo que se ve en cada persona particular”, o los “aledaños”
de lo eclesiástico. Por tanto es una fe que tiene sólo la capa exterior, la
cáscara. Debajo no hay nada que pida respuesta, actitudes, relación personal con ese Dios en
el que dicen creer.
Y
está el creyente sincero pero que no
comprende que la fe no depende de sus esfuerzos, ni crece en la medida ni
en el tiempo que él quiere. Y se desanima… O se queda en la vulgaridad, o se
queda en lo que ya tiene, sin dar un paso nuevo… Se ha adocenado en su fe. No
ha llegado antes… Tampoco ha seguido a Pedro… Parece como que hace “la guerra”
por su cuenta.
El
proceso evangélico de la Resurrección lleva sus etapas y Jesús va viniendo en
los momentos oportunos. Ahí está la clave.
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