SIGUE “EL
DOMINGO”, sigue la fiesta.
En
efecto, hoy sigue siendo en la vida de la Iglesia domingo de resurrección. Yo lo explico con una forma muy simple: un
domingo tan grande que no cabe en 24 horas. Siendo la razón de ser de
toda la fe cristiana ese hecho de Jesús resucitado, y siendo tan impresionante
y tan fuera de todo lo normal y humano que Cristo -el aplastado en la Pasión y
muerto en la cruz y sepultado en el sepulcro de José de Arimatea-, estar celebrando
que HA RESUCITADO, no puede caber en
24 horas. Y la Iglesia prolonga la solemnidad a través de toda la semana, de
modo que su rango litúrgico es casi el mismo que el domingo de LA RESURRECCIÓN.
Su le llama: Octava de Pascua. [De
ahí el dicho popular: todos los santos
tienen su octava].
Los
formularios litúrgicos van desentrañando esa contraposición del Cristo muerto
en la cruz y de Cristo que vive triunfador. Y Pedro se encarga de hacerlo ver a
través de sus diversos discursos, tras el momento nuevo de Pentecostés, que les
ha dado la fuerza de la verdad y de arrostrar incluso persecuciones, cárceles,
azotes… Pero la onda expansiva del Resucitado ya no hay quien la detenga. ¡Así
ha llegado a nosotros!
Pero
yo no voy a ir hoy a los textos como tales sino a la novedad que supone lo que
dice Pedro en el primer renglón de Hechos 2, 14, (y 22-32): “Pedro con los Once…” Es decir: ya son de nuevo “Doce”. Judas, como
el propio Pedro comenta en los versículos anteriores, se ha ido a su lugar”…: el traidor que entregó a Jesús…, que lo vendió…,
que se desesperó…, acabó caído de lo alto y reventándose por medio y
esparciéndose sus entrañas… (ese es “su sitio”). Pero Jesús había elegido doce
y el número se había quedado manco desde aquel día. Y los apóstoles –que mantenían
su permanente oración, junto a María- llegan a la conclusión de elegir a uno
que queda asociado al grupo de los apóstoles, con todas sus características de haber acompañado a Jesús desde el principio…,
desde el Jordán…; de ser discípulo permanente y cercano (casi como ellos), y ser testigo de la resurrección
(tenerla tan dentro, tan sentida y vivida, que esté en la línea profunda de esa
fe y de los efectos de ella).
Así
llegan a constatar dos hombres: José Barsabás y Matías. Y ahora quedan en la
perplejidad de quién… Y optan por su fe plena en a oración…, por saber que Dios
habla cuando se le pide intervención para acertar con su voluntad. Oran
pidiendo que Dios INDIQUE a quién quiere
Él, porque Él es quien conoce los corazones. “Muestra a QUIEN TU HAS ELEGIDO”. [A mí me resulta muy emocionante
esta realidad, y este discernimiento, que –por otra parte- no tiene luces
especiales de orden “racional” para decantarse o por uno o por otro de los dos
personajes].
Y
echan a suertes entre los dos…, y
siguen orando y esperando que DIOS MUESTRE… Y “a suerte recae en Matías”… (¡que
no era mera “suerte”, porque permanecieron siempre esperando el designio de
Dios!). Si ahora la tal “suerte” es ELECCIÓN DIVINA (una vez más elige a quien Él quiso), quedan
absolutamente seguros y tranquilos de que Matías es el que quería Dios. ¡Y
nunca más se tuvieron que plantear si habrían acertado o se habrían equivocado…,
si el procedimiento fue correcto o no!… Cuando ellos han puesto los medios
humanos requeridos, y cuando han pedido a Dios en profunda y prolongada serena
oración que Dios exprese…, esas “suertes” ya no son para ellos “surtes” sino
camino evidente de la elección de Dios.
¿Pensáis que me detengo y recalco
por mera devoción mía? ¡Ni mucho menos! Como jesuita tengo a la mano el “manual”
de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio, maestro de discernimiento. (Que
no es mero “vademécum” formulario, sino carisma).
Entonces me encuentro con ese procedimiento de varias vías que propone San
Ignacio para acertar en la ELECCIÓN de alguna decisión que tomar, en el que se
utilizan los medios humanos naturales…,
pero a base de mucho orar, mucho examinar…, y así, una superdosis de honradez espiritual para buscar en actitud de indiferencia,
hacia dónde va la voluntad de Dios. Y cuando se ha empleado la batería de
medios…, y se han sopesado las razones que parecen haber sido más determinantes
para elegir una cosa, todavía toca irse
a la presencia de Dios, y allí pedirle QUE SEA ÉL QUIEN CONFIRME. Y se
parte de a convicción de que Dios habla
desde el lenguaje de la CONSOLACIÓN o la DESOLACIÓN espirituales. Y si todo ha ido en orden y sinceridad, queda
zanjada la cuestión con la garantía suficiente de que Dios estuvo allí en medio
y se hicieron las elecciones en la línea de la fidelidad al gusto de Dios.
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