06 de abril de 2014 (Zenit.org) - Como cada domingo, el papa
Francisco rezó la oración del ángelus desde la ventana de su estudio en el
Palacio Apostólico, ante una multitud que le atendía en la Plaza de San Pedro.
Dirigiéndose a los fieles y peregrinos venidos de todo el mundo,
que le acogieron con un largo y caluroso aplauso, el Pontífice argentino les
dijo:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de este quinto domingo de Cuaresma narra la
resurrección de Lázaro.
Es la culminación de los "signos" prodigiosos cumplidos
por Jesús. Es un gesto demasiado grande, claramente demasiado divino para ser
tolerado por los sumos sacerdotes que, al conocer el hecho, tomaron la decisión
de matar a Jesús. Lázaro llevaba muerto tres días cuando llegó Jesús. Y a
sus hermanas, Marta y María, les dijo palabras que se han grabado para
siempre en la memoria de la comunidad cristiana. Así dice Jesús: "Yo soy
la resurrección y la vida; Quien cree en mí, aunque muera, vivirá; El que vive
y cree en mí no morirá eternamente".
Considerando esta palabra del Señor, nosotros creemos que la vida
de aquel que cree en Jesús y sigue sus mandamientos, después de la muerte se
transformará en una vida nueva, plena e inmortal. Como Jesús ha resucitado con
su propio cuerpo, pero no ha regresado a una vida terrenal, así nosotros
resucitaremos con nuestros cuerpos que serán transfigurados en cuerpos
gloriosos. Él nos espera junto al Padre. Y la fuerza del Espíritu Santo, que Le
ha resucitado, resucitará también a quien está con Él.
Ante la tumba sellada del amigo Lázaro, Jesús clamó a gran voz:
"¡Lázaro, sal fuera!". Y el muerto salió. Las manos y los pies atados
con vendas y el rostro envuelto en un sudario. Este grito perentorio está
dirigido a todos los hombres, porque todos estamos marcados por la muerte,
todos nosotros; es la voz de aquel que es el dueño de la vida y quiere que
todos la tengan en abundancia. Cristo no se resigna a los sepulcros que nos
construimos con nuestras elecciones del mal y la muerte, con nuestras
equivocaciones y con nuestros pecados. Él no se resigna a esto. Él nos invita,
casi nos ordena, a salir de la tumba donde nuestros pecados nos han hundido.
Nos llama insistentemente a salir de la oscuridad de la cárcel donde nos hemos
encerrado, contentándonos con una vida falsa, egoísta, mediocre.
"¡Sal!", nos dice. "¡Sal!". Es una hermosa invitación a la
libertad verdadera, ha dejarse atrapar por estas palabras de Jesús que hoy
repite a cada uno de nosotros. Una invitación ha dejarse liberar de las
"vendas", de las "vendas" del orgullo, porque el orgullo
nos convierte en esclavos, esclavos de nosotros mismos, esclavos de tantos
ídolos, de tantas cosas... Nuestra resurrección empieza a partir de aquí:
cuando decidimos obedecer a esta orden de Jesús saliendo a la luz, a la vida;
cuando de nuestro rostro caen las máscaras, tantas veces nosotros estamos
enmascarados por el pecado, ¡las máscaras deben caer!, y nosotros encontrar el
coraje de nuestro rostro original, creado a imagen y semejanza de Dios.
El gesto de Jesús que resucita a Lázaro muestra hasta dónde puede
llegar la fuerza de la Gracia de Dios, y por lo tanto, hasta donde puede llegar
nuestra conversión, nuestro cambio. Pero escuchad bien: ¡no hay ningún límite a
la misericordia divina ofrecida a todos! ¡No hay ningún límite a la misericordia
divina ofrecida a todos! Acordaos bien de esta frase. Y podemos decirla todos
juntos: ¡No hay ningún límite a la misericordia divina ofrecida a todos!
Digámosla juntos: ¡No hay ningún límite a la misericordia divina ofrecida a
todos! El Señor está siempre listo para levantar la piedra tumbal de nuestros
pecados, que nos separa de Él, que es luz de los vivientes.
Al término de estas palabras, el Santo Padre rezó la oración del
ángelus. Y al concluir la plegaria, el Papa insistió que no hay ningún límite a
la misericordia divina ofrecida a todos y prosiguió:
Queridos hermanos y hermanas,
Mañana se llevará a cabo en Ruanda la conmemoración del vigésimo
aniversario del inicio del genocidio perpetrado contra los tutsis en 1994. En
esta circunstancia deseo expresar mi cercanía paternal al pueblo ruandés,
animándole a continuar con determinación y esperanza, el proceso de
reconciliación que ya ha manifestado sus frutos, y el empeño de reconstrucción
humana y espiritual del país. A todos les digo: ¡No tengáis miedo! Sobre la
roca del Evangelio construid vuestra sociedad, en el amor y en la concordia,
porque sólo así se genera una paz duradera. Invoco sobre toda la querida nación
ruandesa la protección maternal de Nuestra Señora de Kibeho. Recuerdo con afecto
a los obispos ruandeses que han estado aquí, en el Vaticano, la semana pasada.
