Limosnas y “limosneo”
Entraban
Pedro y Juan al Templo por la Puerta Especiosa. Allí pedía limosna –su único
medio de supervivencia- un tullido. (Hechos 3, 1-10). Naturalmente pidió
también a Pedro y Juan. No sé si ya eran tan conocidos públicamente como para
que supiera el paralítico quiénes eran aquellos, y que –por esa razón- le pidiera
más expresamente. Pienso que no. Pienso que entre las muchas gentes que
llegaban al Templo, fuero nos más, y unos más a quienes pedir limosna.
Pedro
y Juan se detuvieron con el enfermo, y entablaron con él una breve
conversación. Por lo pronto, personalizar el momento: Míranos. Y como suele suceder, el paralítico no entiende más lenguaje
que el de pensar que le van a dar una limosna. Y Pedro le dice: No tenemos ni oro ni plata. Por un
instante pudo pensar el hombre a qué venía –entonces- aquella parada con él. Él no necesitaba sermones
sino dinero. Y sin embargo ya es un punto a pensar: no era una moneda o un
sermón…; había un intento de humanizar…, de que el pobre no fuera un ser
deshumanizado al que sólo le interesa que le limosneen…, y “pax Xti.” Pedro y
Juan no querían ser el tipo de gentes que limosnean…,
dejan caer la moneda (que les tranquiliza) pero prescinden del que pide.
Incluso se tiene un fondo de conciencia de que aquella limosna no es una necesidad…,
pero se echa en la cestilla y ya se puede ese día estar “tranquilo”. Esta “parada
de escena” no deja de tener su “aquel”, porque representa un tanto por ciento
muy amplio de “limosneos”.
Los
dos apóstoles no pararon la escena: se apresuraron a ir al fondo –al doble
objetivo- que pretendían: “…, pero en el
nombre de Jesús Nazareno, ponte en pie y echa a andar”. Pedro había ido por
derecho a la necesidad. Y le ha dado la
mano para ayudarle a sostenerse en ese primer instante, hasta que se
consolidases sus tobillos… Aquel pedigüeño no tenía más medio de vida que
pedir…: pedir para él, para su necesidad. No tenía otro medio. Nadie lo mandaba
a pedir. Necesitaba. Pero si “la limosna” que le daban ahora era ponerlo en pie
y que él pueda ganarse su vida, ¡esa era la verdadera limosna! Y él lo sabe
agradecer entrando con Pedro y Juan al interior y glorificando a Dios y dando
brincos de alegría. Ese era un verdadero pobre, y no se lo había “mermado de
dignidad” el hecho de pedir. Y supo aprovechar su oportunidad, y acabó
celebrando –ante Dios y ante los demás (que estaban desconcertados)- que ahora
era nuevamente persona.
No
puedo menos que pensar en esos pobres, mucho más pobres, que no piden para sí;
que no es para su propia real necesidad; que piden ya “por oficio”, y por
esclavitud. Que hay detrás toda una “empresa” montada para aprovechamiento de
uno (la gente le llama “el chulo”), que vive sin trabajar, salvo
hacer el recorrido de “sus empleados” (los pedigüeños) para irles recogiendo lo
que van sacando del limosneo de muchas personas que tranquilizaron su
conciencia dejando allí su óbolo. ¡Y ahí está la peor de las pobrezas!, la que
no dignifica, la que no resuelve sino un mal vivir esclavizados y sin opciones
de abandonar “la empresa”. Por eso cuando alguien se para ante uno, lo que
menos entiende tal “pobre” es que se les intente hablar como personas, porque
se saben “bajo vigilancia” y que en fon de cuentas sólo necesitan poder aportar
a las arcas de “la empresa”, o sufrir determinadas vejaciones. Y muchas
personas que se acercan es para querer razonar lo irrazonable con ellos: que a
pocos pasos de allí tienen comedores sociales para comer caliente y comer bien.
Pero no era ese el objetivo “empresarial”. Y ¡pobres los pobres que no pueden
dejar de ser pobres, y esclavizados, y pasan a quedar de miserables humanos!
Los
dos discípulos de Emaús fueron también “muy pobres” cuando se negaron a aceptar
razones, cuando se sumieron en sus ideas, cuando prefirieron huir de Jerusalén…
Es la peor pobreza, aunque podían ser gentes acomodadas. Pero –bien se lo dijo
el “peregrino”, “sois cabezones y duros
de corazón”. Y el evangelista nos los describe como hombres “con los ojos presos” (incapacitados, “castrados”
para razonar). También ahí fue la palabra, la comunicación, la acogida de esa
palabra al cabo de reticencias y suspicacias, las que a aquellos hombres les
hizo dejar caer sus “barrotes del alma”…, su “cárcel” de los ojos, y empezaron
a encontrar que se estaba mejor abriendo el alma que encerrándose en sus ideas.
Les ardía el corazón”. La limosna que
recibían no era la moneda para salir del paso. Y tan no quisieron ya ellos
salir del paso, que invitaron al compañero de camino a hospedarse esa noche con
ellos. Y ¡ahora fue lo grande! Descubrieron
a Jesús…, descubrieron su error, aceptaron su equivocación por cerrazón
cerril…
Por
eso no es el limosneo rápido el que resuelve racionalmente una necesidad.
Cuando hay Instituciones capaces de saber adónde y cómo se ha de orientar la
ayuda, cuando hay medios para saber a ciencia cierta dónde alguien carece (que
quizás ni pide a las puertas, pero no tienen nada), cuando hay comedores donde
se vuelca la providencia y la verdadera caridad cristiana, mucho mejor se
dirige nuestra LIMOSNA, y menos pie damos a “las empresas” que se montan para explotar
la pobreza de los pobres.
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