San Lucas,
evangelista
Hoy celebra la Iglesia la
fiesta del evangelista Lucas, autor del tercer evangelio y del libro de los
Hechos de los Apóstoles. Tanto en el primer libro con las narraciones de la
vida de Jesús como en los Hechos, San Lucas muestra la profundidad del mensaje
cristiano. En el Evangelio manifiesta la vida y obra de Jesús con unos matices
cordiales y cercanos al lector que quiere ir a los entresijos de Jesucristo,
presentado con su humanidad con la que pasó
por el mundo haciendo el bien. Es el evangelista de los pobres por mostrar
mejor la preferencia de Jesús por ellos.
En los Hechos podemos definirlo como el evangelista del
Espíritu Santo, que actúa en la naciente Iglesia y la va conduciendo hacia una
madurez. Pedro, en los primeros capítulos, con el núcleo esencial del mensaje,
repetitivamente expuesto a fieles y dirigentes, amigos y enemigos. Y con Pablo
en el resto del libro, que va llevando a una plenitud de la lucha y la
influencia del Reino de Dios.
La liturgia ha elegido el único texto que hace alusión a
Lucas en la segunda carta a Timoteo (4, 9-17). Lectura poco atractiva, poco
edificante, más de enumeración de situaciones vividas por Pablo, y no muy
constructivas.
En el Evangelio, tratando de expresar que Lucas es uno de
los múltiples llamados y enviados a enseñar la Palabra, como aquellos 72 que
fueron enviados en condiciones de desprendimiento total, sin más armas que la
Palabra, la paz como “espada” de penetración en los corazones de quienes fueran
gentes de paz. Y recibidos o no, a ellos les toca ir como liberadores de
aquellas gentes, y anunciadores de la próxima llegada de Jesús mismo. Son los
hombres que deben palpar la urgencia de nuevos “obreros” para poder atender
tantas necesidades de la amplia mies que espera quien les atienda.
La riqueza de la lectura continua supera con mucho lo que
hay se leerá en las Misas. Nos perderemos la hermosa presentación de Pablo a
los efesios: Yo, que he oído hablar de
vuestra fe en Cristo y de vuestro amor a todo el pueblo santo, no ceso de dar
gracias por vosotros, recordándoos en mi oración, a fin de que el Dios de
nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para CONOCERLO. Ilumine los
ojos de vuestro corazón para comprender cuál es la esperanza a la que os llama,
cuál la riqueza de gloria da en herencia a sus santos, y cuál la extraordinaria
grandeza de su poder para nosotros, los que creemos, según la eficacia de su
fuerza poderosa que desplegó en Cristo resucitándolo de entre los muertos y
sentándolo a su derecha en el Cielo, por encima de todo principado, potestad,
fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido, no sólo en este mundo
sino en el futuro.
Y todo lo puso bajos sus
pies, y le dio a la Iglesia como Cabeza,
sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todos.
He copiado con veneración todo el párrafo. Me parecía
meterme en terreno sagrado si intentaba hacer mi comentario en unas palabras
sublimes que llevan –una a una- la densidad de pensamiento como para dejar a
cada cual irse deteniendo en uno u otro aspecto: la alabanza a una comunidad
fiel; la oración por ella; la petición de dones del Espíritu para que esa
comunidad dé razón de su fe y su esperanza. Y el pasaje-kerigma substancial del
cristianismo, el Cristo muerto y resucitado y triunfante, sentado ya a la
derecha de Dios. Pero Él es la Cabeza nuestra; nosotros su Cuerpo, y si la Cabeza
ya ha triunfado, el cuerpo va necesariamente detrás. Somos ya raza de
triunfadores.
Querido P. Cantero:
ResponderEliminarMe ha parecido muy buena y oportuna la ampliación que nos ha regalado hoy en su homilía, abarcando también la lectura del sábado semana XXVIII. Efectivamente es muy recomendable su lectura cuidadosa y atenta.
Le deseo disfrute hoy de un gozo especial con la lectura de los textos que nos dejó San Lucas.
¡Dios sea bendito y alabado!