Misericordia e
inmisericordes
Un
sólo punto de plena coincidencia encuentro en las dos lecturas de hoy [Dan 13,
1-6; Jn 8, 1-11]: la pasión desbocada. Un final, que también tiene su punto
común: Dios sale por las dos, aunque una vez en la forma de un chiquillo; la
otra, el mismo Jesús. En ambos casos, sobresale la misericordia: en la defensa
de la persona inocente; en el “yo no te condeno” , dicho a la adúltera
culpable.
En cierto
grado, también coincidiendo “los más
viejos”, aunque en el evangelio, no sólo ellos. En el centro del huracán,
dos mujeres, pero y también muy diferentes: una, inocente de lo que se le
acusa. La otra, plenamente culpable.
Para la Cuaresma
es un mensaje común: Dios siempre está dispuesto a perdonar.
No sabemos si
Jesus estuvo más o menos tiempo en aquel interregno de flagelación y corona de
espinas. Jesús estaba jadeante tras aquella carnicería; la fiebre altísima, su
cuerpo inflamado por el traumatismo. Al pasar unos minutos, las llagas se hacen
más dolorosas al estar al aire. Aunque Jesús –en medio de todo aquel espantoso
dolor y casi sin fuerzas, se puso su túnica. Yo quiero pensar que yo, en esa
presencia mística mía que voy viviendo, pude ayudarle –cuanto era posible, y a
sabiendas que cada roce de la tela era renovarle todo el sufrimiento. Pero San
Mateo nos da el dato de que los “soldados
lo desnudaron” para llevárselo a la falsa “parada militar” que iban a
tener, burlescamente, “dentro del Palacio”
(Mc)
Aquellos
hombres sin piedad, aquella soldadesca sin sentimientos, aquella chusma de
gentes que juegan con una criatura impotente y sin defensa, es una bofetada a
la humanidad, porque representan el grado de deshumanización que sea posiblemente
el más flagrante en toda la pasión. Porque los que prendieron en el Huerto,
iban expresamente a eso. Porque los criados que se burlaron aquella pasada
noche, estaban en su salsa azuzados por un
compañero, y una noche en la que había que matar el tiempo… Porque en los
azotes cumplían ordenes y oficio aquellos verdugos. Pero ahora no hay razón alguna para pisotear la
dignidad de un preso, ni para esta barbarie en el modo de actuar.
Empezaron
por desnudarlo de nuevo, y sin miramiento. Siguieron con aquella farsa del
manto de púrpura como el color de los mantos reales, y le pusieron en las manos
una caña, a modo de cetro de mando. Y como en aquella “broma” trágica le
quedaba un detalle por rellenar para hacerlo más vivo, tejieron una corona o casquete
de espinas (dicen los entendidos que era espinas
cambroneras. Yo reconozco que me pareció demasiado distante lo que
habitualmente se dice y lo que trajo hasta nuestros ojos la exposición de la
Sábana Santa que tuvimos en Málaga, en la que se exponían todos los
instrumentos y objetos que reproducían los que se utilizaron en aquel momento
histórico. Y no es que yo quite la importancia del efecto destructor de la
corona (no casquete) que allí expusieron, pero que -evidentemente- era de púas
más pequeñas, sino que intento siempre no “exagerar” los datos por el hecho
estar hablando de la Pasión de Jesús.
Los
estudiosos tienen más que demostrado que –en cualquier caso- estos tormentos
eran más que sobrados para que el condenado muriese de dolor y desesperación.
Siguiendo
los evangelios, tranzada esa corona, empieza la que yo llama “parada militar”
(sarcástica), en la que los soldados rinden honores al “rey”, lo saludan arrodillándose
grotescamente, y le tomaban la caña de la mano para golpearle la cabeza
coronada… Una auténtica checa de dolor, ruido…; algo que podría provocar la
locura del que sufría todo aquello. Y otros, le escupían al rostro… [¡Cuántas
veces me dijeron a mí: “judío”, por esa mala costumbre de los niños que no
agreden pero cobardemente escupen a otro! El hecho es que ahora no eran judíos
sino romanos]. Y al par que saludaban con un burlón: Salve, rey de los judíos, le daban también bofetadas. De verdad que con los tres sinópticos
delante, se queda uno pasmado de que tales actitudes se dieran en esta ocasión,
provocando dolor y más dolor, sufrimiento y más sufrimiento, y humillación
hasta aplastar.
Pero
Pilato, ¿dónde estaba?, ¿qué hacía?
¿Cómo es que a Pilato se le esté pasando por alto todo esto? Difícil se
me hace pensar que estaba al corriente de estos sucesos, y difícil se me hace
pensar que ignoraba todo… Verdaderamente que aquí ocurren cosas que si no
estuvieran descritas con tanto detalle por los evangelistas –en la parte más
histórica de todos los evangelios- será imposible de dar crédito a tanta
barbaridad y a tanta irresponsabilidad del juez. El hecho quedó ahí.
Lo
que no queda dicho, ni casi barruntado es el interior de Jesús, ese corazón rasgado
por la pena más inmensa que puede imaginarse, porque por mucho que pensemos,
¿cómo podríamos entrar en esos sentimientos, que –además- está bloqueados por
el simultánea dolor, los quejidos sordos o más brotados a borbotón por el insufrible
suplicio que padece. La verdad es que en este momento me aturde la sola contemplación
de los hechos, y que no me siento capaz –de momento- de adentrarme en el
interior de Jesucristo, así padeciendo tanto…
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