Critica,
critica…, ¡que algo queda!
Eso
es lo que queda patente en la 1ª lectura de hoy (Sab, 2, 1, 12-22). Si lo leyéramos con simple
mirada humana, estaríamos encontrando una táctica constante en la vida de
muchas personas: alguien no me cae bien…, a alguien quiero echar abajo…, o
simplemente yo quiero quedar por encima de todos…, y destruyo desde mi crítica al que se me
antoja. Y mi conversación se hace pura crítica, puro negativismo. ¿Por qué? –Porque el buen hacer del otro se me antoja
un reproche para mi modo de hacer… ¿Qué arma me queda –supuesto que yo no
voy a cambiar de mis maneras? –Destruirlo a él. Y si es que lleva razón, ¡que
venga Dios y lo salve.
¿No
será demasiado humano, real y contemporáneo este modo de actuar? Por lo pronto la Cuaresma nos lo propone como
reflexión y mirada a Jesucristo, que va a padecer porque otros, incapaces de la
verdad, optaron por eliminarlo a Él. “Y si es Hijo de Dios…, ¡que Dios lo baje
de la cruz!
En
Jn 7, 1-2,25-30, evangelio de hoy, Jesús llega a expresarse a gritos en el
Templo: A mí me conocéis y conocéis de
dónde vengo. Y sin embargo yo vengo del que es veraz; Él me ha enviado. ¿Solución
de los que escuchaban? -Ver el modo de matarlo. Exactamente lo que había
presentado la 1ª lectura.
Exactamente
lo que nos van trayendo los diversos pasos de la Pasión. Pilato calculó mal.
Pensó librarse de aquel caso peliagudo que le habían traído los sacerdotes,
apoyándose en un grupo de gentes que estaban al margen del proceso. Pero los
ancianos eran más ladinos y cuando Pilato quiso acudir, ya le habían ganado la
partida, y fue ese pueblo el que
sirvió a “la causa” con sus griteríos y amenazas. Y Pilato quedó “desnudo”, sin
saber cómo cubrirse.
Por
si le faltaba algo, su esposa le envía un recado: No te metas con ese hombre justo; que esta noche tuve muchas pesadillas
por él. Y Pilato se diría a si mismo: ¿Y qué más quisiera yo? Lo malo era su condición de político que quiere
nadar y guardar la ropa, y por eso nunca afronta el casi con la sinceridad que
debe. Siempre busca el resquicio para salvarse él, lo primero, y –si puede-
salvar al inocente. Y se encontraba con
ese frontón de quienes ya no admiten el diálogo…, muy típico de quien no tiene
razón y quiere tenerla. Y Pilato declara una vez más que no hay causa de muerte
para condenar a ese hombre… Pero lo
pondré en libertad después de castigarlo. ¡No se lo creía ni él!
Todo
eso que ocurre en la historia tiene una caja de resonancia en el propio
interior de Jesús. Ha quedado patente que no hay ni uno sólo que lo defienda.
Que aquella plaza es un hervidero de injusticias. Que va a tiro hecho a
matarlo, y que ni el aviso de la mujer de Pilato sirve para nada. ¿Cómo se vive
desde dentro del propio paciente? ¿Cómo resuena cada grito de aquellas
gargantas –tan fuera de razones- en el Corazón más noble y más verdadero? No
quiso Pilato saber qué es la verdad…,
y está cayendo en la total mentira…, la del populacho exaltado y azuzado por
los ancianos senadores, y la propia mentira del juez sin leyes, del gobernador
sin decisión ni criterio… ¡Cómo me trae al pensamiento al dirigente que es incapaz
de una decisión pausada y sensata, y acaba siempre “aportando autoridades” para
tener un punto de apoyo! ¡Es el ridículo público! Luego se quejará Pilato de no adelantar nada… ¿Cómo va a adelantar
si está mostrando las espaldas a toda verdad, a toda responsabilidad de su
cargo? [Y así sucesivamente…]
Y
Pilato se retiró y mandó “al castigo” al que no tenía culpas… Y el tal “castigo”
era la horrenda flagelación…, la que en el Antiguo Testamento se advertía
decididamente que –cuando se diera entre los judíos- había que cuidar que no
quedara infamado el castigado. No digamos: ¡no podía ponérsele al borde de la
muerte”. Y en la época de dominación romana, no fueron pocos los que dejaron de
existir en ese suplicio. ¡Ese es el castigo por “hombre justo”! De verdad que
sólo escuchar esa palabra de boca de Pilato, ya estremeció las carnes de Jesús.
Luego
vino la preparación… Desnudarlo, atarle las manos a una argolla alta para que
así quedase todo el cuerpo diáfano para los azotes. Y la elección del flagelo,
que podía tener dos tiras largas de cuero… o de cuerda y, en este caso, con 4 o
6 nudos cada fleco de aquellos. Eso suponía 4 ó 6 puntos duros en cada golpe…,
que –cayendo uno sobre otro, desde las dos posiciones a derecha e izquierda de
los verdugos- suponían llagas que se acumulaban, que abrían las carnes, que
dejaban las espaldas como un mapa de dolor y de sangre. Jesús tensó
instintivamente los músculos como una defensa del organismo… Conforme el dolor
arreció, ya no hubo esa tensión…; el cuerpo se entregaba sin fuerzas de
resistencia. Y los golpes seguían cayendo y –lo más probable- es que
obnubilaron el sentido, porque la capacidad de sufrimiento tiene su límite, y
el organismo se defiende con la pérdida del conocimiento, como una “anestesia
general” porque no puede sufrir más. Y Jesús debió desplomarse al cabo de una
lluvia de azotes hasta que los verdugos decidieron que ya era suficiente. Le desataron
las manos de la argolla, y Jesús cayó como un fardo sobre el pavimento.
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