Homilía del Santo Padre en la misa en ocasión de la clausura de la Asamblea Extrarordinaria del Sínodo del Obispo con el rito de la beatificación del papa Pablo VI
Por Redacción
CIUDAD DEL VATICANO, 19 de octubre de 2014 (Zenit.org) - El papa Francisco ha presidido
este domingo, en la plaza de San Pedro, a las 10.30, la misa en ocasión de la
clausura del Sínodo de los Obispo, sobre el tema "Los desafíos pastorales
sobre la familia en el contexto de la evangelización con el rito de la
beatificación del Siervo de Dios el Papa Pablo VI.
Publicamos a continuación la homilía del Santo Padre:
Acabamos de escuchar una de las frases más famosas de todo el
Evangelio: «Dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios».
Jesús responde con esta frase irónica y genial a la provocación
de los fariseos que, por decirlo de alguna manera, querían hacerle el examen
de religión y ponerlo a prueba. Es una respuesta inmediata que el Señor da a
todos aquellos que tienen problemas de conciencia, sobre todo cuando están en
juego su conveniencia, sus riquezas, su prestigio, su poder y su fama. Y esto
ha sucedido siempre.
Evidentemente, Jesús pone el acento en la segunda parte de la
frase: «Y [dar] a Dios lo que es de Dios». Lo cual quiere decir reconocer y
creer firmemente –frente a cualquier tipo de poder- que sólo Dios es el Señor
del hombre, y no hay ningún otro. Ésta es la novedad perenne que hemos de
redescubrir cada día, superando el temor que a menudo nos atenaza ante las
sorpresas de Dios.
¡Él no tiene miedo de las novedades! Por eso, continuamente nos
sorprende, mostrándonos y llevándonos por caminos imprevistos. Nos renueva,
es decir, nos hace siempre “nuevos”. Un cristiano que vive el Evangelio es “la
novedad de Dios” en la Iglesia y en el mundo. Y a Dios le gusta mucho esta
“novedad”.
«Dar a Dios lo que es de Dios» significa estar dispuesto a hacer
su voluntad y dedicarle nuestra vida y colaborar con su Reino de misericordia,
de amor y de paz.
En eso reside nuestra verdadera fuerza, la levadura que fermenta y
la sal que da sabor a todo esfuerzo humano contra el pesimismo generalizado que
nos ofrece el mundo. En eso reside nuestra esperanza, porque la esperanza en
Dios no es una huida de la realidad, no es un alibi: es ponerse manos a la obra
para devolver a Dios lo que le pertenece. Por eso, el cristiano mira a la
realidad futura, a la realidad de Dios, para vivir plenamente la vida –con los
pies bien puestos en la tierra– y responder, con valentía, a los incesantes
retos nuevos.
Lo hemos visto en estos días durante el Sínodo extraordinario de
los Obispos –“sínodo” quiere decir “caminar juntos”–. Y, de hecho, pastores y
laicos de todas las partes del mundo han traído aquí a Roma la voz de sus
Iglesias particulares para ayudar a las familias de hoy a seguir el camino del
Evangelio, con la mirada fija en Jesús. Ha sido una gran experiencia, en la
que hemos vivido la sinodalidad y la colegialidad, y hemos sentido la fuerza
del Espíritu Santo que guía y renueva sin cesar a la Iglesia, llamada, con
premura, a hacerse cargo de las heridas abiertas y a devolver la esperanza a
tantas personas que la han perdido.
Por el don de este Sínodo y por el espíritu constructivo con que
todos han colaborado, con el Apóstol Pablo, «damos gracias a Dios por todos
ustedes y los tenemos presentes en nuestras oraciones» Y que el Espíritu Santo
que, en estos días intensos, nos ha concedido trabajar generosamente con
verdadera libertad y humilde creatividad, acompañe ahora, en las Iglesias de
toda la tierra, el camino de preparación del Sínodo Ordinario de los Obispos
del próximo mes de octubre de 2015. Hemos sembrado y seguiremos sembrando con
paciencia y perseverancia, con la certeza de que es el Señor quien da el
crecimiento.
En este día de la beatificación del Papa Pablo VI, me vienen a
la mente las palabras con que instituyó el Sínodo de los Obispos: «Después
de haber observado atentamente los signos de los tiempos, nos esforzamos por
adaptar los métodos de apostolado a las múltiples necesidades de nuestro
tiempo y a las nuevas condiciones de la sociedad» (Carta ap. Motu proprio
Apostolica sollicitudo).
Contemplando a este gran Papa, a este cristiano comprometido, a
este apóstol incansable, ante Dios hoy no podemos más que decir una palabra
tan sencilla como sincera e importante: Gracias. Gracias a nuestro querido y
amado Papa Pablo VI. Gracias por tu humilde y profético testimonio de amor a
Cristo y a su Iglesia.
El que fuera gran timonel del Concilio, al día siguiente de su
clausura, anotaba en su diario personal: «Quizás el Señor me ha llamado y me
ha puesto en este servicio no tanto porque yo tenga algunas aptitudes, o para
que gobierne y salve la Iglesia de sus dificultades actuales, sino para que
sufra algo por la Iglesia, y quede claro que Él, y no otros, es quien la guía
y la salva». En esta humildad resplandece la grandeza del Beato Pablo VI que,
en el momento en que estaba surgiendo una sociedad secularizada y hostil, supo
conducir con sabiduría y con visión de futuro –y quizás en solitario– el
timón de la barca de Pedro sin perder nunca la alegría y la fe en el Señor.
Pablo VI supo de verdad dar a Dios lo que es de Dios dedicando
toda su vida a la «sagrada, solemne y grave tarea de continuar en el tiempo y
extender en la tierra la misión de Cristo», amando a la Iglesia y guiando a la
Iglesia para que sea «al mismo tiempo madre amorosa de todos los hombres y
dispensadora de salvación».
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