LA FE ES LO
QUE SALVA
La contraposición que
Pablo quiere hacerles ver a los gálatas (3,
7-14) es la de una religión basada en el cumplimiento de normas y mandatos y la
circuncisión (y quien cumple “se salva”), y la que sabe que todo lo que uno
haga en ese orden sobrenatural no tiene valor en sí, porque el único que puede
salvar es Jesucristo. Quien ha salvado gratuitamente es Dios por medio de la
redención de Jesús. Y a ella hay que acogerse. Lo que hagamos ahora ha de ir
subidos a ese carro y dependiendo de él. Lo que hagamos o dejemos de hacer ha
de tener el único objetivo de unirnos y de secundar la obra de Jesús.
El razonamiento de Pablo es: Abrahán hizo lo que Dios le
dijo, y por esa fidelidad a la voluntad de Dios recibió la promesa de que
serían bendecidas todas las naciones. También los no judíos. Y en virtud de esa
promesa de Dios, y no de las obras de Abrahán, recibe la bendición. No es la
observancia de la ley lo que abre el camino a la fe. La fe es un don y como don
es gratuito. Por el contrario, “maldito
quien no cumple todo lo escrito en el libro de la ley”. O sea: quien se
aferra a la ley, ya es esclavo de cumplir la ley y depende de cumplirla. Mientras
que Abrahán es bendecido por CREER a Dios. Y así el propio Cristo muere por
razón de la ley –de las leyes judías al modo que la llevan los dirigentes
aquellos- y aceptando ser maldito por
nosotros –“maldito” es todo el que cuelga de un árbol, y Él estuvo colgado
del árbol de la cruz-, Él supera la maldición porque acabó haciendo la voluntad
de Dios hasta el pleno total: Todo
cumplido. Y es en ese efecto de la redención que Él ha llevado a cabo en
donde nosotros nos apoyamos ya. Eso es
vivir de la fe. Y esa es la lección para aquellos gálatas a quienes les
había picado el gusanillo de la vuelta atrás, apoyándose en la circuncisión
judía, que era todo lo contrario al Evangelio que Pablo les había enseñado.
Buena prueba de las dos posturas es el Evangelio de hoy (Lc
11, 15-26). Jesús ha echado al demonio de un poseso. Evidentemente ahí está el
dedo de Dios, porque sólo Dios puede doblegar a Satanás. Pero los fariseos,
basados en sus leyes (por las que no admiten a Jesús, a quien ven como
impostor) interpretan que echó al demonio con el poder del demonio. Era un
absurdo total, una contradicción en los términos porque sería que Satanás pelea
contra sí mismo. Por tanto, en el terreno de defensa de “sus leyes”, los
fariseos incurren en el absurdo. Pero el hecho es que el poseso ha quedado
libre. Y que eso sólo procede –y sólo puede proceder- de la Gracia de Dios que
actúa en Cristo.
Jesús explica el fracaso de Satanás haciéndose la guerra a
sí mismo, y cómo vagando por lugares inhóspitos, intenta regresar a la persona
de donde salió. Si todo dependiera de la ley, donde entró una vez podría entrar
dos, y hacer el final mucho más malo que el principio. Pero cuando quien le ha
vencido y expulsado es más fuerte que él, ese le ha derrotado y quitado las
armas… Y no por la ley sino porque se trata ya del Mesías de Dios, de la Gracia
de Dios activa, que es la que verdaderamente libera.
Ahora queda una conclusión muy clara: quien no está conmigo –con la Gracia, con la fe limpia…, en la
plena confianza en Dios- está contra mí,
y el que no recoge conmigo, desparrama.
Ahí está el gran secreto: estar con Cristo es saberse
colgado de Cristo y de su redención gratuita. O pretender ser uno quien “gana
puntos” con sus propias obras y cumplimiento de “cosas”…, barriendo la casa
para que Dios no encuentre pelusas. En definitiva: haber puesto la salvación en
uno mismo y no en la Gracia de Dios.
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