Y a todos vosotros os invito, ahora, a rezar a la Virgen Nuestra Señora de
Kibeho. Ave María... (Reza el Ave María).
A continuación, llegó el turno de los saludos que tradicionalmente
realiza el Pontífice:
Saludo a todos los peregrinos presentes, de manera particular a
los participantes en el ‘Congreso del Movimiento de Compromiso Educativo de la
Acción Católica Italiana’. ¡Invertir en educación significa invertir en
esperanza!
Saludo a los fieles de Madrid y de Menorca; a aquellos de la
diócesis de Concordia-Pordenone; el grupo brasileño "Fraternidad y Tráfico
Humano"; a los estudiantes de Canadá, de Australia, de Bélgica y a los de
Cartagena-Murcia; a los alpinos de Como y de Roma.
Saludo a los grupos de chicos que han recibido o se preparan para
la Confirmación, los jóvenes de diferentes parroquias y los numerosos
estudiantes.
Francisco también quiso dedicar unas palabras a las víctimas del
terremoto de L'Aquila y a la epidemida de Ébola en Guinea y otros países
vecinos:
Han pasado exactamente cinco años del terremoto que ha golpeado a
L'Aquila y su territorio. En este momento queremos unirnos con aquella
comunidad que ha sufrido tanto, que todavía sufre, lucha y espera, con tanta
confianza en Dios y en la Virgen. Oremos por todas las víctimas: que vivan para
siempre en la paz del Señor. Y recemos por el camino de resurrección del pueblo
de L'Aquila: la solidaridad y el renacimiento espiritual, sean la fuerza de la
reconstrucción material.
Recemos por las víctimas del virus del Ébola que se ha
desarrollado en Guinea y países vecinos. Que el Señor sostenga los esfuerzos
para combatir el inicio de esta epidemia y para asegurar cuidado y asistencia a
todos los necesitados.
Al termino del ángelus y por expreso deseo del Papa se
distribuyeron gratuitamente, como regalo del Pontífice a los fieles presentes
en la plaza de San Pedro, varios miles de evangelios en edición de bolsillo. El
Santo Padre explicó el gesto de esta manera:
Y ahora me gustaría tener un gesto sencillo con vosotros. En los
pasados domingos he sugerido a todos vosotros que consiguierais un pequeño
Evangelio, para llevar uno mismo durante el día para poder leerlo a menudo.
Entonces me ha acordado de la antigua tradición de la Iglesia, durante la
Cuaresma, de entregar el Evangelio a los catecúmenos, a los que se preparan
para el bautismo. Entonces hoy quiero ofreceros a vosotros que estáis en la
plaza, pero como un signo para todos, un Evangelio de bolsillo. Os será
distribuido gratuitamente. Hay lugares en la plaza para esta distribución. Yo
los veo allí, allí, allí, allí, allí.... Acercaros a los lugares y tomad el
Evangelio. ¡Tomadlo, tomadlo con vosotros, y leedlo cada día! ¡Es el mismo
Jesús el que os habla allí! ¡Es la palabra de Jesús! ¡Esta es la Palabra de
Jesús!
Y como Él, os digo: ¡gratuitamente habéis recibido, gratuitamente
dad! ¡Dad el mensaje del Evangelio! Pero a lo mejor alguno de vosotros no cree
que esto sea gratuito. “¿Pero cuanto cuesta? ¿Cuánto debo pagar, padre? Pero
hagamos una cosa, a cambio de este regalo, haced un acto de caridad, un gesto
de amor gratuito: una oración por los enemigos, una reconciliación, alguna
cosa...
Hoy se puede leer el Evangelio también con muchos instrumentos
tecnológicos. Se puede llevar encima la Biblia entera en un teléfono móvil, en
un Tablet. Lo importante es leer la Palabra de Dios, con todos los medios, pero
leer la Palabra de Dios, ¡Es Jesús que nos habla allí!, y acogerla con el
corazón abierto: ¡entonces la buena semilla da fruto!
Como de costumbre, el papa Francisco concluyó su intervención
diciendo:
"Vi auguro buona domenica e buon
pranzo. Arrivederci!" (Os deseo buen domingo y una
buena comida. ¡Hasta pronto!)
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