Lunes Santo,
14 abril
Un
mensaje esperanzado del “Siervo de Yawhé” (Is 42, 1-7), ese personaje que es
como anuncio muy aproximado a la realidad posterior que acaece en Jesús.
Elegido, preferido de Dios, con el espíritu de Dios para implantar bondad sin violencias, ni apagar los rescoldos que
quedan. Dios lo lleva de la mano y le hace alianza de un pueblo, luz de las
naciones, que abrirá las prisiones a los cautivos y dará vista a los ciegos…
Podríamos
ir poniendo en paralelo hechos de Jesús o dichos sobre Jesús. El “siervo” es
una antesala, también en sus sufrimientos posteriores. Pero eso queda para otro
momento.
En
el Evangelio (Jn 12, 1-11) Marta, María y Lázaro celebran con un banquete la
vuelta a la vida del que llevó 4 días en el sepulcro. María, siempre descrita
como mujer afectiva e impetuosa, entra en la sala con un bote de preciso
perfume y se dirige a Jesús, el que es protagonista de aquella alegría que
viven, y lo agasaja derramando sobre su cabeza ese perfume, cuyo aroma llena la
casa. A quien tiene la sensibilidad de María, no cuenta el “derroche”; cuenta
el agradecimiento y el poder ofrecer lo mejor, lo más valioso, como “elemento
vicario” de ella misma.
Judas
no lo lleva a bien. Y saca a relucir el tal inútil “derroche”, cuando –vendido-
hubiera sigo muy útil para socorrer a pobres. [San Juan no deja pasar esas
cosas, y apostilla que a Judas para nada le importaban los pobres, sino que era
ladrón y se iba llevando dinero que tomaba de la bolsa común]. Jesús salió en
defensa de la mujer “que tenía ese
perfume guardado para la sepultura de Jesús”, advierte que “pobres siempre hay entre vosotros”. Y a
Judas le sentó aquello como una ofensa; primero, por anteponer a la mujer a él;
segundo porque se desvelaba su propio mal corazón. Y Judas se indignó por
dentro, y algo pasó ya por su mente: “Ésta, me la pagas”. También algunos
judíos le hicieron el juego, avisando a los sacerdotes y ancianos del pueblo.
Ayer
me paré ante Simón de Cirene. Casi por “atracción mental” me siento movido a
salirme del texto evangélico y orientarme hacia el espíritu, o lo que –ya de
antiguo- movió el espíritu de otros… Tenía que aparecer alguna acción “semejante”
en una mujer. Y la tradición (y no podemos decir que no responda a una
realidad), mete en escena a Verónica. Ella es una mujer de corazón, y práctica.
Está viendo maltratar a Jesús…, que cae
constantemente al suelo…; que posiblemente es que ni ve donde pone el pie
porque sus ojos van cegados por la sangre que le llega desde la corona, por el
sudor de una fiebre y un esfuerzo sobrehumano. Ella ve a un hombre que va destrozado.
Y con esa rapidez del corazón, más veloz que la vigilancia de los soldados que
escoltan, irrumpe en medio y se planta con un paño ante Jesús y se lo aplica –simplemente
lo aplica- a ese rostro. Ella no quiere ni rozarle las espinas. Se limita a
secar su faz por mera aplicación de aquel paño limpio. Los soldados se le echan
encima y la sacan de mala manera. Le da igual. Ella ha hecho lo que pretendía
hacer. Nunca más se le verá por allí, ni quedará rastro en la Sagrada
Escritura. La tradición le dejará el mejor recuerdo: en su paño ha quedado la
primera fotografía de Jesús. Ese es su tesoro, su paga, el fruto de su buena
obra.
Cuando
Jesús siguió su camino, y entre todo el dolor e impotencia para dar cada paso,
un pensamiento quedó fijo en su Corazón, por aquella mujer desconocida,
atrevida, caritativa, delicada…, que le había ayudado muy mucho con su pequeño
grande gesto.
Y
como la vida de Jesús trasciende la historia de aquel momento y de aquel
suceso, muchos “Cristos” hay en la vida de siglos, que emulan a la mujer
aquella: ¡“Verónicas”! con su toque
femenino delicado. Está el elemento sorpresa, momentáneo, que aparece en su
momento y que desaparece sin más. Que acude a la necesidad, y no hace más que
lo que tiene que hacer. Que no quitó peso físico pero que alivió mucho, en lo
que ella podía hacer. Se me representan esas esposas que permanecen junto a la
cama del esposo enfermo, con mínimas intervenciones pero con máximas
delicadezas…, llegando adonde tienen que llegar, y nada más. Eso sí: el corazón
está todo él allí. Como la madre a los pies del lecho del hijo/hija enfermos,
sabiendo que nada puede hacer, y haciéndolo todo, pendiente de todo, sin que se
advierta siquiera. Y más que nada, estar…,
saber estar. Como la enfermera,
auténtica profesional de la atención al enfermo, para quien no es un número de
habitación de hospital… Como la maestra para quien “ese niño” es como sui fuera
“su niño”… Como la médico que no se limita a mandar unas placas sino que
conversa y se hace cercana al paciente (y
con ello cura más que con una receta). Me dan devoción esas “Verónicas”, sin
dejarme caer en la demagogia de pensar que eso sólo lo hagan las madres y
esposas, enfermeras, maestras o “médicas”… Porque lo mismo hay varones que no
serán “cirenéos” cargando pesos, pero tienen un corazón que vale por todo y así
hacen mucho más llevaderas las cruces del prójimo.
Se
trata sobre todo del hacer como quien nada hace…, de hacer sencillamente, de
tener en el otro UNA PERSONA”, y en sí mismo ser también PERSONA. Porque eso va
a aliviar muchos caminos de calvario.
Siento una simpatia especial por esta sencilla mujer:la Verónica .
ResponderEliminarCuando recorremos las catorce estaciones del Santo Viacrucis, y me han dado a escoger la lectura de una, siempre me he decidido por la sexta estación:la Verónica enjuga el rostro de Jesús.
Hoy su comentario , me ha emocionado. Gracias padre.